El modo más seguro de llegar a la cabeza es empezar por el corazón – (José de San Martín- Sentencias)
El pasado lunes 7 celebrábamos el día del periodista, en nuestro caso un periodismo que esgrimimos con convicción, fuerza y coraje familiar por años y que nos muestra la larga experiencia vivida como periodistas.
Esto nos trajo un enjambre de recuerdos y añoranzas, por supuesto, desfilaron ininterrumpidamente nombres y rostros de quienes poco o mucho conformaron en distintos lapsos nuestra familia “pregonera” y nos vinieron a la memoria los viejos tiempos en que la entonces flamante Cabrenta era el punto final de una larga y sufrida sucesión de etapas que se iniciaban con la producción de las columnas a máquina de escribir ¡Y allí nos detenemos! y, como para rendirle homenaje a ese auxiliar tan valioso entonces, decidimos participarles nuestra alegría por lo que hicimos y por el acompañamiento que hemos recibido- y lo seguimos recibiendo- de lectores y auspiciantes que siempre han tenido en cuenta la magia localista del “obereño de punta a punta”
La vieja máquina de escribir
Los genes informativos que recibimos por herencia y que al nacer a la vida nos fueran colocados y que supieron de largas jornadas de múltiple traqueteo en las teclas de una maquinita de la familia Remington, Olimpus u Olivetti y que supieron prevalecer, en nuestro caso, en esa lucha que, suponemos, entablarán entre ellos, nos sellaron la vocación y no conforme con hacernos periodistas, nos dotaron de las ínfulas suficientes como para considerarnos también escritores y aquí salta, herencia mediante, la vocación que se dio su lugar cuando un profesor de literatura así, a quemarropa nos dijera que describiéramos en tantos renglones una pelea entre un gato y un perro y en lugar de trasladar la pelea unilateralmente de mi parte con el profesor, nos fue un placer hacerlo y obtener una nota distinguida.
-Pero ¡qué va!, como diría el peninsular e insistiría, “pues hombre… al grano” y ese grano que nos viene dando vueltas en la cabeza es el de un recuerdo cariñoso –que bien cabe el término- hacia nuestra maquinita portátil de escribir que recordamos haber comprado en Organización Imlauer Oberá, -aquella prestigiosa firma cuyo local de ventas estaba ubicado en la esquina de Córdoba y 9 de Julio, y cuya gerencia estaba a cargo del amigo Guido Zecchini, quien mucho colaboró en su tiempo con la cultura obereña- maquinita que fuera la última que ocupamos de las tantas que tecleamos en los tiempos pre-computadora.
-¡Al grano! ¡Al grano! El latiguillo se vuelve insolente y como para que no se repita, optaremos por aplicar otros tiempos y otras letras a nuestro escrito.
¡Qué recuerdos nos invaden de aquellos tiempos líricos u emotivos! En los cuales todavía seguíamos descubriendo nuestro nuevo mundo verdi-rojo!
Recordamos cuando nos urgían por la nota editorial y el reclamo cobraba vida en las teclas que, con tanta exigencia se iban limando y la tipografía amenazaba primero y decidía después abdicar de tamaña empresa que acometían nuestros improvisados dos dedos, que, furiosos e impacientes, la sacudían sin compasión.
Que de otras urgencias periodísticas supimos saber cuando la legendaria ya, L.T.13 Radio Oberá, cuyo director, compadre y amigo, Hugo Amable, -otro hombre pionero, palabra mayor de la cultura obereña-, nos incorporó a su elenco periodístico y “Nos permite una opinión” nos sacaba canas verdes a las 12,20 de cada día.
Así, la columna editorial y la columna radial se nos aparecían como una boca abierta ansiosa por engullir su presa y que no perdonaba demoras y esa sola percepción actuaba en contra de nuestra claridad de pensamientos, pero lograba sacarnos de esa inveterada costumbre que tenemos los mortales de dejar para otros minutos, otras horas u otros días el cumplimiento de las obligaciones contraídas.
Vaya si no fue una experiencia de la que nos valemos hoy para explicar la responsabilidad que debe tener el periodista, el buen manejo de los tiempos y, por sobre todo la posibilidad de encontrar en el momento que la necesitamos esa lucidez imprescindible como para rescatar conocimientos que atesoramos a veces sin saberlo pero que son el fruto de la experiencia y la información a la que nos debemos y, además, emplear el ejercicio de la sapiente palabra adecuada y oportuna, respetando el manejo del idioma en la docencia periodística.
Y así aquella vieja maquinita, la que llevaba la peor parte, pero con la que también nos irritábamos cuando teníamos que borrar lo que escribimos mal o subir lo que estaba escrito abajo, o bajar lo que estaba escrito arriba –aunque la culpa no fuera de ella-, se hizo carne en nuestra tarea y conformaba con nosotros un todo inseparable –algo así como el gaucho y su caballo- que juraríamos entonces, irremplazable.
Aparecieron otros genes, en este caso fuera de nuestras fronteras, que inducirían a Bill Gates a apelar a las mejoras técnicas necesarias como para estandarizar y popularizar las computadoras.
Y así poco a poco lo fuimos asimilando y como pasionales hombres que somos, nos embargó, fuimos –al principio como a escondidas- observando a la intrusa, que se presentaba ante nuestra vista envuelta en ese robusto mueble que nos deslumbraba con la luminosidad de la pantalla y nos seducía con la picardía de su sensible teclado al que un día y otro día –casi con remordimiento- nos fuimos animando a relacionarnos.
Lógico es preguntarnos ¿y todo aquel cariño que sentíamos por nuestra Olivetti, tal como lo estamos expresando, pudo pasar a ser tiempo pasado? Para algunos así fue, para otros no y recordamos el caso de otro amigo, el exitoso periodista histórico, Alberto Mónaca, que nada quería saber de nuevos amores en teclas y siguió forcejeando aferrado a su maquinita de escribir.
A nosotros, que traicionamos la Olivetti, solo nos quedaba –no sin pena- acercarnos de vez en cuando a su desconsolada imagen apoyada sobre una mesita que antes le sirvió de trono, ahora apabullada. Sus chapas y teclas han dejado atrás el vedetismo y sobre ella descansan diarios y papeles a la espera de ser clasificados o archivados. Cruel destino.
Y con esa facilidad que tiene el hombre para justificar sus actitudes, comenzamos a pensar y más tarde a formular razonamientos que nos devuelvan la serenidad de espíritu como para acallar cualquier conciencia rebelada.
Y a buena fe que esos razonamientos nos fueron convenciendo… si al fin y al cabo con menor presión de los dedos, es decir con menor esfuerzo y por lo tanto con más rapidez podemos cumplir con la urgencia que nos plantea el medio periodístico ¿por qué no adoptarla?
Sobre todo cuando “con la nueva” en un minuto pasábamos una frase que estaba muy abajo hacia arriba y sin goma de borrar en mano, goma a la que considerábamos imprescindible.
Triunfaron las muchas ventajas que nos ofrece la tecnología y que nos apabullan en razonamientos proclives a utilizarla y en este cuadro de la lucha del hombre por preservar lo de ayer ante la invasión de lo de hoy, solo queda una actitud posible y es a la que nos aferramos.
Borradas que fueren las comparaciones, solamente cabe el recuerdo de los buenos momentos que vivimos frente a nuestra máquina de escribir y de todo lo que con ella emprendimos y realizamos y en recuerdo al día del Periodista creemos representar a tantos periodistas que peinan canas, en el recuerdo cariñoso a su vieja máquina de escribir, tal vez arrumbada, tal vez integrando las piezas de un museo, pero de todas maneras presente en el cariñoso recuerdo.