Nuestra Oberá -como toda Misiones- nacida en tierra guaraní y poblada primeramente por inmigrantes europeos y, posteriormente por argentinos nativos, ofrece características muy especiales como para definir certeramente un prototipo de hombre misionero y por lo tanto obereño, pero, como en todo proceso poblacional en el que gravitan disímiles factores, éstos se van acomodando y cediendo unos, obteniendo otros, se va generando una corriente de valores, costumbres, creencias, expresiones artísticas, en fin un sinnúmero de coincidencias que ya conforman un perfil de tradición misionero/obereña en este caso que, privilegiando lo argentino como prioritario ingrediente mamado de entre los surcos, está en condiciones de celebrar con énfasis este Día de la Tradición que recordaremos mañana sábado.
Sin embargo esta celebración ha venido sonando a los oídos de alguna gente como una fecha más del calendario nacional anual, primando para ello el que un país como el nuestro que fue en sus orígenes receptor de un flujo migratorio extraordinario, portador de sus tradiciones natales, provoca una doble emoción en la que se disputan la primacía las reminiscencias del ayer – que aquellos inmigrantes supieron transmitir nostálgicamente a sus descendientes- y la realidad de hoy –que involucra a todos por igual- y que es la resultante de las costumbres adquiridas en ésta que fuera para aquellos su nueva tierra.
Tomando como fuente el “Informe argentino sobre desarrollo humano 1997” editado por el Senado de la Nación en su punto “migración extranjera en cifras” allí se dice “El censo de 1991 registró 1.665.000 personas extranjeras que representa el 5% de la población total del país, correspondiendo el 52,3 % a migrantes de países limítrofes y el 47,7% a inmigrantes de otros países.”
A continuación se expresa que en el último período intercensal se aprecia que continúa la paulatina disminución de los extranjeros provenientes de Europa, “migración sumamente envejecida constituida por los últimos sobrevivientes de las grandes oleadas migratorias de ultramar”.
Todo ello nos ilustra que, con una población de más del 70% de provincianos nacidos en cada provincia de nuestro país, ese sentimiento de tradición nacional está fecundando en suelo ya propicio, sin que por ello colisione con el otro, aquel que la herencia poblacional extranjera nos ha legado, pudiendo, por lo tanto coexistir emotivamente.
En realidad todo esto fortifica el sentimiento de tradición que es bien sabido que cohesiona un pueblo y está íntimamente ligado con su desarrollo.
Definamos ahora que es tradición.
Tradición proviene del latín (traditio) y este a su vez de (tradere) entregar, significa la transmisión de noticias, composiciones literarias, doctrinas, ritos, costumbres, que practica una comunidad.
Por otra parte se refiere a las noticias de un hecho antiguo transmitido de este modo.
Puede significar también, doctrina, costumbre, etc. conservadas en un pueblo y transmitidas de padres a hijos.
Sin que dejemos de mencionar que puede presentarse como una elaboración literaria en prosa y verso de un suceso transmitido por tradición.
Pero hete aquí una condición que avala todo lo dicho anteriormente: para que una tradición sea vigorosamente duradera necesita renovarse más o menos según las circunstancias que vivió esa comunidad.
Y bien, el Día de la Tradición que celebramos anualmente el 10 de noviembre es el día del nacimiento de José Hernández, el talentoso creador del Martín Fierro, siendo como lo es, la obra cumbre de la poesía gauchesca y que ha fogoneado al gaucho que la provoca como punto cardinal nacional de la recordación de la tradición.
Presentemos ahora al gaucho y su entorno histórico, la pampa, para ello adentrémonos en la obra de Hernández a través de los párrafos de Ezequiel Martínez Estrada “Sin paisaje, sin vida de ricos argumentos, sin héroes, sin grandeza de estilo en los motivos que la pampa ofrece al poeta, no habríamos tenido literatura gaucha de sentir los autores la responsabilidad de los deberes del escritor o de sospechar la magnitud de esas dificultades. Existía el poeta, existía la realidad fascinante como un abismo, por parecer el hueco de otra; y por mecánica conjunción aparecieron los poemas gauchescos. Pero lo curioso es que después de Martín Fierro hayan seguido siendo especies prolíficas… Hernández había despojado al héroe de todas las tradicionales virtudes, empujándolo a la triste verdad, como Cervantes a su antihéroe empujándolo al ridículo… No hay que olvidar, como nota de bajo cifrado,, que no es el Poema del gaucho, sino el poema de la Pampa. Martín Fierro es un accidente, como Cruz, las batallas, las peleas, el Moreno, aunque persista más tiempo en el desarrollo de la obra, Martín Fierro es una cosa de la Pampa, como todas y cada una de las escenas y figuras del Poema, también la soledad es producto o cosa de la Pampa… Sin el sentimiento básico de la soledad, Martín Fierro carece de punto fijo .de apoyo. La soledad es el fondo y el protagonista de toda la obra. Arranca con ella en la primera estrofa y con ella concluye… «Aquí me pongo a cantar/ al compás de la vigüela,/ que el hombre que lo desvela/ una pena extraordinaria,/ como la ave solitaria/ con el andar se consuela….”
Y esa pampa y ese gaucho al decir de Martínez de Estrada, accidentes ubicados en la conmovedora soledad, representan hoy el emblema mayor de la tradición argentina, vamos ya tras este personaje que a través de la inspiración de Hernández supo cantar: “Matreriando la pasaba/ y a las casas no venía./ Solía arrimarme de día/ mas, lo mesmo que el carancho,/ siempre estaba sobre el rancho/ espiando a la polecía.”
La aparición del gaucho en el escenario sudamericano- aunque no con esa nominación que llegará mucho más tarde se remonta históricamente a los tiempos de Hernandarias (1627) quien calificaba a los peones rurales de “gente perdida que tenía librado el sustento en el campo en las primeras vaquerías de que se tenga memoria”
Esta gente precursora del gaucho era llamada en Buenos Aires y la Banda Oriental (1730) como matadores, robadores de mujeres, vagabundos, malos mozos, peleadores, cuatreros, ladrones de campaña, personas delincuentes, agresores, forajidos, etc..
En 1770 se conoce la voz “gauderio” para nominarlos ya que sus correrías se trasladan a la frontera con el Brasil portugués, por ello se los nombra así.
La denominación “gaucho” fue dada primeramente en la Banda Oriental y luego en Brasil no en nuestras pampas.
Esto se debe a que nuestra pampa era tierra de malones a la que el gaucho accedió una vez que tuvo que cuidar la heredad de sus patrones y en especial se dedicó a la vaquería –permiso otorgado por el cabildo de Buenos Aires para faenar sin control a animales chúcaros de la pampa-, haciendo la salvedad que la palabra gaucho no surge de la tradición, sino de la literatura de la ciudad que en las postrimería del siglo XIX le adjudicara ese nombre.
Y ya que el espacio nos está indicando que se nos va, cerremos nuestra entrega de hoy, diciendo que tras sus despreciados orígenes y habiendo actuado en defensa de la patria con San Martín, Belgrano y en todos los gritos de independencia y libertad que la conformaron, obtuvo su gloria en Salta “Los gauchos de Salta solos están haciendo al enemigo una guerra de recursos tan terrible que lo han obligado a desprender una división con el solo objeto de extraer mulas y ganados” (Gral. Mitre 23/3/1814) y hasta la Gaceta Ministerial de ese año pasa a llamarlos “patriotas campesinos”, tanto había conmovido la guerra gaucha de Güemes.
Como decíamos al principio, curioso resulta que con el correr del tiempo aquel gaucho que despreciaba al inmigrante llamándolo gringo, gallego, fue aprendiendo técnicas y oficio de aquellos para realizar la faena del campo ya que el suyo, aquel que lo inmortalizó no era “rentable” entonces.
Y así entre el deslumbre del extranjero por las nuevas tierras y el casamiento con las morochas que producía, surge una nueva generación de gauchos europeizados o de europeos agauchados que fueron y son el argentino del presente y del futuro.