Y mientras la luna se va destapando como para mostrarse coqueta y a pleno en las próximas noches; sí, es cierto que la tomo muy en cuenta en mi literatura lo que es explicable ya que allá en el tiempo de mis mocedades y a plena luna llena tras el anuncio de su vocero el urutaú que la anticipaba con lúgubre acento, aquellas noches de selva (como las llamaría un turista del primer mundo) en el marco de un secadero de te que habíamos instalado familiarmente en la sección segunda de Colonia Alberdi, perdón por la digresión pero pretendemos acudir a los recuerdos para entender el sabor que ellos pueden ofrecer más allá de la dura reflexión de la lucha por la vida, que muchas veces pretende enseñorearse con exclusividad de feudo conquistado.
No pretendemos quitar sufrimientos ni pesares que en todo caso pueden llegar a superar límites soportables, sí, mostrar la otra cara de la moneda, esa que, tras años, cobra un envidiable sabor de los recuerdos.
Todo este pensamiento que generalmente duerme inconscientemente en nuestro intimo “yo” tal vez por no dejarlo volar soplando clisés a los que estamos aferrados, se nos aparece como con deseos de mostrar a pleno la otra cara de la colonización en esta tierra misionera que, ante la llegada…
“ …Y la gente siguió llegando, la fama del “oro verde” fue creciendo, transformándose en un imán que atraía a hombres y mujeres de todas partes, ansiosos de poseer esa tierra que podía ser suya y que le prometía, si se entregaban luchando “a brazo partido” por ella, utilizando selva y suelo, libertades a veces conculcadas en su lugar de origen y ser dueños de sus vidas. Por cierto que el reto que aceptaban no era para nada fácil, tenían que dar para recibir, y como en toda transacción de este tipo, los hubo que fueron vencidos por la selva y no les quedó otra que la retirada, hubo los que perdieron la vida en la empresa, pero la gran mayoría y con suertes dispares, logró participar entonces de aquella euforia de la yerba mate, consolidar su familia, educar a sus hijos y vivir sin los temores de otros suelos agitados por guerras y luchas sociales.
Y como en todo emprendimiento colonizador, fueron aquellos primeros los que más sufrieron y lucharon en medio de una selva acogedora, aunque inhóspita, abriendo claros, volteando montes, construyendo chozas, sembrando, cazando, encontrando medicinas naturales para sus males y soportando mbarigüies , moscas de ura, víboras, arañas ponzoñosas y un mundo animal que trataba de defender a heredad selvática.
Y así fueron surgiendo casas, conformando pueblos, tentando gente que, enterada de las posibilidades que brindaba el “oro verde” decidió acometer la empresa participando de ella y, en casos, contando con medios económicos.
Cada día legaban más y más pobladores a Yerbal Viejo, carros y caballos levantaban polvareda en las calles terradas, calles que terminaban cuando el monte “ahí cerquita nomás” las atajaba.
Esa explosión poblacional se adelantó a la organización del pueblo y fue noticia que corría por todo Misiones, comenzando a verse el Yerbal Viejo como un fenómeno poblacional.
Prioritario resultaba dotar al naciente pueblo de instituciones de gobierno, proceder a su fundación oficial y darle nombre.
Así presionada por los acontecimientos, cuando la población superaba las centenas y la década casi se retiraba, se produjo la creación de las Comisiones Vecinales, luego la Comisión de Fomento y, desde el gobierno nacional, se le dio el nombre al pueblo: Oberá.
A la hora de hacer balance de esta colonización atípica y exitosa, se advierte que tanto aquellos que llegaron de los más remotos lugares, como los que lo hicieron río de por medio, hasta los que desataron caminos nacionales para poner el brazo a tal emprendimiento, han podido con toda justicia considerar cumplida su misión.
En la selva surgió un pueblo que pronto, muy pronto, pasó a ser el más importante del interior de Misiones y que fue conocido por tal como la “Capital del Monte” (Lo entrecomillado es reproducción de la página 13 del libro de mi autoría “La Sorprendente Oberá”)….
“…De Suiza a Yerbal Viejo
“ …el fuego era nuestra única defensa al alcance de la mano…”
(Mi tierra amada (8-VI-1920)
“El paraje solitario y la belleza de las serranías y valles que se veían en todas las direcciones, más, me admiraba de que nadie haya venido a vivir a este lugar… presentía algo en mi interior que me llenaba de júbilo, respirar aire puro rodeado de tan exuberante vegetación, levantar una colonia… Y seguí mi búsqueda. Por ahí se veía un cerrado piquecito por “uñas de gato”, apenas con señales de haber sido transitado… me costó avanzar usando el machete y ya pensé ¡lo primero era hacer un camino! .
Era tal mi desbordante alegría que olvidé el cansancio del viaje. Pronto desemboqué en un “rosado”, o sea un lugar desmontado (un claro en plena selva) pero cubierto por una muy alta capuera, de la que apenas sobresalía un techo de un rancho que parecía abandonado… la enramada podrida se caía a pedazos y lentamente me fui acercando y de lejos descubrí una muchacha desgranando porotos, sentada sobre un tronco …¡es ella!
Marta (se refiere a doña Marta Rothe de Lutz quien llegó a ser una reconocida anfitriona desde la “Sociedad Suiza” ) …,cómo están, como les va aquí?
“Te agradecemos Basilio que hayas venido. Mirá, esta “casa” nos ofreció en hospedaje un buenísimo señor, don Pedro Constantín. Estamos viviendo en extrema pobreza. Don Pedro y Leo fueron a trabajar en la chacra cerca de aquí ¡Ya es tarde, deben volver! ¡Mirá donde cocino! La olla es esta lata de kerosene y revuelvo con un palo ¿Como comemos?, ya verás, basta tener buen apetito. “No hay nada de nada, a no ser los mbarigüis que nos vuelven locos, de momento nos rodean nubes espesas. Egon llora, ¡las picaduras duelen! “Don Pedro nos enseñó a plantar estos porotos negros que dan mucho, también mandioca y maíz y ya ves ¡Qué cosecha hice esta mañana!
Cerca no hay un almacén y lo peor es que no tenemos ni un centavo…”
“Ya en casa desensillé mi caballo y mi mula, bajé las “bruacas” (bolsas de cuero) con todo lo que traía y llevé a los animales al rosado a descansar. En cambio Leo vino con un carro alquilado (como el de los polacos).
“¡Qué alegría ver a Leo y a don Pedro! Traían unas hermosas naranjas silvestres ¡Muy ricas! Y mucho cansancio y sudor,
Pasando el tiempo fui conociendo el lugar, montes, yuyos; sin herramientas especiales, se contaba con la fuerza de los brazos, pero… por dónde empezar?
Miedos
Por las noches el frecuente aullido de un tigre, en tanta soledad, era escalofriante, y tal vez, en más de una oportunidad coincidimos en soñar que nos engullían como un apetitoso manjar. Pero no menos durante el día debíamos andar con cautela, sobre todo cuando en el rosado descubríamos huellas frescas, es que andaban rondando (¿no sería Mamá Briguitt el Ángel que con sus oraciones nos conseguía amparo y protección del Señor entre tantos peligros?)
En verdad nunca los tuvimos que enfrentar ni tampoco jamás mordidos por esas enormes arañas como las había, ni menos con las víboras como las yararás, cobras, cascabel… eso sí, nos dieron frecuentes sustos más de una vez, debajo de nuestros camastros, descubríamos una gran víbora enrollada, especialmente en verano.
Pero mamá nos pidió que nos viéramos liberados de los mbarigüíes o de las nubes de polvorines nocturnos ¡tan pequeños y tan temidos! Como tampoco de esas frecuentes invasiones de hormigas gigantes.
El que lea esto dirá ¡Vaya con estas leyendas, fruto de la imaginación!… Pero fueron una cruda vivencia día a día. El fuego era nuestra única defensa al alcance de la mano. Durante la noche había que alimentarlo, ya que su luz ahuyentaba a los tigres y su humo a los temidos mosquitos. (Parte de un relato biográfico de don Basilio Lutz (inmigrante suizo) que nos fuera proporcionado por su hijo, Walter)
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