Introducción
«La independencia de América Latina entre 1806 y 1826 fue precipitada por la invasión napoleónica a España y Portugal, que en la práctica desvinculó a las colonias de sus metrópolis, esto dejó aflorar un nacionalismo por mucho tiempo latente que ahora se podía expresar exigiendo libertad política, autonomía administrativa y autodeterminación económica. La familia real portuguesa enfrentó estas exigencias adoptándolas y guiando pacíficamente a Brasil hacia la independencia como imperio autónomo, con su propia corona y cambios sociales mínimos. Por lo contrario España cortó de raíz las pretensiones de sus colonias, con ello, la independencia hispanoamericana abarcó todo el subcontinente en dos movimientos violentos: la revolución del sur avanzó por las pampas desde Buenos Aires y fue llevada por el ejército libertador de Los Andes de San Martín y O’Higgins a Chile y más allá; la revolución del norte, hostilizada con mayor vigor por las tropas españolas, fue conducida por Bolívar desde Venezuela hasta el montañoso campo de batalla de Boyacá en Colombia (entonces llamada Nueva Granada) y también de regreso a su país de origen. Ambas convergieron en Perú, fortaleza de España en América…» (América Latina: de la emancipación a la República. Atlas de la Historia Universal . Edición diario Clarín).

Entrevista de Guayaquil
(Según José M. Salaverría, biógrafo de Simón Bolívar- «Bolívar El Libertador»- Espasa Calpe- 1930)
…»Pero hay un territorio sobre la costa del Pacífico cuya posición ambigua es inquietante. La ciudad de Guayaquil, con su comarca, se había declarado independiente del poder español y se encuentra ahora indecisa y en litigio entre el Perú que la reclama como suya; Colombia, que la exige por razones geográficas y políticas, y el partido propiamente local, que intenta poder crear un estado autónomo. Bolívar no tiene la costumbre de vacilar cuando se le interpone un obstáculo particularista. Se ha propuesto redondear el plano de la Gran Colombia que está con tanto ahínco trazando, y Guayaquil no debe perturbar por más tiempo sus grandiosos planes estatales y geográficos. Se presenta, pues, en Guayaquil. Y nada más que presentándose, la ciudad, soberbia y agitada días antes, se ofrece sumisa a sus pies. Y en este crítico momento asoma por la bahía el barco en que navega el general San Martín, protector del Perú.
En el Perú conservan las armas de España una respetable fuerza todavía, y la venida de San Martín puede explicarse muy bien diciendo que le trae el deseo de concertar la colaboración del ejército colombiano en la guerra contra los españoles. Este es el motivo oficial y público. Pero hay sin duda unos motivos más fuertes y que no se revelan al exterior. Desde luego la suerte de la guerra ha puesto en contacto a dos naciones que estaban muy separadas; ha hecho que se encuentren en un punto del camino dos soldados ambiciosos, habituados a mandar sin réplica absolutamente, y dos héroes que con igual fuerza conocen el placer supremo de la gloria más clamorosa. Recuerdan a los antiguos conquistadores españoles, cuando dos caudillos tropezaban en el mismo punto, viniendo de direcciones opuestas, celándose el uno al otro y encubriendo lo mejor que pueden sus secretas intenciones.
¿Reñirán los dos poderosos generales? ¿Quién de ellos se sobrepondrá al otro? Bolívar, apenas sabe que San Martín está en la rada, envía sus edecanes a cumplimentarlo, y el mismo en persona pasa a ofrecerle sus saludos a la goleta Macedonia. Dos días, nada más permanece en Guayaquil el protector del Perú; dos días que transcurren en medio de honores ostentosos, fiestas públicas, homenajes y banquetes. Y en privadas y largas conversaciones entre los dos grandes generales.
¡Cuán distintos los dos por el carácter, el origen y las ideas! Los dos son astutos cuando hace falta; pero a Bolívar los vence, a lo mejor, la vehemencia y el ímpetu de un alma voluntariosa, mientras que San Martín es siempre el hombre frío que todo lo calcula. San Martín ha nacido pobre, hijo de un oficial del ejército español, en un rincón del territorio de las Misiones, allá en las soledades del río Uruguay, en tanto Bolívar es un hijo de marqués y de una de las familias más ricas e influyentes de Caracas. Bolívar es criollo puro, americano por antonomasia; en sus venas corre la sangre de todos los conquistadores vascos, castellanos, andaluces, canarios sin que falten siquiera unas gotas de sangre de color; San Martín es americano solo por accidente, por la única razón de nacimiento. De rancia estirpe de castellanos, desde pequeño ha vivido y se ha educado San Martín en España, como corresponde al hijo de un oficial pobre; se ha hecho oficial en los colegios militares de España y ha combatido como bueno en la guerra contra los franceses ofreciendo luego sus servicios al gobierno de Buenos Aires. Bolívar es el aristócrata que nunca ha sabido contar el dinero; el dinero, como la vida, es la cosa que se toma y se gasta sin pensar en el ahorro. Malbarata su enorme fortuna personal, liberta a más de mil esclavos que por herencia poseía, regala a parientes y amigos sus propiedades, su oro, hasta las coronas y joyas que le tributan los pueblos, y solo una vez se ha atrevido de abusar de su crédito omnipotente, cuando pide a su patria de Venezuela 14.000 pesos no para aprovechárselos sino para sufragar las deudas y los apuros de su familia. Por su parte San Martín es el hombre previsor que se preocupa de reunir para mañana y que atesora, efectivamente, un saneado capital, aun que después un banquero venal de Londres le defraude y arruine miserablemente.
Ambos se sienten grandes. Por lo mismo no caben en un mismo campo de acción. Alguno de los dos tiene que retirarse. Y cede el campo el más sensato y abnegado de los dos, San Martín se vuelve al Perú y de allí por Chile, Mendoza y Buenos Aires, marchará a Europa…»
Nos remitimos ahora a la «Historia Argentina» de José María Rosas: quien así describe las entrevistas: «… Llegó el 25 de julio, recibido por Bolívar con afecto. Entre ambos Liberadores hubo tres conferencias: la mañana del 26 de julio, que duró hora y media; la tarde del mismo día, de media hora; y la definitiva del 27, prolongada cuatro horas.
Se sabe por una carta de San Martín a Bolívar del 29 de agosto, que se trató la unión de los dos ejércitos para batir definitivamente a La Serna y recobrar el Alto Perú, e incidentalmente se discutió la forma de gobierno. La pertenencia de Guayaquil, objeto aparente de las conferencias, no fue discutida. Bolívar no quiso hacerlo: desde el primer momento dijo a San Martín que «era huésped «de tierra colombiana: «Me ha ganado de mano» habría dicho San Martín, que no puso la cuestión sobre el tapete porque no tenía fuerzas para imponerse a Bolívar.
El problema de acabar la guerra de la independencia se redujo al ofrecimiento de San Martín de luchar bajo las órdenes de Bolívar, desechado por éste. No tenía San Martín el apoyo de su patria, como le ocurría a Bolívar, para mantener al ejército y terminar la guerra sin ayuda de los colombianos. La fuerza que podía extraer del Perú o Chile era ilusoria. Cuando comprendió que su permanencia en Lima sería un obstáculo para el apoyo de Bolívar, prefirió eliminarse y poner su ejército a las órdenes del Libertador venezolano.»
Nota marginal: Simón Bolívar, intervino activamente en la independencia de su país, Venezuela, y luego continuó su empresa a nivel continental. Defensor de una América unificada, su proyecto fracasó por las diferencias que se presentaron entre las nacientes repúblicas.
El problema de Guayaquil da la pauta de lo que luego fue sucediendo con las Repúblicas liberadas que conformaron la tierra colombiana. La permanencia del régimen español durante tanto tiempo trajo consigo una constante de organización, que tras el paso de virreinato a eclosión de Repúblicas se fue produciendo en éstas el más inicuo desorden tanto institucional como económico y los pueblos que abrazaron la libertad entraron en ebullición y poco a poco acentuaron su accionar contra el libertador Bolívar a quien destrozaron civil y militarmente llevándolo a la suma pobreza y a una triste muerte.
«Pero sobre el acento de estupidez y de odio de esta desdichada voz de los contemporáneos, la posteridad ha levantado su voz potente, que ya nunca será rectificada, y que gritará siempre junto al nombre de Bolívar la palabra que el tanto amó: ¡Gloria! ¡Gloria!», finaliza así su libro Salaverría.
Más y más admiramos a nuestro Libertador José de San Martín por sus ejemplares y sabias decisiones.

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