Agenda cultural
Este es un momento singular, que no quisiéramos pasar, estar pensando y escribiendo sobre la partida definitiva de una querida amiga, escritora, que hasta ahora la hemos pensado alegre, creadora, con fuerza personal,  que sabía trasmitir a quienes se acercaban a ella, porque su pasión era dar a conocer sus vivencias personales enriquecidas por una vida de docente vocacional, enamorada de su lugar de trabajo, así fuera la lejana frontera, lugar desfavorable para muchos pero que a ella enriqueció espiritualmente. Fue y será nuestra querida amiga Elisabet  Dolores  Villavicencio.  En sus años de docencia, tuvo el coraje de vivir sola con sus dos pequeños hijos, y la oportunidad que no desechó, de aprender de toda su gente humilde y de sus alumnitos más humildes aún.
En su primer libro “Sentires De Mi Tierra Colorada” la descubrimos maravillada del entorno natura pero que ella presiente en creciente extinción y aprovecha a visibilizarlo mediante cuentos que dan un alerta a la devastación. De paso recuerda las tragedias vividas por los mensúes y otros obreros, la pobreza interminable. Por eso agrega a estos sentires, los propios de sus antecesores, otros duendes –los trolls- que como los poras, protegen la naturaleza. En “Luna De Mayo” la inspiración de Elisabet  toma otros carriles, porque ella va cambiando  su temario o su interés, ya no esconde sus pasiones, revela sus tristezas, nos habla de su sentimiento de soledad, sus renovados deseos de amor y ser amada y la búsqueda de la serenidad, tan cara a su alma “Quietud… el alma se apacigua enroscada en su melancolía / surgen recuerdos /la soledad juega conmigo…/cuando la realidad devastadora / me golpea duramente / en mi caparazón salvadora / me refugio…/ libros…/ música…/ y a vivir nuevamente./.  La esperanza la rescata nuevamente. En su libro “Morriñas”  encuentro  una poesía donde ella -anticipándose- se ¡ pregunta  ¿Y el alma? El alma es la energía que abandona nuestro cuerpo material al morir. No nos vamos, pasamos como partículas a integrar el cosmos. Solo lo material se desintegra, el cuerpo que contuvo a ese soplo vital. Lo vital lo que nos hace amar, soñar, sufrir, vivir… Se vuelve energía que moviliza el alma”. Leyendo su libro  sentí  que algo que la distinguía era ese  estado de añoranza que le dejó el paso por la pandemia y la cuarentena. Ella añoró el  tiempo de salud, el  andar sin permisos, el contacto personal con los afectos. Tomó el tiempo –ese lugar que nos quedó libre- para entrar en sí misma y compartir con su ser íntimo y con nosotros, su soledad. Y la compartió como sabía hacerlo, escribiendo, imaginando lo que vivió cuando se sabía libre. Elisabet nunca pudo desarraigarse de ese pasado tan valioso y gracias a ello pudo sobrellevar la soledad. Morriñas es un sentimiento de tristeza, de nostalgia, de melancolía y ella estuvo “amorriñada”,  pero sin embargo fortalecida hasta el final, donde se fue en una luna de mayo, en homenaje a uno de sus símbolos.

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Categorías: Columnas de Opinión
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