(Murió el patrón! Lo apretó! Decían los peones en guaraní).
En homenaje a los pioneros de la colonización obereña realizada en plena selva y en oportunidad  de celebrarse la 40 edición de la Fiesta Nacional del Inmigrante y para que se divulgue más los sacrificios que les exigió la naturaleza por hollarla, ofrecemos hoy una página de esa rica historia, página protagonizada por el monte virgen.
«El monte, imponente siempre, lo es mucho más para el que empieza a habitarlo. Lo difícil que es orientarse, allí donde todo tiene el mismo aspecto y todo es igualmente tupido y la vista no puede alcanzar para guiarse el viajero, a más de unos pocos metros adelante; el grande y misterioso silencio que reina y sólo entrecorta, de vez en cuando, el gorjeo de un ave solitaria, una hoja que cae, el crujir repentino de una rama…
…Yo recordaré siempre un accidente de que hube de ser víctima, y del que salvé milagrosamente, y que referiré porque pinta un peligro de trabajo de derrumbada, como llaman los brasileros al volteo de árboles grandes.
Se estaba hacheando un corpulento guayaibí que obstruía la línea, y yo me había colocado un poco más adelante, al pie de un tronco de María Preta, en situación calculada para que al caer el árbol hacheado no pudiese hacerme mal.
Esto, no obstante, mi ayudante me observó que estaba en peligro, observación que no atendí y con razón porque según la profundidad relativa de los dos cortes concurrentes que hacen las hachas, puédase prever con muy poca diferencia, en qué dirección se acostará el árbol una vez cortado, y eso era lo que había yo hecho en el caso que refiero.
Estaba, pues, muy tranquilo al pie del María Preta contemplando la operación cuando, al ir cayendo a mi izquierda el guayaibí (pues por causa de los demás con que tropiezan, los árboles no caen instantáneamente) me siento violenta e inesperadamente lanzado, sin saber cómo, hacia adelante, y para mi desgracia voy a caer debajo del árbol que caía, en el momento en que se acostaba con terrible estrépito sobre el suelo.
Un momento de aturdimiento, sin saber lo que me pasaba, la reacción enseguida de que he corrido un tremendo peligro, pero felizmente estoy sano y salvo, sin más que una contusión en la cabeza, de la que me corría sangre.
¿Qué había sucedido?
El guyaibí había estado enredado o atado por las lianas, arriba, al María Preta, y al hacer, con la fuerza que su gran masa le daba, había desarraigado y arrastrado consigo al último árbol, a cuyo pie yo estaba, y cuyas raíces, levantándose bruscamente de la tierra me habían tirado lejos y, precisamente, debajo del guayaibí.
Pero ¿cómo éste no me aplastó?. Porque milagrosamente, como ya dije, vine a quedar debajo de un curva del tronco. Sobre él cayó después el María Preta, pro sin consecuencias para mí.
Así que me rehíce, me di cuenta de que un gran silencio había seguido en el monte, a la caída de los árboles y de mi contemporánea desaparición.
-O manó el patrón! Oyopuí! (Murió el patrón! Lo apretó!). Decían los peones en guaraní.
Entonces les grité:
-Aquí estoy, hombre! Limpien de una vez para que pueda salir.
Una montaña de ramas y lianas me cubría y ocultaba totalmente a las miradas.
Los machetes trabajaron y al rato pude salir de mi forzado escondite, pudiendo decirse que ese día nací.
El tigre no ha atacado nunca a mis comitivas, lo que se explica tal vez por la abundancia de gente que las formaban. Sin embargo ha rondado, en algunas mensuras, noche a noche mi campamento.
Una de esas noches ocurrió algo muy cómico y  la vez curioso, tratándose de peones que, a oírlos han matado cada uno de ellos, media docena de tigres.
Como a eso de media noche oyóse un fuerte quejido, al que siguió otro, y pronto todos los peones, saltando de sus camas, daban grandes gritos… ¿era un tigre? ¿eran bugres que nos sorprendían en el sueño?
¿Qué podía ser?
Difícil era saberlo en el campamento a obscuras por haberse apagado ya los fogones, y en medio del ruido que hacían veintitantas voces gritando en el espacio de 70 metros cuadrados que ocupaban las carpas.
Uno gritaba: ¡estoy firido!¸ otros: ¡El tigre! ¡el tigre!
El barullo duró dos buenos minutos.
Cuando cesó pregunté quien estaba herido o lastimado y nadie respondió.
Aclarado el caso, resultó que había pasado lo siguiente:
Un peón que dormía algo aislado del grupo general, dio, soñando, un ¡Ay! Al oír el cual, el negro Seo Luis que estaba cerca, saltó de la cama para huir, pero al hacerlo tropezó con otro, que hacía lo mismo, echándolo por tierra. Este que creyó ser atropellado por el tigre, dio voces de estar herido , y a eso sucedió el alboroto que he mencionado.
Después de pasado el susto, se supo que algunos guapos se había trepado a los árboles, para ponerse en salvo y que otros durmiendo aún, habían disparado por la picada, donde recién se habían recordado, poniéndose a gritar desaforadamente, como ya he dicho.
Uno de los que se subieron a los árboles fue el capataz Benítez, y es el caso, que tras él y por el mismo tronco, empezó a trepar seo Luis al cual, tocándose los pies y a favor de la obscuridad, lo tomó Benítez por el tigre que subía en su busca y aquí fueron los apuros del pobre capataz que, según nos contaba después, estuvo a punto de lanzarse al suelo desde donde se encontraba,  a una altura de 8 metros por lo menos.
Sin embargo es justo decir que el susto de los peones tuvo su fundamentó, pues la noche esa, antes de acostarnos, oímos los rugidos del tigre que hacía muchas noches nos rondaba. Además se sabía que esa fiera había atacado, llevándose gente, en los campamentos de Campinas a 2 leguas de donde estábamos.»
Hasta aquí hemos transcripto un relato acaecido en San Javier ofrecido en su libro «Misiones» por Juan Queirel, (un enamorado de la Misiones montaraz) miembro corresponsal del Instituto Geográfico Argentino. Buenos Aires. Taller tipográfico de la Penitenciaría Nacional, allá por el año de 1897.
(El próximo viernes otra página del mismo nivel histórico narrativo: El Yerbal Viejo.)

Visited 3 times, 1 visit(s) today


Categorías: Columnas de Opinión
Back To Top
Copy link