Pregón Misionero publicó días atrás un título en tapa «Violencia en las Escuelas» y a continuación «Una estudiante fue apuñalada frente al BOP 105 de nuestra ciudad. Es un  caso de los tantos que se dan a conocer últimamente. La menor ya fue dada de alta. Acusaciones cruzadas entre las madres de las protagonista»
   Nuestro semanario está a cumplir cincuenta años de vida periodística y creemos que por vez primera un hecho educativo-policial ocupa lugar tan significativo y una profunda pena nos embarga porque esa institución -la escuela- y en especial la escuela pública de enseñanza primaria -se nos ha aparecido como el slogan construido y ganado por sus virtudes en un «segundo hogar» para los alumnos que a ella concurren. Sí, cierto puede verse todo esto como una construcción etimológica frutos de un ayer, ese ayer que hoy pareciera  querer verse asociado a atraso cultural o, en todo caso, fuera de lugar en tiempos de cambio en el que vemos hasta con inquietud que cada cual trata de ubicarse en lo nuevo sin alterar su ritmo y su experiencia de ayer para ello.
   Más allá de nuestra ascendencia vinculada a la educación desde mucho tiempo atrás, el haber sido profesor de enseñanza secundaria por más de treinta años nos permitió no solamente transmitir conocimientos inherentes a la materia que dictaba, sino atender y entender en los jóvenes esa necesidad que tienen de que se les brinde ese conocimiento de tal forma que se sientan partícipes en la clase y no convidados de piedra de ella, con  su correlato: que ellos mismos  intentan profundizar lo enseñado. ¿Que qué se consigue con ello? Que su tiempo en clase no sea una pesada carga que imaginen roba su tiempo íntimo de ocio y, lo más significativo para obtener el éxito escolar es que se atienda al alumno como ser pensante, que lo es y no como integrante de una nómina rutinaria y entendemos que así de simples estas experiencias  pueden ser tomadas en cuenta con el fin de lograr armonía y dedicación en el aula y contribuir a vivir la vida en aula desprovista de cargas emocionales y ansiedades privadas.
   Volviendo al caso que nos ocupa, esa violencia por parte de alumnos de escuelas no es más que el drama del hombre violento que se expresa de esa forma en cualquier lugar, hombre producto del eterno desosiego social que, en nuestro país ha tenido muchas formas de expresión en el pasado y que ubicaríamos como explosivo en el tercer tercio del siglo XX  en el que la dictadura enarboló como bandera la delación y como misión los crímenes de lesa humanidad, con su correlato, el rompimiento del tejido social que era hasta entonces una suerte de barrera que abrió una brecha impensable en cuanto a convivencia social y que a partir de la democracia en 198 agitó a las distintas presidencias que se sucedieron.
   El producto de ello es una acentuada grieta (utilizando la palabra de moda en el mundo político) que enancada en la carencia cultural y económica permite que aparezca como difícil de solucionar y que deriva en problemas de violencia en todas sus acepciones, llevando a los hogares la intranquilidad y el rompimiento de la unidad familiar y como consecuencia actos de irresponsabilidad civil que pueden incursionar en el campo del delito y hacen que la sociedad las sufra en profundidad.
   Como se ve y a pesar de los esfuerzos que puedan hacer los gobiernos de turno los problemas originados por la violencia y que aparecen en constantes circunstancias están pasando a ser moneda corriente.
 Entendemos que contener a los violentos a partir de sus primeras señales es materia que cae derivada a la sociedad en su conjunto por lo que todos tenemos el compromiso de coadyuvar al violento con  la sensibilidad que el caso requiere, ya sea a través de organizaciones o en acción personal, toda una acción comunitaria que puede alcanzar importantes ribetes.
En el Día del Idioma
    El 23 de abril de 1616 muere en Madrid el escritor español Miguel de Cervantes Saavedra, autor del Ingenioso Hidalgo Don  Quijote de la Mancha. En su honor se ha declarado este día como el del Idioma, para todos los países de habla hispana.
   En España se suelen reír un poco a costa de los habitantes de Buenos Aires, diciendo que «visten en sacos, viven en cuadras y se llaman todos Che». Para un  porteño,  esto no tiene nada de risible.: para él, el saco es una prenda de vestir (que los españoles llaman «chaqueta» o «americana», mientras que para ellos el saco es una bolsa); la cuadra es una sección  de vereda entre dos calles (para un español, la cuadra es un  establo); y lo de  che es una interjección habitual para dirigirse a alguien o llamarlo. Además comparemos estas expresiones: todas significan lo mismo,  y todas son utilizadas en Argentina (la segunda, la tercera y la cuarta son exclusivas de ciertas zonas del país, las otras dos son comunes a todos los pueblos que hablan  castellano). Por otra parte, sabemos bien que las pronunciaciones varían de región en región: por ejemplo, donde en castellano formal se dice «Ya llegó el señor juez», un  andaluz pronunciará: «yia yiegó er señó hués»; un centroamericano del Caribe dirá: ia iegó el señor hués»; un rioplatense: «ya yegó el señor juez». En vista de todo esto, ¿qué sentido tiene decir que en toda España e Hispanoamérica hablamos un  mismo idioma, si varían tanto la pronunciación como el vocabulario?
   En primer lugar, lo que hemos llamado el «lenguaje formal» nos es común y todos lo escribimos y, hasta cierto punto, lo pronunciamos de la misma manera. Además, la mayoría del vocabulario nos es común  también,»mesa», «oír», «bueno», máquina», pronto, etc. se utilizan y comprenden igualmente tanto en Castilla como en Centro América, en  Andalucía, como en Méjico o el Río de la Plata. Y, por último, cosa más importante aún, las formas gramaticales son las mismas: en esa frase que pusimos al comienzo, los modos de decir «niño» y «tonto varían completamente, pero la estructura gramatical es la misma siempre: «ese… es medio…»  o «ese… es un…» De este modo la identidad de las formas gramaticales (morfología y sintaxis) y, en parte, la identidad del vocabulario, es lo que constituye la identidad de un idioma. Las
pronunciaciones varían según  la región, pero eso no impide que los habitantes de una  zona comprendan  a los de otra. Las diferencias más importantes recaen sobre el vocabulario. Hay un  vocabulario que es común a todos los que hablan el mismo idioma: el vocabulario que se enseña en las escuelas, el que se utiliza en los libros y periódicos, en las lecturas públicas, las conferencias, el teatro no regional, la conversación  ceremoniosa: es el  lenguaje formal o literario. Desde esta base común comienzan las diferencias. Cuando hablamos en familia, utilizamos un  vocabulario menos refinado, que además se puede variar según  la región (por ejemplo, a «zonzo» o «sonso» que se utiliza en ciertas zonas de América, corresponde el español «bobo», etc.) es el lenguaje coloquial o familiar. El lenguaje  literario y el familiar son las dos formas del lenguaje culto corriente.
Dialectos
   En todo idioma hay un  cambio incesante a través de las generaciones.
   Este cambio no se deja sentir mucho de una generación a otra, pero llega un momento en que las pequeñas modificaciones se han  acumulado y  multiplicado tanto, que el idioma cambia de aspecto; por ejemplo desde el latín vulgar, como se hablaba entre los siglos II a.C. y IV d.C. hasta el español moderno, se trata de una misma habla con modificaciones a través de siglos: el español arcaico o medieval, tal como lo hallamos, por ejemplo, en el Poema del Cid; el español preclásico, del siglo XV; el  clásico de los siglos XVI-XVII; el del siglo XVIII, ya casi idéntico a la actual; y las formas que ha ido tomando el español en América. Pero sabemos que el español era propiamente el habla de Castilla (castellano), que se impuso a otra cantidad de hablas regionales, también provenientes del latín: el leonés, el asturiano, el riojano, etc. Estas hablas, modificadas a través del tiempo, se mantienen  aún en sus respectivas regiones constituyendo los dialectos del español, diferentes del idioma nacional tanto por su pronunciación y vocabulario como por sus formas gramaticales. Así, por ejemplo, en Italia hay multitud de dialectos, a menudo tales que los hablantes de uno  no se entienden con  los hablantes de otro, y lo mismo, de modo más acentuado, ocurre en China.
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Categorías: Columnas de Opinión

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