Columna de opinión – El Guaicurú

Ayer fue un día oscuro para la democracia argentina. No porque un tribunal haya dictado sentencia, sino porque una vez más quedó claro que aquí la justicia no es justa. Es selectiva. Funciona a favor de unos y en contra de otros. Y casi siempre, quienes pierden son los progresistas.

Cristina Fernández de Kirchner recibió una condena firme por la Causa Vialidad. La Corte, conformada por Rosatti, Rosenkrantz y Lorenzetti, ratificó los seis años de prisión e inhabilitación por administración fraudulenta.
Pero, ¿se hizo justicia? Cristina misma lo dijo fuerte y claro: calificó a esos jueces como “monigotes del poder económico”, acusándolos de actuar bajo órdenes de “mandos naturales muy por arriba” de ellos. No fueron solo palabras; fue una denuncia abierta de que detrás del veredicto hay algo más que un fallo legal.

Hay que verlo con perspectiva. Más de 40 causas pesan sobre Mauricio Macri: espionaje al ARA San Juan, acuerdos con el FMI, contrabando de municiones, malversación, sociedades offshore… ¿vimos la misma presión judicial? ¿el mismo estruendo mediático? No. Y no es casualidad.
María Eugenia Vidal fue investigada por posible enriquecimiento ilícito tras adquirir un departamento en Recoleta con un crédito millonario, pero la causa se cerró en un santiamén, y su sobreseimiento quedó firme en marzo de 2025.

Mientras tanto, los expedientes contra la derecha se cajonean. A Macri lo vimos jugando al tenis con jueces federales en su quinta; y nadie se preguntó si era sospechoso. Porque en Argentina, en este escenario, si sos de la derecha, sos bueno. Si sos progresista, sos malo.

Cristina lo dice con claridad y con razón: “este cepo al voto popular no lo propone este triunvirato de impresentables que funge como una ficción de la Corte Suprema”. “Estar presa es un certificado de dignidad”, afirmó en otro pasaje, en un acto ante militantes. Define con ironía y fuerza lo que está en juego: esto no es justicia, es proscripción camuflada de fallo legal.

El mismo patrón se repite en América Latina: Lula, Correa, ahora Cristina. Primero intentan sacarlos con causas judiciales amañadas, después los condenan y, finalmente, los proscriben. Mientras tanto, los mismos que endeudan al país y fugan capitales quedan sin pasar siquiera por un estrado.

Porque cuando la justicia se pone al servicio de los poderosos, cuando responde a los intereses del 10% que maneja los negocios de siempre, lo que se está condenando no es a una persona: es al otro 90% del país. Ese que trabaja, que sueña, que lucha por tener una vida digna.

Los progresistas no son perseguidos por corruptos, son perseguidos por tocar los intereses de ese pequeño grupo que no está dispuesto a soltar nada, aunque eso signifique dejar sin futuro a todo el resto.

Y cuando la justicia es solo la herramienta de ese poder, ya no es justicia: es un arma. Y es ahí cuando no se trata solo de Cristina, ni de Lula, ni de Correa: se trata de todos nosotros. Porque si dejamos que ellos decidan quién puede gobernar, perdemos todos. Y siempre ganan los mismos.

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Categorías: Columnas de Opinión
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