Ahora que la pandemia nos limita, tortura nuestro yo y nos aparta socialmente, aprovechamos para dejar correr pensamientos a los que nada ni nadie puede limitar, hacemos borrón y cuenta nueva y damos rienda suelta a nuestro transitar por la vida deshojando ese almanaque de los días que se multiplican redondeando semanas, meses, años… ¡y cuántos!, los que al observarnos perplejos, buscando ansiosamente el debe y el haber registrado en nuestra memoria nos la va refrescando y como sin querer siquiera ancla en los recuerdos de tiempos que fueron placenteros como nos está sucediendo en estos momentos de recordación de nuestro paso por el leonismo obereño junto a Esther Lilí, mi esposa.
Tampoco aquellos años fueron tranquilos en cuanto hace a la política, la economía y todos esos bemoles en que una y otra vez caemos como país para volver a levantarnos y que hace renegar tanto a tantos ayer y hoy y hasta querer preparar las valijas para irse de él sin entender que nuestros males en ese sentido de ayer y de hoy, tienen una misma causa, querer, con apenas algo más  de doscientos años de país, vivir como viven los milenarios del primer mundo a los que queremos imitar y hasta no faltan quienes quieren depender de los valores fiduciarios de ellos. Valga obervar las imágenes violentas que superan y en mucho a las que podríamos ofrecer en este hermoso país del cono sur. Decimos todo esto para poder explicar y explicarnos mejor él porque del ingreso advertido.
En efecto, en ese entonces yo era profesor del Colegio Nacional de Oberá cuyo rector, el distinguido y apreciado amigo, Dr. Eugenio Vidal, rotario él, nos quiso hacer rotarios y, por su parte otro distinguido y apreciado amigo, el Dr. Aníbal César Montiel, nos invitaba a incorporarnos al leonismo.
Eran tiempos en los que se hablaba que los clubes de servicio eran cuna de subordinación hacia lo extranjero, aferrados los que así pensaban a un nacionalismo a ultranza y bien con ese espíritu batallador y proclive a descifrar argumentosa, algo que pretendemos tener, decidimos ingresar al Club de Leones y lo graficamos diciendo que “queremos poner nuestra cabeza en la boca del león” y saber a qué atenernos.
Y bien, así lo hicimos y fuimos leones por años de años.
¿Que qué vivimos? Un tiempo inolvidable de amistades y buenos ratos especiales como para pensar en proyectos y realizaciones para la comunidad en sociedad, cultivar más amistades y, allá por que contribuir mediante el desprendimiento de leones, el club Leo, al ingreso al club de los jóvenes obereños que quisieran estar en él.
Si a esto le agregamos que en aquellos tiempos había mucho por hacer para consolidar Oberá ciudad y que los leones fueron parte del furor de los 70 de las “fuerzas vivas”, como se llamaba entonces, dedicadas a encarar con inmediatez toda la infraestructura faltante en la ciudad, queda aclarado que nuestro paso por el leonismo fue una aventura inquisidora que destruyó por completo la idea de subordinaciones a lo extranjero, y sí en cambio un lugar donde el convivir fue y sigue siendo sin dudas, un remanso de paz destinado en primer lugar, además de ayudar al progreso, un foco que irradie bienestar a través de sus obras hacia quienes lo necesiten.

Recuerdos
Hace 20 años nos dejó Hugo Wenceslao Roque Amable
“Si ha de irse conmigo sólo lo mío,/ todo lo mío es lo que va conmigo/ y nada más,/¿a qué acumular frases, libros,/ prendas, muebles y cariños?/ Pero no; es necesario todo,/ dado qué el mundo mío/ es lo que yo construyo/ desde adentro hacia afuera/ con las cosas que me son familiares/ y queridas.” (“En Reserva”, Mis Estilemas.1997
Decíamos el 30 de octubre de 2000:
Todos los años la Feria Provincial del Libro recuerda a escritores, pintores, poetas, en fin gente del mundo de la cultura que coincidiendo con el año de la edición de la Feria, cumple 100 o más años de su partida habiéndonos dejado sus obras como recuerdo imperecedero de sus valores espirituales.
Este año,  la Comisión  Permanente de la Feria Provincial del Libro ha dedica su edición a uno de los fundadores de la misma, nos estamos refiriendo al profesor Hugo Wenceslao Roque Amable de proficua labor literaria, teatral y periodística.
Decimos hoy, 30 de octubre de 2020
Por tocarnos muy de cerca, dada la larga amistad que tuvimos, así de familia a familia, reproducimos en su homenaje un párrafo de la nota de Pregón Misionero del 3 de noviembre de 2000 “Adiós al amigo y compadre”.
“…quisiéramos tener la varita mágica de la palabra para rescatar todo aquello que pudimos conocer y que lo mostraba como un luchador de ideas y propósitos para él importantes a la par que un estudioso e investigador que sabía refrigerar sus tiempos volcando con  la palabra alguna traviesa ironía o mostrando sus dotes de galantería…”
“Es que Amable no fue únicamente un consagrado cultor de la letra escrita, por cierto que es su preciada herencia y que asentada en su proficua obra se enseñoreó de su vida y con toda justicia le brindó un nombre en la literatura misionera y argentina, lo que le valió ser designado miembro correspondiente de la Academia de Letras, recibiendo en su larga trayectoria literaria relevantes distinciones…”
Por otra parte, bien valga recordar su columna periodistica en Pregón Misionero que, aunque rozara la epidermis de alguno de los señalados en ella, su letra era consumida con avidez y apresuramiento, así de positiva.
En este aniversario de su fallecimiento solo nos queda repetir aquello de que su paso por este Oberá de adopción, será recordado por la posteridad, para ello allí están su obras que con intelecto activo creó.
Todo un grande de las letras, especialmente misioneras, vivirá por siempre en el recuerdo público.

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Categorías: Columnas de Opinión
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