Agenda cultural
La figura del maestro rural siempre despierta interés y simpatía, porque se sabe del esfuerzo y coraje que hace falta para llevar adelante una vocación de docencia en un medio rural, poco poblado, con las mínimas comodidades, difícil de sobrellevar si no fuera porque su vocación y amor por los niños supera toda contrariedad. Por eso los docentes -ya jubilados- se vuelven escritores, es tan intensa la experiencia que no pueden menos que narrarla. Esta vez es el docente Rubén Darío Motta, a través de uno de sus libros, “El Maestro”, quien nos muestra las vivencias austeras, duras, llenas de necesidades primarias de sus primeros años de docencia que sin embargo enfrentó con paciencia y alegría. En el prólogo expresa que este libro “representa un homenaje a aquellos docentes que día a día atraviesan picadas, arroyos y montes para llegar a su escuela y entregar todos sus conocimientos y vocación de servicio”.
La lectura se hace amena desde el principio, cuando el autor cuenta que es designado a la escuela Nº 33 “Yapeyú” Paraje Monte Quemado como “Maestro y Director de Tercera” (categoría) según figuraba en su designación, Supervisión Eldorado. Es el principio de una odisea que vivirá por cinco años desde que inicia su viaje a la escuela en un taxi que conduce otro docente, con el que conversa todo el camino, pero sin comentar sobre el lugar donde lo lleva por temor con lo qué se va a encontrar. Kilómetros de camino de tierra, de picadas, de monte espeso, de soledad, sin casas, algunos ranchos, recorren hasta llegar a un “Establecimiento” (que será el único lugar al que podrá recurrir en casos de urgencia) donde el administrador le entregó las llaves de la Escuela. Ante su silenciosa ansiedad por llegar, el taxi siguió su marcha por dos kilómetros más, pasando por una colonia de “los holandeses” con algunas casas. Mientras avanzaban el camino se volvía más angosto y la selva más espesa y doblando una curva rodeada de tacuaras, apareció la escuela. El autor comenta su sorpresa, todas sus dudas e incertidumbres de no saber qué le esperaba, desde el estado material de la escuela, cerrada desde hacía tiempo hasta comprobar lo peor, que no tenía tendido eléctrico o sea, que no tendría luz, ni bomba de agua, ni heladera, ni televisión, ni nada de lo que trae la electricidad. ”Mi primer noche fue de terror. No tenía cama, sólo contaba con una manta que traía en la valija, un paquete de velas que siempre llevaba en mi portafolios, el guardapolvo bien doblado, que lo colgué sobre un clavo, y un poco de ropa… y material didáctico, gomas, lápices, biromes, reglas, etc. Y para comer, mortadela y un paquete de galletitas…” No pudo dormir porque un ejército de ratas del monte se había adueñado del lugar. El autor sigue contando sus experiencias y cómo sintió la alegría de los niños , muy humildes, reflejada en sus rostros y la cálida timidez con que cada uno se acercaba al tan esperado maestro.