Agenda cultural
Antes era más sencillo, se decía: infancia, adolescencia, adultez. Al llegar a los 60 años se entraba a la tercera edad y hasta morir seguíamos en la tercera edad. Siempre cerquita de la juventud. Ahora la OMS ha creado nuevas categorías etarias: de 0 a 17 años, menor de edad; de 18 a 65 años, joven; de 66 a 79 años, mediana edad; de 80 a 99 años, adulto mayor; más de 100, persona de edad avanzada. Esta discriminación (y sus objetivos económico socio culturales) aleja la idea de poder considerarnos “jóvenes” por mucho tiempo más que hasta los 65 años. ¿Acaso la edad no es un estado de ánimo? ¿No hay jóvenes viejos y viejos jóvenes?…
Este discurrir a título personal, lo trajo a cuento la lectura del libro de Norma Varela con un título que engancha de por sí, “Vivir muchos años. Relatos con Adultos Mayores”. Ella también nos introduce al tema-dilema de la edad, diciendo “Todos queremos vivir muchos años pero nadie quiere llegar a viejo” – Por supuesto Norma sabe mejor que nadie la belleza de la adultez, con solo mirar a su madre de 95 años a quien dedica el libro y lo galardona con una foto de tapa que parece el de una dama a punto de dar una conferencia. Siempre pronta, siempre lista para ofrecer lo que tiene a mano, la experiencia de una vida feliz , de una vida que supo vivirla feliz. Pero también Norma conoce de primera mano, la otra cara de la adultez: la de los pobres de nacimiento, siempre viejos y siempre pobres desde el vientre materno. Rosita Escalada, en su prólogo dice que Norma “descorre el velo de la indiferencia hacia esa gente cuyas historias desconocemos….” a la que una sociedad demasiado materialista le ha fijado un destino de pobreza integral, casi irreversible. Sin embargo nunca como ahora se ha hablado tanto del “envejecimiento maravilloso”, el que ofrece un nuevo futuro, una vida larga y próspera mientras la juventud hace lo que tiene que hacer, trabajar y triunfar para lograr una vejez de reyes. Un exceso para todo. Recorriendo los relatos del libro, todos extraídos de la realidad, los pobres y los viejos que la autora conoce por su tarea profesional, tienen exacerbados los motivos de su soledad, del abandono que padecen, que los hacen preferir la muerte, o la cárcel para no estar tan solos, o se aferran a un animal, abandonado como ellos, pero necesitado de amor y compañía, o al recurso de un padre que termina soñando su propio funeral, donde “ve” y “oye” el dolor de su familia, un sueño que al despertar lo devuelve a la vida familiar. Y están las que buscan formas de salir de la soledad, pintando cuadros con su casa natal, para revivir momentos lejanos pero felices, la que encuentra –sin buscarla- una aguja de crochet y termina haciendo muñecos (amigurumis) para los niños del Hospital. Muchos personajes más han encontrado su voz, la de Norma que habla por todos.