Agenda cultural
Con motivo del “Día de Idioma” que se celebra el 23, la Feria rinde homenaje a MARÍA MOLINER de cuyo Diccionario de Uso del Español (DUE), con el que desafió a la Real Academia Española (RAE), acaban de cumplirse 50 años.
Dada su posición política, izquierdista en una realidad franquista, los olvidos y humillaciones a los que fue sometida en las tumultuosas circunstancias de su época, no lograron torcer su obstinación: el diccionario
Medio siglo después, Moliner ha ganado su espacio en la historia de la lengua española a fuerza de pasión y perseverancia. En España, en la Biblioteca Nacional se le rindió homenaje recientemente con motivo de los 50 años de su diccionario. Por lo mismo hay una reciente reedición de su monumental obra, que ella sola escribió durante quince años ininterrumpidos.
Cuando los hijos comenzaron a dejar la casa paterna para seguir sus derroteros, ella comenzó la tarea de tender puentes con las palabras. El DUE se nutrió, en buena medida, de las palabras que Moliner encontraba en los periódicos. ”De allí viene el idioma vivo, el que se está usando, las palabras que tienen que inventarse al momento por pura necesidad”, decía la autora.
En una semblanza escrita en 1981 cuando supo de su muerte, García Márquez expresaba: “[…] hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana […] tiene dos tomos de casi 3000 páginas en total que pesan tres kilos y, viene a ser, en consecuencia más de dos veces más largo que el de la Real Academia de la Lengua y -a mi juicio- más de dos veces mejor. María Moliner lo escribió en las horas vagas que le dejaba su empleo de bibliotecaria y el que ella consideraba su verdadero oficio: remendar calcetines […] sus únicas herramientas de trabajo eran dos atriles y una máquina de escribir portátil, que sobrevivió a la escritura del diccionario […] Cuando se sintió naufragar entre libros y notas, se sirvió de un tablero apoyado sobre el respaldo de dos sillas. Su marido fingía una impavidez de sabio, pero a veces medía a escondidas las gavillas de fichas con una cinta métrica, y les mandaba noticias a sus hijos. […] Pasó sus últimos años en un departamento del norte de Madrid, con una terraza grande, donde tenía tiestos de flores que regaba con tanto amor como si fueran palabras cautivas […] En 1972 fue la primera mujer cuya candidatura se presentó en la Academia de Letras, pero los muy señores académicos no se atrevieron a romper su venerable tradición machista. Solo se atrevieron hace dos años, y aceptaron entonces la primera mujer, pero no fue María Montaner. Ella se alegró cuando lo supo porque le aterraba la idea de pronunciar el discurso de admisión. ”Qué podría decir yo”, dijo entonces, “si en toda mi vida no he hecho más que coser calcetines?”