“La fundación del pueblo Nuestra Señora de los Reyes Magos de Yapeyú, tuvo lugar el 4 de febrero de 1627. Un pueblo de las Misiones en el que el destino quiso que naciera en él, el Libertador de América, don José Francisco de San Martín, un 25 de febrero de 1778.
Diez años antes habían sido expulsados los jesuitas de ese mundo gigante que asombra a quienes se internan en su estudio para indagar sobre aquella ciclópea obra realizada por un puñado de sacerdotes y que llegó a contar con una población de más de 100.000 habitantes, cuando Buenos Aires apenas reunía 3 a 4 mil.
“Confieso que una de las impresiones más profundas y grandiosas me la han producido los trabajos y penalidades de todo género que hubieron de arrostrar los jesuitas para la fundación de tantos pueblos, de muchos de los cuales solo existen las ruinas, como mudo testimonio de su valor, inteligencia y perseverancia. Semejante empresa hubo sin duda de ser llevada a cabo por hombres de férreo temple, y sólo pudieron conducirla a feliz término, sostenidos por el supremo estímulo de la fe religiosa” fue la reflexión que data de 1872 de Francisco Javier Brabo.
“San Martín era hijo del teniente gobernador de Yapeyú, capitán Juan de San Martín, siendo gobernador del Río de la Plata don Bruno Mauricio de Zabala. La madre era doña Gregoria (¿Jerónima?) Matorras, porteña y noble, hija de don Jerónimo Matorras, personaje fantástico que había comprado al rey en 12 mil duros la gobernación de Tucumán, y que tomó después a su cargo la conquista del Chaco, dando una fianza de 50.000 duros más. En esta y otras aventuras malgastó la fortuna que tenía, quedándole sólo a su hija eriales extensos en las orillas de la capital, conocidas hasta hace poco como Zanjas de Matorras, que corrían desde el río, por la calle Córdoba y Paraguay, hasta los extremos del oeste, de ningún valor entonces y con un valor de millones ahora (Historia de la República Argentina-posiblemente editada en 1894)
Cuando mencionamos la relación Yapeyú- San Martín, puede aparecernos Yapeyú como un pueblo primitivo, estrictamente ceñido a la arquitectura, austeridad y ordenamiento jesuitas y más aún lo imaginamos depredado y semi destruido luego del alejamiento jesuita que trajo el ocaso de los pueblos misioneros a lo que hace mención la historia, pero hay que tener en cuenta que la despoblación va sucediendo gradualmente. Necesario es explicarlo:
“Las treinta y nueve aceras de casas que figuran en el inventario de 1780, quedaron reducidas a “dieciocho filas de Casas que componen el Pueblo” en el que se levantó el 31 de diciembre de 1798, haciéndose contar que la Casa principal llamada Colexio que se compone del primero y segundo Patio y en ellos veintisiete Viviendas, y contigua al primer patio la Iglesia todo amenazando ruina.”
Pero nosotros nos ocuparemos del inventario de 1780, que corresponde a los bienes y artes de la época del teniente gobernador San Martín y al hacerlo, pretendemos acompañar con el recuerdo aquellos pocos primeros años de existencia del padre de la patria, vividos en aquel terruño tan caro para la historia nacional, regional, y sobre todo misionera, proporcionaremos datos y hechos en los que hasta asoma, indiscreta, una vida cultural y social:
“El inventario en cuestión, comienza con la descripción detallada de vestuarios, ornamentos, utensilios de trabajo, víveres, armas, etc. En esa circunstancia se reseñó la existencia de “ochenta y uno Catones –treinta y dos catecismos- dos Artes de Gramática para uso de los escolares del lugar. Sigue la descripción del menaje de las casas principales, iniciándose por el cuarto primero del cura párroco, más otros nueve situados en el primer patio, a los que siguen, cinco habitaciones más destinadas a cuartos de armas, escuela, cuarto de música y guardarropa de los vestidos de los cabildantes y danzarines.
En el segundo piso los talleres de platería, herrería, carpintería, torneros, rosarieros, zapateros, telares, panadería y cocina.
“…las Casas principales se componen de un patio grande, y en el corredor principal, tienen nueve cuartos que miran de norte a sur, con sus puertas y ventanas con vidrieras y de este a oeste seis cuartos con sus puertas y ventanas sin vidrieras y en medio del patio un cuadrante de una columna de piedra pulidamente labrada, de vara y media de alto, también cuentan con una huerta espaciosa, árboles frutales y cercado de piedra.
En el Registro de los locales que se hallaban fuera de las habitaciones de las casas principales y entre ellos la Sala Capitular, se anotaron los siguientes objetos: un retrato del Rey con cortinas de tafetán; una mesa cubierta con una carpeta vieja; un estante o armario de madera; una silla forrada de terciopelo carmesí, tachonada con tachuelas amarillas y guarnecida con galón de oro mosquetero; un cojín de terciopelo carmesí; dos sillas de brazos con asientos y espaldares de baqueta; dos escaños de madera una sobremesa vieja de damasco, mojarra de plata; un estandarte nuevo de damasco carmesí; cuatro banderas de tela de Bretaña nuevos y dos viejas, dos gallardetes viejos; una tarjeta en donde, bordado en hilo de plata figuraba el escudo real; además cinco casacas de paño azul y cuatro sombreros de medio castor, guarnecido con galón falso de plata”
Una consideración aparte merece la cultura artística de los habitantes del pueblo, en su mayoría aborígenes.
“La Escuela musical de Yapeyú es uno de los acontecimientos pedagógicos más extraordinarios llevados a cabo en las doctrinas jesuitas. El padre Antonio Sepp, S.J., arribó al Río de la Plata en 1691 y había estudiado música y composición con el maestro Melchor Glettle, director de al orquesta decana de Augsburgo.
Fue destinado a Yapeyú y allí, según sus propias palabras, se propuso reformar, «la música vocal e instrumental según los métodos alemanes y romanos”. Al año siguiente tenía bajo su dirección “los siguientes futuros maestros de música: 6 trompetas; 3 buenos diorbistas; 4 organistas; 30 tocadores de chirimías; 18 de cornetas; 10 de fagote”
El asombro que este hecho le causara al padre Matías Strobel, S.J. se dejó ver en 1723, cuando expresó:
“Los naturales tenían “libros de música traídos de Alemania y de Italia, parte de los cuales están impresos y parte están copiados a mano. Pude observar que estos indios guardan el compás y el ritmo aun con mayor exactitud que los europeos, y pronuncian los textos latinos con mayor corrección, no obstante su falta de estudios” Al referirse al padre Sepp dijo que “fue el primero en introducir las arpas, trompetas, trombones, zampoña, clarines y el órgano, conquistando con ello un renombre imperecedero”
Se conocen con respecto a los aborígenes músicos de Yapeyú algunos nombres y entre ellos Paica, de quien se decía que fabricaba toda clase de instrumentos musicales y que los tocaba con admirable destreza; el cacique Ignacio Azurica, que debió ser eximio ejecutante, si nos atenemos al escrito dado a conocer por el padre Grenón S.J. en el que el presbítero Juan Goyburu, maestro de canturia del Seminario Conciliar de Buenos Aires, solicita al virrey Loreto en 1787, que le concediera licencia para que pudiera actuar en la Catedral en el ejercicio de su arte.
Al trasladarse el teniente gobernador a la sede de su mando, lo acompañó su esposa doña Gregoria Matorras de San Martín, con sus tres hijos, María Elena, Manuel Tadeo, y Juan Fermín Rafael, tiernos infantes todavía.
En el pueblo misionero nacieron Justo Rufino, y José Francisco, último vástago de la familia.
La casa de su nacimiento, fue incendiada y saqueada por los portugueses, el 13 de febrero de 1817, el mismo día y casi a la misma hora en que San Martín, después de haber ganado la batalla de Chacabuco, entraba triunfante en Chile.
*Ayer se celebró el 238 aniversario del nacimiento del libertador de América, José de San Martín, por lo que hemos querido contribuir al conocimiento de su lugar de nacimiento, el pueblo Nuestra Señora de los Reyes Magos de Yapeyú y, a la par, asombrarnos de la labor que en este, como en los otros pueblos de las Misiones, realizaron los jesuitas para con los originarios pobladores de estas tierras.

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