(Otra página de alto valor histórico)
Hasta 1894 los yerbales fiscales no produjeron un centavo de renta a la Nación, a pesar de que se los explotaba, pero esta explotación se hacía con permisos para campos particulares, bajo el supuesto de que después del reparto de Misiones que hiciera el gobierno de Corrientes el 81, no habían quedado en el interior de ella campos fiscales
Y fue lo peor que, como no había control, la explotación se hizo sin ningún cuidado y los yerbales fueron talados. El Yerbal Viejo, uno de los mejores, fue el que más sufrió en la bárbara campaña contra una fuente de riqueza nacional. Por eso el Dr. Balestra cuando consiguió implantar la fiscalización de los yerbales, lo mandó reservar para dar tiempo de que retoñaran los troncos y crecieran los árboles nuevos que habían nacido por millares.
En 1892 se nombró un inspector de bosques y yerbales, pero nada pudo hacer por falta, según él, del necesario apoyo de las autoridades.
Por decreto del 20 de febrero de 1894, El Ejecutivo Nacional prohibió la enajenación de los terrenos fiscales con yerbales, puso en vigencia para estos el Reglamento de Corrientes de 1876 y ordenó que pasaran a depender del Ministerio de Hacienda los asuntos sobre yerbales.
Todas estas reformas se hicieron por iniciativa del Dr. Balestra. Pronto se palparon sus buenos efectos, la renta de yerbales produjo en 1894, 24.240 pesos, y la producción del año fue de 50.000 arrobas (unidad de peso antigua que equivale a 11.502 Kg.) de yerba..
En 1895 la renta se elevó   a 63.000 pesos y la producción  a 116.000 arrobas (de 10 ks.) más 10.000 elaboradas en campos particulares (Yerbal Nuevo: 60.000 arrobas, ídem San Pedro: 56.000 arrobas…. Se quitó a la gobernación de Misiones la administración de los yerbales que pasaron a depender directamente del Ministerio e Hacienda, siendo sus agentes inmediatos en el Territorio los jefes de las Aduanas de Posadas y de Barra Concepción, a los que se encargó de la percepción del impuesto respectivo.
El actual sistema de explotación de los yerbales deja  mucho que desear (sigue escribiendo Queirel)  y tal vez ha llegado el momento de que el Gobierno de la Nación se preocupe de su venta, no en grandes secciones, que eso sería una locura y está, por otra parte prohibido por leyes que declaran las tierras de Misiones de pan llevar (productos agrícolas de primera necesidad) y no enajenables en extensiones mayores de 400 hectáreas a una misma persona o sociedad. Posteriormente ese máximo se ha reducido, por decreto del Ejecutivo a 100 hectáreas.
Repartidos los yerbales entre un gran número de pequeños propietarios dejarían de ser lo que son  hoy: un desierto alternativo, cambiándose cada año la zona a  explotarse, y serían un medio de poblar el Territorio allí donde ni existiendo yerbales, más difícil sería poblarlo, por el aislamiento en medio de las selvas y difíciles comunicaciones.
Sería de este modo de, no solo conservar los yerbales, sino de verlos aumentar incesantemente para mayor riqueza del Territorio y de la Nación.
No hay que olvidar que mientras nuestra producción de yerba es de 100.000 arrobas por año, la importación en 1894 fue de 2.358.890 arrobas con un valor de 2.632.347 pesos oro.
Los pequeños propietarios de yerbales, que a la vez serían elaboradores de yerba, cuidarían debidamente sus árboles, en vez de desgajarlos sin consideración y aún derribarlos, como hoy, para facilitar la tarea , se suele hacer por los peones yerbateros.
Harían mejores instalaciones, tanto de barbacuás como de noques para depositar los productos, pues hoy, todo eso se hace por un año y al fin de la zafra se abandona, se trata de hacer lo menos costosamente posible, economías que influyen desfavorablemente en la calidad del producto.
Si la explotación se hiciera por empresarios estables el precio de la yerba se reduciría o las ganancias de los que la producen serían mayores, porque los gastos serían menores.
Hoy, en efecto, tiénese que movilizar anualmente las peonadas, y las mismas mulas que llevan las mercaderías necesarias para su manutención al empezar la cosecha, no pueden ser portadoras de la yerba, porque ésta no está elaborada todavía, y asimismo las mulas que van después a buscarla, para conducirla a la costa, no pueden llevar las manutenciones para la nueva cosecha, porque ésta va a tener lugar en otra zona de yerbales.
La vigilancia de los yerbales, aunque se aumentara el personal actual, tiene que ser deficiente siempre, dada la extensión (de sesenta y más leguas) de la zona  a cuidar, cubierta por otra parte, de densa vegetación y formada por un terreno accidentalísimo.
No es solo la zona en explotación la que hay que cuidar actualmente, sino también las otras que están en descanso.
El señor Fouilliand, que se ha ocupado extensamente del asunto, da fin a las consideraciones anteriores con las siguientes palabras:
“El día que el yerbatero sea dueño del yerbal sabrá perfectamente tomar las medidas del caso, para conservar el árbol destinado a darle una nueva cosecha cada tres o cuatro años, y tendrá cuidado de reemplazar por plantas nuevas todo árbol que desaparezca o cuyo producto no sea  ya remunerador; eliminará las tacuaras y las malezas que pueden contrariar la libre vegetación de la yerba y, por fin, establecerá su vivienda inmediata al yerbal y plantará lo necesario para asegurar su subsistencia, mejorando así las condiciones de vida en el interior de las selvas.
“En esta forma y en estas condiciones los yerbales no solamente se conservarán, sino que mejorarán  paulatinamente y el costo de la yerbas bajará de una manera notable, puesto que suprimirán en su mayor parte los gastos ocasionados por el acarreo de brazos y de víveres, alcanzando al mismo tiempo la colonización nacional de todo el Territorio de Misiones”.

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