En un tiempo en el que la ciencia está poniendo al descubierto los más íntimos vericuetos en el ser humano con el fin de prolongar su vida y, por sobre todo, hace lo posible e imposible para que ésta sea placentera partiendo de un óptimo físico y se preocupa en grado sumo por encontrar caminos para que, antes de ver la luz del día, el ser en estado de gestación pueda aparecer al mundo acorazado de lo necesario para que en su vida se puedan tomar a tiempo las necesarias medidas para no caer en largas y penosas enfermedades, nosotros, profanos en el tema, pero asombrados ante tanto progreso científico, nos pusimos a pensar en que hay algo todavía que no ha sido profundizado debidamente y ese algo es controlar la glándula u órgano pertinente que permite al individuo vivir estados de violencia de todo tipo y con las más disímiles características (¿lo dijimos bien, doctor?)
Desde el que produce atentados terroristas haciendo explotar bombas que matan a gente inocente e indefensa, al elevado señor que desde su escritorio y por motivos políticos, económicos o como fuere no le tiembla la voz ni el pulso para ordenar bombardeos intimidatorios, represivos o de conquista –caiga quien caiga en ellos-, o aquel que coarta la libertad ajena mediante un secuestro que puede terminar con la vida de la víctima si no recibe el dinero solicitado por el rescate; hasta ese otro que por problema pasionales “destroza” a su víctima; o quien, movido por bajos instintos, produce una violación que puede terminar además en asesinato; para llegar a éste, el que lúcido, o en estado de ebriedad, saca a relucir sin prurito alguno un arma blanca o de fuego para “liquidar” un juego de truco, una discusión o una pendencia cualquiera.
La enumeración de los estallidos de violencia humana que a diario tienen lugar en el mundo es inacabable y lamentablemente repetidos, y lo más dramático que, como consecuencia de esa repetición, estamos pasando a un estado de aletargamiento conformista y “el mundo está cambiando”, pasa a ser una constante irracional, pero frecuente. Y eso es lo grave.
Imaginando un mundo como el que dejamos entrever en el primer párrafo que nos hace suponer o, al menos querer suponer, aquello que ya se decía en tiempo de nuestros abuelos “mente sana en cuerpo sano” soñamos despiertos con un mundo pacífico y solidario, hasta que otra vez la lucecita impertinente nos dice por lo bajo ¿qué hacemos con la realidad violenta?
Lo admitimos, la violencia en nuestros trajinados días de este siglo se nos ha metido entre ceja y ceja, de tal suerte que revienta por aquí y por allá produciendo desde el ingenuo, colorido y angustiado comentario vecinal que aumenta de rating con “esa” noticia, hasta el aumento de rating de audiencia, de lectores, o de platea, en los medios de comunicación que cuentan, muestran o escriben multiplicando su énfasis cuanto más espeluznante es el libreto del día.
Y, mientras usted, como nosotros, todos habitantes a campo traviesa, quizás esté pensando que en tales circunstancias los hombres nos parecemos a esos congéneres (al menos en regatear la supervivencia) alados que revolotean en círculo “olfateando” el cuerpo de la víctima, observamos a buen tiempo que, si seguimos el tema desde el punto de vista en que lo estamos encarando, corremos el peligro –cosa común en este oficio de computadores informativos- de caer en el “regodeo”.
Hace alrededor de un millón de años aparecieron en alguna parte del mundo antiguo, quizás en Asia o África Austral, seres en los que se vislumbraban destellos de humanidad.
Este primer hombre era de características muy primitivas, el pitecántropo, con su frente deprimida y su mandíbula maciza marchaba erguido sobre sus miembros. Se distinguía de los animales más que por sus diferencias físicas por dos conquistas fundamentales: la utilización del fuego y la fabricación de armas y utensilios, primero en madera y después en piedra, sobre todo en sílice. Los hombres llegaron a tallar esa roca dura, golpeándola con otra piedra. Con creciente habilidad perfeccionaron los instrumentos, hachas en forma de almendra, puntas de flecha, pero su mayor logro fue utilizar el arco y las flechas.
Ya en la Edad de los Metales, posiblemente por accidente, algún artesano mezcló el cobre con estaño, produciendo el bronce que revolucionó el arte de la guerra, tan viejo como el hombre mismo. Los pueblos que trabajaron el bronce, obtuvieron de él espadas y puñales, puntas de lanzas y flechas más efectivos que los de piedra y cobre; aparecieron, además, las armas defensivas como los cascos y las corazas.
El descubrimiento del hierro, introducido por los pueblos arios, ocurrió en los tiempos históricos, y revolucionó la economía y la guerra, permitiendo a los pueblos de la Mesopotamia asiática dominar durante varios siglos a los grupos que allí encontraron.
La estación histórica que elegimos para describir la violencia en su máxima expresión es la de la primera guerra mundial 1914-1918 iniciada por el atentado seguido de muerte (en fin, asesinato) en la persona del archiduque heredero de Austria Francisco Fernando y que involucró a varios países, provocando miles y miles de muertos.
La guerra de posición convierte a los hombres en “animales de trinchera” En la tierra y en el barro, entre ratas y miseria, millones de hombres vivirían y morirían durante cuatro años.
La experiencia no alcanzó y tuvo lugar la segunda guerra mundial librada durante 2184 días de lucha y con su corolario de miles y miles de muertos.
Dejando atrás el túnel de los tiempos elucubramos que el ingreso de armamentos sofisticados, así como el desarrollo de la aviación, la energía nuclear al servicio de la guerra, los misiles y todo lo que evolucionó en la materia, hace que de allí en más los conflictos armados, si bien hacen temer otra guerra mundial, no alcancen esa dimensión aun cuando el reciente terror en Francia ante la masacre provocada por los yihadistas y que conmocionó al mundo; la declaración del presidente francés Hollande de guerra total, nos hace repetir la palabra del Papa Francisco cuando se refiere a que ya se vive la tercera guerra mundial, muestran que la escala de violencia en el hombre sigue incólume y acrecentándose en cuanto hace a la alevosía empleada, con la particularidad de no regirse por ninguna ética y como castigo con que se envuelven unas y otras, involucran no solamente a los bandos en combate, sino a los civiles, especialmente mujeres y cada vez más niños que mueren en la emergencia y que van señalando otra particularidad en estas escala de la violencia humana.
El gran debate
El primer debate entre candidatos presidenciales en nuestro país ha iniciado un camino democrático que hace presumir que en adelante se utilizará este medio en similares circunstancias, cierto que, como estreno y en un entorno nacional en el que la barricada pretende superar al razonamiento o, dicho en otro léxico, las chicanas y
gambetas dedicadas a la tribuna partidaria desconciertan, impidiendo ilustrar sobre acción a futuro en temas puntuales, esperados por los oídos de miles de argentinos ansiosos ante la jornada electoral –balotaje- del próximo domingo. Por ello las primeras evaluaciones del debate estuvieron teñidas de tribuna partidaria, pero, como se dice vulgarmente “el pueblo no come vidrio”, y, aunque lo pretendamos olvidar a veces, el nuestro es un pueblo de una media cultural más que aceptable por lo que en días siguientes se comenzó a analizar el porqué de esa falta de respuestas, el porqué del sintético análisis, de uno u otro candidato, siendo como son en este caso tanto Scioli como Macri políticos avezados a los que no se les puede achacar, por los cargos que ejercen, falta de conocimiento de los temas que preocupan a los ciudadanos y aún cuando en algún tramo de sus mochilas puedan llevar carga pesada, producto de su accionar público, los vemos capaces para responder respuestas, esas que la gente estuvo esperando y en tren de hilvanar conjeturas nos aferramos a una: el debate no fue tal como se lo imaginaba porque los organizadores pusieron frente a frente a los candidatos para que en minutos (sí, minutos) preguntaran o respondieran en una suerte de ping pon, algo así como darle al sediento en un desierto solamente un vasito de agua.
El resultado quedó a la vista y lo que entonces aparecía ser un paso decisivo para aclarar dudas en los electores en las intenciones de gobierno de cada candidato se vio postergado para el balotaje del domingo, donde el votante, privado de conocer sus pareceres, pero nutrido con tantas y tantas entrevistas posteriores a los candidatos a través de los medios, sí conocerá todo aquello que no pudo saborear cuando el gran debate y, en muchos casos podrá descargar un tanto su mochila político- emocional y votar al candidato que encuentre más sólido en función de andamiaje gubernamental del país. De todas formas el debate del día 15 enfervorizó y mostró, por el hecho en sí, una madurez democrática por parte de la gente que reconforta y este histórico primer debate entre candidatos a presidente de la Nación será una herramienta que se utilizará en adelante en distintos estamentos electorales.