José Francisco de San Martín, iniciaba  el 19 de enero de 1817, a la edad de 39 años, la marcha desde el Plumerillo con el grueso del Ejército de los Andes, a fin de cruzar la cordillera por el paso de los Patos para libertar a Chile, proeza sin igual para aquellos tiempos en que por entre los senderos de los altos picos montañosos debía confiar en su intuición, estrategia y experiencia guerrera, pero en estas circunstancias y por sobre todo, en  su ejército y en su tropa para lograr semejante hazaña, punto inicial de su propósito de atacar al fuerte, aguerrido y bien pertrechado ejército español,  liberando primeramente a Chile y luego al Perú,  dejando  el norte, más concretamente la defensa del Alto Perú, en manos de Martín Miguel de Güemes y sus gauchos salteños (1) en lo que dio en llamarse estrategia guerrera “movimiento de pinza”.
   El  éxito coronó su hazaña y justificó plenamente el porqué de su exigencia, junto a Manuel Belgrano, en el sentido de que se declarase la independencia en 1816 lo que otorgó a su ejército el rango de oficial.
   Hoy presentamos a nuestros lectores un trozo de esa historia en su punto más sensible: la hazaña del Cruce de los Andes.
   Cuando San Martín salió de Mendoza para internarse en los Andes, vestía su uniforme azul de granadero, el corvo al cinto, el falucho de hule con la escarapela argentina. Había aforrado su chaqueta en pieles de nutria y llevaba un largo capotón para abrigarse en la montaña. Un peón en las alforjas, conducía remedios y otras provisiones para el jefe  casi siempre enfermo… en su mula enjaezada a la usanza chilena, con los estribos de madera llamados baúles, montó San Martín, calzadas las negras botas con espuelas de bronce y acució a la cabalgadura que iba a llevarlo a la montaña de su sueño.
   Así cruzó por entre quintas, viñas, chacras, alfalfares, hasta entrar luego en un paisaje fragoso, y finalmente enderezó hacia Uspallata por el ondulante sendero, dejando rienda suelta a su cabalgadura…
   Así va San Martín sumiéndose en su propia iluminación interior, mientras se adentra en la montaña, identificándose con ella… Más allá de Uspallata, por el norte el páramo es cada vez más desolado. La senda cruza el río de los Patos, cerca de Carrizal, y desde Manantiales, junto a la sierra de La Ramada, vuelve hacia el Sudeste, costeando el río del Volcán, hasta las altas cumbres de la frontera. Al llegar a este punto, en la cuenca del Valle Hermoso una tempestad de granizo detuvo al audaz viajero, que buscó guarecerse en una cueva del camino… Fatigado por la marcha y tantas horas de vigilia, cayó en profundo sueño. Soñando venía desde tiempo atrás, pero ahora dormía en el seno de su montaña como, cuando niño, en el regazo de su madre.
   Al volver de aquel sueño, San Martín llamó a su ayudante Quintana para tomar un trago de aguardiente mendocino, porque el frío arreciaba, a seis grados bajo cero, y necesitaba calentarse un poco las carnes ateridas. Encendió luego un cigarro y quedó pensativo, contemplando el formidable panorama de montes, entre los que surgía el Aconcagua con su pico nevado.
   Después de un breve silencio, ordenó a la banda de música de la vanguardia que entonara el Himno Nacional Argentino, cuyas solemnes notas resonaban por primera vez en aquellas alturas.
   La tormenta de granizo había pasado ya. El cielo estaba límpido. Unos cóndores aparecieron entonces volando majestuosamente sobre las cumbres de la frontera. Y el paladín emprendió la marcha hacia Chile, sobrecogido en su grandeza, como si presintiera ya que la poeta habría de cantarle después:
   ¡No morirá tu nombre/ ni dejará de resonar un día/ tu grito de batalla,/ mientras haya en los Andes, una roca/ y un cóndor en su cúspide bravía. (Ricardo Rojas) “El Santo de la Espada”.
Del Anecdotario Histórico
Los gauchos de Salta
   San Martín escribiría: Los gauchos de Salta solos, están haciendo al enemigo una guerra de  recursos tan terrible que lo han obligado a desprenderse de una división con el solo objeto de extraer mulas y ganado”. Empleaba “gauchos” que acababa de extenderse por el país; Posadas, evitando usar el término, encargó a San Martín felicitar a “los bizarros patriotas campesinos”…
San Martín, Belgrano y Dorrego
   Mitre cuenta una anécdota: San Martín enseñaba las voces de mando, y Belgrano, cuya voz era débil las repetía; Dorrego, que tenía bromista el carácter, hizo mofa de la voz de Belgrano. San Martín dio un golpe en la mesa con un candelabro de bronce, y amonestó a Dorrego confinándole arrestado en Santiago del Estero. Es posible, pero el arresto de Dorrego no sería largo porque al poco tiempo actúa como jefe de vanguardia. San Martí impuso disciplina con seriedad y criterio: Al ordenar a Lamadrid que le presentase un piquete de 25 hombres a fin de examinar sus condiciones, éste se permitió algunas observaciones. San Martín sin contestarlas, le dijo sacando un reloj: “Han pasado dos minutos desde que di la orden” Nadie le haría más observaciones. (José María Rosa- Historia Argentina).
San Martín en la Ciudadela
   En las inmediaciones de Tucumán construyó un campo atrincherado, La Ciudadela, donde instruía a las tropas. “Nadie vio nunca salir fuerzas de aquel recinto inviolable –dice Mitre- y con frecuencia entraban gruesos destacamentos… eran los mismos soldados que salían durante la noche, se engrosaban con algunos reclutas y al cabo de varios días regresaban al campo atrincherado figurando un nuevo contingente; con esta fantasmagoría nadie dudaba que el ejército del Norte contaba con más de 4.000 hombres”.
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Categorías: Columnas de Opinión
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