Cada vez que escucho estas preguntas no puedo evitar las emociones que vienen a mí. Me cuesta pensar que se vea como algo raro… cuando considero que debiera ser una práctica habitual, por ser sana y enriquecedora.
Nunca tengo problemas en contestar, «sí». Fue uno de los placeres que pude compartir con amigos del alma. Hoy continúan, más de 30 años después, un grupo de fanáticos lectores, que simplemente buscan: compartir un momento de reflexión, con lectura y un exquisito brindis.
La aventura inició un 4 de agosto de 1981 estábamos, un grupo bastante numeroso de amigos, en casa de mi hermano Francisco (ahora fallecido) y yo compartía la mesa con la señora Alicia Corró, que en aquél entonces era la vicepresidenta de la Biblioteca Popular Sarmiento de Oberá.
La conversación cayó sobre los libros y la lectura, comentando lo poco que se leía en Oberá y, palabra va y palabra viene, en un cierto momento Alicia me dice: «¿Por qué no formamos un centro de lectura en la Biblioteca Popular Sarmiento?». A mí la propuesta me encantó e inmediatamente pensé que la Feria del Libro, que desde hacía 4 años se realizaba en Oberá, podría trabajar en promoción de la lectura junto con la Biblioteca Sarmiento.
Dos días después nos reunimos, los miembros de la Feria y los de la Comisión de la Biblioteca, y expusimos nuestros planes. Todos aceptaron el desafío: «Leer en forma comunitaria» para que la lectura sirviera de lazo de amistad y facilitara el intercambio de ideas, cuando la interpretación de un texto fomentara la discusión.
Se decidió reunirnos, una vez por semana, en la Biblioteca, para comentar algún libro. Y así lo hicimos.
En el primer encuentro se leyó y comentó: «El principito» de Saint Exupéry. Realmente esta primera prueba, más que una lectura comunitaria, fue un comentario del lector frente al público.
Así también sucedió, con el siguiente encuentro, con la lectura de «Alicia en el país de las Maravillas» de W. Carrol, leída y comentada por las señoras Ledy Baugarten y Loty Dutra.
La tercera lectura infantil fue «Salvador Gaviota» y después de él se empezó a leer los best-seller que salían semanalmente, y poco a poco, casi sin darnos cuenta, pasamos a los clásicos de la literatura universal.
En el interín la Biblioteca Sarmiento se había mudado al edificio de la CALO en la calle Buenos Aires y 9 de Julio y nosotros, por un tiempo, nos mudamos allí, pero en el año 1988 decidimos reunirnos en mi casa o en el chalet del matrimonio Wust o en la villa de Tita Romero o en la casa de Alicia Tatarinoff. Así que nos volvimos «itinerantes».
Con el tiempo, pero con menos frecuencia, nos reunimos en la casa de Negra Marín, Hilda Viana, Gino Morchio, Ada Venchiarutti, Doris Brizuela, Ana Rasmussen.
No puedo dejar de recordar dos maravillosas personas lectoras que han abandonado el mundo por siempre: Mirian Brezan y Liliana Moreira.
Para que el lector pueda seguir claramente nuestra forma de trabajar, diré que cada sábado de 16 a 21 hs., en la casa de uno de los socios, nos reunimos para leer. Lógicamente no hay turnos estrictos para las lecturas; pero creo las «sedes» más elegidas son: mi casa, la de Alicia Tatarinoff y la del matrimonio Wust. Pero en todas nos sentimos bien y el tiempo vuela.
A pesar de nuestro espíritu profundamente republicano, hemos elegido un rey: Carlos Wust; y su virrey: Luis Benedicto Morchio, que presiden las reuniones y dan órdenes, que siempre son aceptadas por los súbditos.
Terminado un texto se proponen otros que, a veces, se aceptan por unanimidad, a veces son discutidos, pero al fin se llega a un acuerdo y se empieza la lectura.
Generalmente empieza el rey pero, cuando falta, cualquiera lo puede hacer.
La Biblioteca del dueño de casa es la fuente de explicación para los momentos difíciles de la lectura; a veces las discusiones sobre la interpretación de un episodio se prolongan en cuestiones muy secundarias y alguien llama al orden, así que todo continúa en paz hasta la hora del brindis, que generalmente es una cena comunitaria.
¿Cuántos libros leímos? Seguramente, más de 90!