Siempre sostuvimos que cada siglo muestra y deja su impronta.  Mientras en el siglo XIX se perfilaron instituciones y se logró avanzar cultural, económica y políticamente  en un esfuerzo por organizar gente en busca de armonía social, trabajo y educación tras la maraña de luces y sombras que lo antecedieron; el  siglo XX nos mostró la reacción de la gente que pretendió parcializar herencia para sí, algo que afloró con total desparpajo dando lugar a las guerras mundiales y su secuela las revoluciones regionales utilizando armamentos en oferta y pasiones nacionales incontroladas en busca de la hegemonía, lo que  nos sumió, quiera que no,  en soportar, en función país, tutelajes socio económicos de aquí y de allá generando presiones que abiertamente pretendían restringir paso a paso las libertades que creíamos haber conseguido desde 1816, si nos retrotraemos en pensamiento recordamos que  esto último suena más a intromisiones ajenas, para enseñarnos a dar los primeros pasos como país, y bien, un poco por necesidad y otro poco por ese espíritu de emulación lograron hacernos  bailar a su ritmo, algo que nos adelantó rápidamente tras ese “comedido” tutelaje que hicimos mención más arriba.
De todas maneras, nosotros que fuéramos  descendientes del inconmensurable virreinato del Plata,  tras aquellas avanzadas arrolladoras, llegamos a vivir  tiempos de lujo, crecimiento y bonanza para nuestro país y –aunque aferrados a nuestra soberanía- estuvimos en condiciones de abrir puertas al mundo que nos necesitó y mucho cuando la provisión de alimentos durante la guerra mundial y tras esa apertura aparecer no ya como una factoría subdesarrollada para dar paso a una nación estado poblado de un conjunto de voluntades que, si bien enroladas en distintas ideologías, mostraban un abigarrado espíritu nacional en cuanto hace a ir ingresando en la civilidad activa a aquellos que no tenían ni voz ni voto, y ese ingreso en la segunda mitad del siglo XX mostró que esa Arca de Noé que en sentido figurado aparecía ser nuestro país comenzó a deteriorarse ante el reparto del presupuesto de acuerdo a los nuevos tiempos pautados.
Algo así como lo que le sucedió a Solón en la Grecia antigua quien, en la confianza de resolver el problema en la lucha por la igualdad entre plebeyos y patricios, se ocupó en darles –al mejor estilo del rey Salomón- a unos y a otros mejoras económicas que a ninguno le satisficieron y  se mostraron descontentos a tal punto que le cerraron el grifo del poder.
Entendemos que hablar del siglo XXI es prematuro, ya que dos décadas vividas es poco tiempo, sin embargo algo venimos observando con preocupación, los perfiles de los que pretenden dictar normas al mundo se están desdibujando, reina más el descalificativo, la persecución, la violencia, el show mediático y protocolar, el desborde callejero, la destrucción sin reparos de bienes materiales y hasta un Guantánamo para los que no piensen igual, atrevimiento en cada caos que se produce en distintas partes del mundo y que se ha acentuado en Latinoamérica por diferencias ideológicas, deseos materialistas y desplantes de todo tipo tras del poder, cierto que esas actitudes surgen de conatos producto de la rebelión de los pueblos contra sus gobernantes o del deseo de poder de los que más tienen y que, como lo escuchamos decir un día amparándose en eso de “la plata no da poder, hay que agregarle la política”.
Sin embargo, y como se dice, no hay mal que dure cien años, y en lugar de atormentarnos ¿por qué no pensar que ya se nos están acercando nuevos tiempos que mucho prometen y que en lugar de vociferar “grieta” en nuestro país se vaya logrando que se viva la vida amigablemente, como merece ser vivida, así en unidad de acción, algo que hará posible rescatar lo que se está perdiendo o se perdió en las grandes ciudades: cordialidad, respeto mutuo y fe, todo un don de gente civilizada y, para ello y por sobre todo un urgente rescate de quienes integran esa masa de pobres y carenciados y que sufren hambre en una Argentina que se ha caracterizado en algún tiempo de ser el granero del mundo. La tarea aparece como no fácil, pero confiemos en quienes asumirán sus funciones el 10 próximo.
Y ante tanta preocupación bien vale que nos ocupemos de nuestra gente, de este turno de gobierno misionero que ya finaliza y que ha encabezado el licenciado Hugo Passalacqua, un obereño a carta cabal que ha sabido rodearse de un equipo de gente joven: el vice gobernador Oscar Herrera Ahuad, electo gobernador que asumirá el próximo 10, ministros e intendentes que en una u otra dirección han cumplido con su misión, esa misión que no ha sido otra que bregar para que los misioneros puedan transitar la dura crisis reinante en el país de la mejor forma dentro de un clima de paz y convivencia para nada enrarecido y, a la par, pasar a ser un gran luchador porque se cumpla el federalismo bien entendido, ese federalismo que dicta la Constitución, pero que en la práctica deja mucho que desear su aplicación a la realidad nacional; y propulsor de un fuerte misionerismo sin olvidar que tras él y ellos está la figura del  ideólogo y estratega de la Renovación y presidente de la Cámara de Diputados, Carlos Rovira.
En definitiva que si bien la crisis que estamos viviendo es de fuerte rango, Misiones ha sido y es una provincia pujante y emprendedora, que como colofón de su trabajo ordenado está logrando ser un boom en materia turística que tiene como estrella a las Cataratas del Iguazú, maravilla del mundo, que ya se encuentra unida a aquel a través de la línea aérea que va y viene a y de Madrid, los saltos  del Moconá, el Salto Encantado y cientos de arroyos y cascadas en los que se explota el turismo familiar y todavía cuenta con exuberante vegetación.

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Categorías: Columnas de Opinión
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