A pocos días de las elecciones a nivel nacional, provincial y municipal, en el cual ejerciendo nuestros derechos y deberes cívicos, elegiremos a quienes nos representarán como servidores públicos durante los próximos cuatro años, deseo sintetizar algunas reflexiones que los obispos argentinos reunidos en Comisión Permanente expresábamos en marzo pasado.
«Las elecciones y la alternancia en el ejercicio de las funciones de gobierno son elementos normales y al mismo tiempo indispensables de la vida republicana, como tales no habrían de encender violencias o generar enfrentamientos irreductibles.
El proceso electoral es una preciosa oportunidad para un debate cívico acerca del presente y del futuro que deseamos para la Argentina. Es necesario crecer en madurez para que un cambio de autoridades no signifique una crisis sino una alternancia normal en la vida democrática.
Invitamos a los candidatos para que ofrezcan sus propuestas, sin incurrir en agresiones. Que se traten con respeto y cordialidad, por cuanto no son enemigos sino adversarios circunstanciales que pueden continuar dialogando y trabajando juntos por el bien común al día siguiente a la elección.
Pensamos que algunos objetivos deberían ser compartidos por todos, como: la superación de la marginación y la pobreza extrema, la desnutrición infantil, la generación de fuentes de trabajo, el respeto de los derechos humanos y la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural, el fortalecimiento de la educación inclusiva y de calidad, la lucha contra el narcotráfico y la trata de personas, la transparencia en la administración pública y la lucha contra toda forma de corrupción.
La elección de gobernantes en los poderes ejecutivos y legislativos de todos los niveles, no debería ser el resultado del marketing. En un ejercicio de elección responsable como ciudadanos, debemos evaluar a los candidatos no por su imagen mediática sino:
Al ponerse de relieve las diversidades entre propuestas, candidatos e ideologías, no debe hacernos perder de vista lo que nos une. Miremos nuestros vínculos más allá de legítimas pertenencias partidarias o de sector.
En vísperas del Bicentenario de la Independencia, mirando el camino recorrido, nos preguntamos: ¿Qué hemos hecho los argentinos con nuestro país?
Y también con esperanza hacia el futuro: ¿De qué debemos liberarnos aún, que cadenas nos atan todavía impidiéndonos ser mejores como pueblo? ¿Qué podemos ofrecer al mundo para que nuestro país sea un lugar más semejante a lo que Dios sueña para la humanidad?»
Queridos hermanos y amigos, junto a estas reflexiones del episcopado argentino, me permito invitarlos a cultivar un clima de diálogo y amistad social a fin de cuidar y afianzar la unidad de nuestras ciudades, pueblos y colonias.
El Papa Francisco, no decía hace pocos días en Filadelfia EE.UU.-: » Nuestra casa común no tolera más divisiones estériles… El mundo de hoy está cansado de inventar nuevas divisiones, nuevos quebrantos, nuevos desasir es… Ojalá cada uno de nosotros se abriera a los milagros del amor para el bien de todas las familias y poder así superar el escándalo de un amor mezquino y desconfiado, encerrado en sí mismo e impaciente con los demás».
¡Derribemos definitivamente los muros que nos dividen y edifiquemos más puentes que nos unan! La tarea es de todos, pero una responsabilidad particular tendrán quienes aspiren a ocupar cargos públicos luego del acto electoral. No está de más recordar que la autoridad se legitima cuando se ejerce con espíritu de servicio, cuando se procura el bien común, atendiendo prioritariamente a los más desfavorecidos y contribuyendo al fortalecimiento de la familia, célula básica de la sociedad.
Con ánimo esperanzado, asumiendo con fortaleza los desafíos que se presentan, invito a todos a unirnos en oración por nuestra patria. Jesucristo, Señor de la historia, bendícenos, ¡te necesitamos!