Así cerrábamos la nota publicada el viernes pasado titulada “La Capital de la Selva”. “Borrachos todavía eran metidos en los barcos que partían de la Capital de la Selva con su carga humana hacia el Alto Paraná, hacia las minas de madera y yerba. Cargas de dolor, arreadas a punta de látigo, a fuerza de alcohol y de miseria. El hombre moreno iba al infierno verde cantando polcas, desoladamente triste, embrutecido. Allá le esperaba el trabajo agotador del desmonte y de la yerba, el paludismo, la tuberculosis. Y fueron estos hombres los que extrajeron de la selva millones de pesos, los que empujaron los barcos hacia el norte y las jangadas hacia el sur, Fue su dolor, su solo dolor de hombres….”
Hoy la continuación y final, cuya autoría es de Juan Enrique Acuña, quien fuera relevante escritor literato posadeño, pionero en el manejo de las letras en Misiones y profundo en su sentimiento misionerita, que floreció allá por la década de los 40, titulada:
La llegada de los hombres rubios
“Poco a poco fue cesando el frenesí. Desaparecieron las jangadas, comenzó a agonizar la Bailanta. El trágico Alto Paraná perdía lenta pero irremediablemente, su aire terrible Ya no llegaban tan asiduamente a Posadas los cadáveres de los mensú que habían intentado huir. Se hundían poco a poco las compañías de explotación, se fundían los obrajeros. El filón se había agotado.
“Pero en la entraña de Misiones, adelantaba con paso lento la nueva conquista, la reconquista de la selva, la colonización. Hombres rubios, hombres que traían el cielo en los ojos habían llegado y desperdigado por los cerros su laboriosidad voluntariosa, incansable. Empezaron a arder los montes. Caía el intrincado verde de la selva surgían los verdes simétricos de los sembrados. Pueblos de sangre joven levantaron sus casas al borde de la reciente herida de los caminos, junto a esos caminos de tierra roja que irrigan la entraña montaraz de Misiones. Eso fue creciendo también y tiene una historia que debe ser escrita.
“Pero el dolor ya estaba plantado definitivamente, era un árbol más en la selva. Y no ha desaparecido, aunque la kodak del turista no pueda retenerlo por falta de enfoque, todavía hoy es el dolor de quien sigue desmontando, sembrando, cosechando. Todavía anda el hombre moreno cantando sus polcas, desolado, triste, analfabeto, Anda todavía con su dolor en las manos como un machete de esperanza, sosteniendo el
porvenir, afirmándolo. En su cuerpo tostado, en el hambre y el raquitismo de su mujer y de sus hijos, el sufrimiento ha hundido profundamente la raíz primaria de la vida, Está clavado en la tierra roja; es una luz vertical, inconmovible, humana. Y los que llevan látigos y puñales se acurrucan y tiemblan soñando horriblemente con ríos de cadáveres.
Pero mientras ellos tiemblan, los hombres se levantan, trabajan, construyen. Por todo el ámbito verde la realidad adquiere la forma cálida de la esperanza. Y los que no tenemos otra cosa que darle, le ofrecemos el temblor emocionado de la voz, como lo hicimos ya alguna vez, como lo haremos siempre porque allí dentro hay algo que ha crecido en busca de otras voces, de otras manos, de otros gestos que le ayuden a nombrar al agua y los árboles con una dulce paz del corazón.
Sabemos que así se irá cumpliendo Misiones. En sus cerros redondos, azulados de lejanía, late el dolor como una leche de madre campesina; alienta en la fiebre roja del viento norte; es un fervor que se eleva con el humo dócil de los montes quemados. Lo dan a luz las guitarras en esos tristes partos de música que son las polcas y las guaranias. En su mismo nombre vive como una sangre generosa y fecunda. Y por eso yo me siento enamorado de la palabra Misiones.,”
Una reflexión:
Así en profundidad, como escarbando con un bisturí, los jóvenes misioneros del tiempo de los cuarenta, en “Misiones” revista del Centro Universitario Misionero de La Plata, publicaron alegatos de todo tipo que tendían a que la sociedad argentina e inclusive misionera “descubra”
el enrarecido clima socio-político-económico del entonces territorio nacional en el que la fuerza de lo agreste permitió se fuera formando sin piedad.
Y, como lo explican en el artículo que cierra esta serie que publicamos durante el mes de febrero “La llegada de los hombres rubios” fue una importante inyección por su contracción al trabajo personal, la responsabilidad en el quehacer y la inquietud en aprovechar de la mejor manera los invalorables valores que esa selva misionera le entregaba para consolidar su decisión colonizadora, a lo que agregaríamos su aporte vernáculo a la cultura social que multiplicaría escuelas que darían un buen golpe al analfabetismo reinante y la proliferación de sembradíos, la multiplicación de la yerba mate, trajo a estos lares lo que llamamos la emigración provinciana hacia Misiones
Han pasado más de setenta años desde que se diera luz a esos escritos que reproducimos. Hoy Misiones ha crecido sorprendentemente, sin embargo esos picos de dolor en algunos sectores de la sociedad siguen reclamando atención, sería el momento de repasar nuestra cartilla socio político- económica con fuerte pasión republicana y democrática.
Sobre el origen y cualidades de la yerba mate (1)
En 1860, Mantegazza escribía: “Los jesuitas en sus misiones, verdadera Mesopotamia formada por el Paraguay y el Uruguay, se han dedicado al cultivo de la yerba y perfeccionado su calidad de manera que su yerba era preferida sobre todas las otras en los mercados de Buenos Aires a los que podía suministrar anualmente 40.000 arrobas. Pero después de algunos reclamos hechos por los comerciantes del Paraguay, un decreto del rey de España había limitado el producto a 22.000 arrobas”. ”Decía el Dr. Coll en su discurso, que su bisabuelo, inglés, según se deduce de una carta publicada por Robertson en su libro “La Argentina en la época de la Revolución”, en 1815 le escribía a Robertson lo siguiente: “Espero que a la fecha habrá usted vendido mi muchacha mulata y tendrá la bondad de enviarme el precio de ella en yerba suave en la primera oportunidad” (esto revela que ya en 1815, aún en el comercio de esclavos, se usaba la yerba mate en nuestro país).
Los jesuitas –expresa Samaniego en su interesante obra sobre la yerba mate- generalizaron la costumbre del uso de la yerba mate en forma de te y validos de esa gran tisana hacían olvidar a sus feligreses y neófitos la tentación de su embriaguez, aspecto interesante en la vida del campo.
En las misiones fundadas por Montoya en 1631, en Corpus, en Candelaria, en San Ignacio- se hacían cultivos de esta clase, y se hacían junto con algunos cereales en la forma del régimen agrario de los guaraníes, que era, como es sabido, de explotación colectivista de la tierra que la realizaban todos en conjunto, distribuyéndose los resultados.
Lo cierto es que la yerba mate ha pasado a ser un consumo importantísimo en nuestro país y también en otros países sudamericanos: De silvestre que era en su época primitiva, se transforma poco a poco en un cultivo realizado hay en forma científica, aunque como es sabido se conservan grandes montes naturales en Brasil y Paraguay. Conviene decir en este debate que la yerba mate tiene condiciones excelentes para el consumo.
“En la guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia, se ha observado el siguiente fenómeno, que me citaba en un viaje que hice a la Asunción, el Secretario de al Sociedad Industrial del Paraguay: me decía que la guerra del Chaco se había ganado en gran parte por la resistencia del, soldado paraguayo, la cual se debía a la yerba, por cuanto debido a las dificultades del aprovisionamiento durante sus avances por los esteros y bosques del Chaco, había veces en que el agua tardaba mucho en llegar y los paraguayos llevaban en sus caramañolas el mate cocido o tereré, que es un producto que lo hacen con yerba y agua fría, con lo cual resistían mucho más que cualquier otro soldado la situación de hambre y de sed”
“Sobre las bondades y condiciones de la yerba mate en sus múltiples aspectos podría citar infinidad de opiniones, entre ellas la del profesor Girola, quien dice que retarda la desnutrición, excita las funciones orgánicas, aumenta el valor intelectual y las fuerzas físicas, evita la depresión y conserva la energía moral que hace soportar la fatiga y permite realizar trabajos fuertes y tolerar más tiempo la falta de alimentos.
(1) Frases extraídas del discurso pronunciado por el Dr. Bernardino C. Horne en la Cámara de Diputados el 22 de junio de 1938.
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