Era, si mal no lo recuerdo, un 2 de junio. Tarde calma, ni frío ni calor, alrededor de las 15 horas (bien vale recordar y tomarlo en cuenta ya que la siesta misionera es un pacto de convivencia) tomé mi auto que estaba prácticamente nuevo y contaba con libre tránsito por ser periodista, me dirigí al correo a despachar un giro dirigido a una de mis hijas que estudiaba en Buenos Aires.
Todo bien, sin inconvenientes, sin embargo cuando salí satisfecho por haber finalizado buenamente el trámite, intento abrir la puerta del coche cuando aparecen, no podría significar de donde, dos individuos que me pusieron, uno, flaquito y tembloroso, un revolver en un costado de la cabeza y el otro –grandote- me “mete” en el asiento delantero. No perdí la postura y pude observar que en una calle de enfrente alguien miraba pero no pasaba de actuar como un simple espectador.
Y así arrancamos, el “grandote” se puso a manejar, yo sentado en el medio y contra la puerta el “flaquito” que no dejaría de apuntarme. Sin ningún empacho pasamos frente a la comisaría del entonces pueblo, llegamos a la encrucijada de caminos a la altura del cementerio sueco y como había llovido había barro de ese livianito que hacía “patinar” el auto. Muy comedido yo, al advertir que el improvisado chofer no era del pago y por lo tanto “canchero” para seguir adelante en ese escenario me comedí a manejar, lo que por cierto no fue aceptado por el improvisado conductor que decidió volver a la encrucijada tras maniobras que, dada la situación y la impericia demostrada anteriormente, me parecieron interminables.
Vueltos a la ruta Oberá – Posadas, vi al pasar al costado el autódromo obereño y me preguntaba hasta donde iríamos, o más bien, cual el final del triste paseo, sí, triste, esa era la sensación que sentía cuando repasaba esquemáticamente mi vida y la posible pérdida de ella y por lo tanto los vínculos familiares tan queridos, al estar por los dos revólveres.
La incógnita se fue develando poco más allá del actual autódromo. Se detiene el coche, me hacen bajar y caminar hacia el yerbal con los revólveres contra mi espalda y una vez dentro de él me hacen sentar a la vera de un robusto árbol al que me atan ¿con qué? Esa es la pregunta: utilizando mi camisa a la que cortaron en tiras, no solo para atarme sino y también para amordazarme dejándome hasta el saco que tenía puesto en su lugar.
Se fueron de mi vista ellos y mi auto y comenzó en mi mente otro tipo de razonamiento entendiendo que, a pesar de todo la saqué hasta entonces barata. Todo esto me sucedía por tener auto nuevo y libre tránsito lo que les ayudaría a poder pasar por la garita policial fácilmente y seguir el rumbo que se habían trazado y por otra parte advertir que no eran profesionales sino improvisados ahora ¿en que andaban? Hasta ahí llegué cuando comprendí que tenía que desatarme y salir del embrollo en que me habían metido.
Comencé por la tira de la mordaza que poco a poco se fue entregando, continué por las manos… en fin… al fin quedé liberado.
Por lógica no presté atención como para encarar hacia donde salir y fue así que el mugido de una vaca me dio la respuesta, sí hacia ese rumbo debía haber una casa. Me propuse emprender el regreso así vestido de pantalón y saco. A poco advertí la casa de un colono -creo que sueco- el que tras la sorpresa mayúscula que se llevó se ofreció a llevarme de regreso a Oberá.
Acto tercero
Así fue que legamos a la comisaría a hacer la denuncia, cuando con sorpresa nos encontramos con un enjambre de gente alborotada por la noticia en este pacífico pueblo de ayer. Habíamos salvado el pellejo, ahora faltaba reencontramos con el auto, la noticia policial nos informó que al auto lo podíamos ir a buscar a la garita de Posadas, así fue como nos dijeron que los ladrones pasaron bien la garita pero se empantanaron allí por Santa Inés, abandonando el auto.
Ya entonces, como hoy, las primeras declaraciones fueron para la radio, en este caso, L.T.13 y su locutor y amigo Raúl Celada, (Narciso «Nato» Viveros) y no podemos dejar de mencionar a otro amigo periodista el tan recordado amigo “Chinchu” Sosa, el que siendo corresponsal de una radio uruguaya trasmitió la noticia más o menos así: «El periodista y profesor (allí mi nombre) fue secuestrado y atado desnudo con alambre de púa a un árbol etc. etc.»
Rescatado el auto vino la etapa de identificación de los ladrones y todos esos requisitos que se deben cumplir ante hechos como el que he narrado, aquí también debo reconocer la gentil actuación de los funcionarios policiales y judiciales de aquel entonces así como a tantos y tantos obereños que nos mostraron su afecto ante hecho tan desagradable y, por supuesto, la vuelta a casa y emotivo saludo a mi familia.
Toda una película de acción… con final feliz…
Rinconcito histórico – 22 de enero de 1895
Asume la presidencia el doctor José Evaristo Uriburu
Como consecuencia de la renuncia del presidente de la República, doctor don Luis Sáenz Peña, asumió la primera magistratura del país el doctor José Evaristo Uriburu. La sucesión en el mando se efectuó dentro del orden constitucional y en forma perfectamente correcta. El nuevo presidente constituyó su gabinete en la forma siguiente: doctor Benjamín Zorrilla, ministro del interior; doctor Amancio Alcorta, de relaciones exteriores; doctor Antonio Bermejo, de justicia, culto e instrucción pública; don L. J. Romero de hacienda; coronel Eudoro Balsa, de Guerra y Marina.
El presidente Uriburu con energía y ánimo allanó todos los inconvenientes políticos que le salieron al paso. Joaquín V. González dijo: «En la presidencia, el doctor Uriburu puso de relieve el conjunto de las altas cualidades de que vino dotado por la naturaleza. Con la sencillez, la dignidad y el decoro de su personal cultura y carácter, definió el tipo de presidente de una democracia sincera, honesta y humana, que tiene la ventaja de animarse con las virtudes privadas del ciudadano elegido y erige en ley de sus relaciones públicas y oficiales la misma que fundamenta el trato privado entre caballeros y gentes bien nacidas»>.
Entre las obras más culminantes de su administración merece citarse, en primer término, el afianzamiento de la paz con la República de chile. En ese tiempo fue cuando el doctor Carlos Pellegrini, durante una sesión en la Cámara de Senadores de la Nación, refiriéndose a la cuestión argentino-chilena, pronunció esta magnífica frase: «…la belicosidad no puede ser nunca la política argentina». Otros aspectos que absorbieron por completo la atención del presidente Uriburu: la reforma constitucional que dio su actual composición al Poder Ejecutivo; el segundo censo nacional que se realizó simultáneamente en toda la República el 10 de mayo de 1895; la cuestión de límites con Brasil; la reorganización de la armada argentina, poniendo al día nuestra flota de guerra, contratando al ingeniero italiano Luiggi la construcción del puerto militar de Bahía Blanca, base de nuestra escuadra; adquiriendo la fragata-escuela que se bautizó «Presidente Sarmiento». Además, entonces, se fundó el Museo de Bellas Artes, la Escuela Industrial, la Escuela de Comercio y la Facultad de Filosofía y Letras, y se decretó la construcción del ferrocarril a Neuquén. El presidente Uriburu gobernó hasta el 12 de octubre de 1898.