Agenda cultural
La pandemia del coronavirus nos dejó muchas cosas que vamos descubriendo en la medida que recibimos libros que son producto de la misma. La literatura misionera tomó vuelo, encontró en el aislamiento el tiempo necesario para escribir. La Casa Vasca de la ciudad de Corpus (la ex reducción jesuita de Corpus Christi) tiene su grupo literario que hemos tenido el honor de conocer y de recibir en nuestra Feria con libros de su autoría, como Olga Leiciaga y el historiador César Arrondo, entre otros. Dirigen la Biblioteca de la Institución “Atahualpa Yupanqui” y desde allí realizan diversos concursos literarios. Así surge la presente Antología “Anecdotario y reflejos de una pandemia” que tuvo gran repercusión en Misiones y otras Provincias y en el Exterior. Se divide en dos partes. La primera, propiamente dicha del Concurso se titula Reflejos de una pandemia 2020 donde se publican los 10 trabajos premiados y una segunda parte de Selección que publica todas las obras recibidas (20) en el Concurso. Fueron treinta obras de calidad, en total, cuya selección habrá demandado al Jurado un gran trabajo. De esta última selección rescato partes del siguiente relato que refleja un poco el aislamiento y sus frutos. El autor es Maximiliano Sacristán de Gral. Rodríguez, Provincia de Buenos Aires.
“Desde el jardín”. La melancolía, esa bilis negra metafísica lo estaba carcomiendo segundo a segundo. Vivía solo y estaba encerrado, pero no sentía pena, más bien extrañeza por aquellos días lentos y pegajosos. Cuando el tiempo se estira y no hay con qué llenarlo, instintivamente buscamos el afuera. El suyo era un patiecito de baldosas rojas con macetones olvidados. Hasta ese rincón llegaban el sol los ruidos de la vida urbana. Todo pasa, se repetía como consuelo no bien abría los ojos y se sabía bueno para ese juego de esperar, de dejar fluir las horas. Como quien rastrea espíritus en una casa tomada, Julio ya había fatigado las demás habitaciones hasta dar con el galpón del fondo. Allí redescubrió pilas y más pilas de paquetes, tal vez de su padre o su abuelo.}, y ese olor a humedad, a encierro, a máquina del tiempo… Para distraerse se puso a revolver y en una caja encontró su colección de autitos. Creía que habían terminado en la basura. Sacó un cochecito al azar, era un Lancia amarillo. Lo observó un buen rato, sosteniéndolo en la palma de la mano. No sin un quejido de acuclilló para probarlo en el suelo polvoriento. Tenía buena suspensión y rodaba con soltura. Una onomatopeya cruzó veloz por su frente: “Brrrumm”. ¿Lo pensó o sus labios imitaron la cadencia de un motor?… Regresó al galpón y rescató la caja. Comenzó a sacarlos. Les quitaba el polvo con la manga de su camisa y después los encolumnaba junto a la línea de meta. Había patrulleros, deportivos, remolcadores, ambulancias, fórmula uno. Y a pesar de su lumbalgia organizó una carrera… Jugó solo, como ese chico tímido y feliz que aún sobrevivía en él…”