En comunión con toda la Iglesia, hemos iniciado el Año Jubilar de la Misericordia, bajo el lema «Misericordiosos como el Padre». Nuestro sumo Pontífice, el Papa Francisco, nos invita a transitar este Año Jubilar, porque el jubileo es un tiempo favorable para todos nosotros, porque contemplando la Divina Misericordia, que supera todo límite humano y resplandece sobre la oscuridad del pecado, podemos convertirnos en testigos más convincentes y eficaces. Dirigir la mirada a Dios, Padre misericordioso, y a los hermanos necesitados de misericordia, significa poner la atención en el contenido esencial del Evangelio: Jesús, la Misericordia hecha carne, que hace visible a nuestros ojos el gran misterio del Amor trinitario de Dios.
Celebrar el Jubileo de la Misericordia equivale a poner de nuevo en el centro de nuestra vida personal y de nuestras comunidades, lo específico de la fe cristiana. Es decir, Jesucristo, el Dios misericordioso […] Este Jubileo, de hecho, es un momento privilegiado para que la Iglesia aprenda a elegir únicamente «lo que a Dios le gusta más». Y, ¿qué es lo que «a Dios le gusta más»? Perdonar a sus hijos, tener misericordia de ellos, para que puedan a su vez perdonar a sus hermanos, resplandeciendo como antorchas de la misericordia de Dios en el mundo. El Jubileo será un «tiempo favorable» para la Iglesia si aprendemos a elegir «lo que a Dios le gusta más», sin ceder a la tentación de pensar que hay otra cosa que es más importante o prioritario. Nada es más importante que elegir «lo que a Dios le gusta más», es decir, su misericordia, su amor, su ternura, su abrazo, sus caricias […] Ciertamente, alguno podría objetar: «Pero, padre, la Iglesia, en este Año, ¿no debería hacer algo más? Es justo contemplar la misericordia de Dios, ¡pero hay muchas necesidades urgentes!». Es verdad, hay mucho que hacer, y yo soy el primero que no se cansa de recordarlo. Pero es necesario tener en cuenta, en la raíz de la falta de la misericordia, está siempre el amor propio […] En el mundo, esto toma la forma de la búsqueda exclusiva de los propios intereses, de placeres y honores unidos al querer acumular riquezas, mientras que en el vida de los cristianos se disfraza a menudo de hipocresía y mundanidad. Todas estas cosas son contrarias a la misericordia. Los lemas del amor propio, que hacen extranjera a la misericordia en el mundo, son tantos que a menudo no somos ni siquiera capaces de reconocerles como límites y como pecado. Es por esto que es necesario reconocerse pecadores, para reforzar en nosotros la certeza de la misericordia divina. ‘Señor yo soy un pecador, Señor yo soy una pecadora, ven con tu misericordia’. Y esta es una oración bellísima, es una oración fácil para decir todos los días. ‘Señor yo soy un pecador, Señor soy una pecadora, ven con tu misericordia’. (Francisco, Papa. Ciudad del Vaticano, Audiencia General, miércoles 09 de diciembre de 2015).
Así, el domingo 13, nuestro Padre Obispo, Damián Santiago Bitar, presidirá la solemne pero sencilla ceremonia de apertura de la Puerta Santa, en la Iglesia Catedral, recordando la invitación del Papa a «dejarse sorprender por Dios», porque «Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida». «Él es la Puerta a través de la cual venimos a ti, manantial infinito de consolación para todos, belleza que no conoce ocaso, alegría perfecta en la vida sin fin».