Este texto escrito en 1981 y editado, en castellano en 1983 por Ed. Sudamericana, se abre con una dedicatoria, que nos ha conmovido profundamente:
«A los que amaron a Sartre
Lo aman
Lo amarán»
En el prefacio leemos «He aquí el primero de mis libros – sin duda el único que Ud. no habrá leído antes de ser impreso. Cuando éramos jóvenes y al terminar de una discusión apasionada uno de los dos triunfaba con brillantez y le decía al otro: «Lo tengo en la cajita». Ud. está ahora en la cajita, no saldrá de ella y no me reuniré con Ud., aunque me entierren a su lado: de sus cenizas a mi restos, no habrá ningún pasadizo.
Este Ud. que empleo es una añagaza, un artificio retórico. Nadie lo oye; no hablo a nadie. En realidad es a los amigos de Sartre a quienes me dirijo, a aquellos que desean conocer mejor sus últimos años. Los he descrito tal como los viví. Hablo algo de mí porque el testigo forma parte de su testimonio, pero lo hago lo menos posible. En primer lugar porque no es mi propósito, y además, como ya señalé respondiendo a los amigos que me preguntaban como tomaba las cosas.- Eso no puede decirse, no puede escribirse, no puede pensarse, se vive, es todo».
Citaremos algunos párrafos ilustrativos: «Los acontecimientos del ´68, en los que intervino y que lo afectaron profundamente, fueron para él la ocasión de una nueva revisión, se sentía contestado como intelectual y por eso en los años siguientes se vio inducido a reflexionar sobre el papel del intelectual y a modificar la concepción que de éste tenía». Los activistas estaban unidos en la Izquierda Popular y los maoístas crearon el periódico «La causa del pueblo», que no tenía dueño y era escrito directa o indirectamente por los militantes. En 1970 Sartre contribuye a fundar «Secours rouges» cuya finalidad era la lucha contra la represión. En el mismo año participa en la fundación de un nuevo periódico; «Yo Acuso», que no estaba redactado por militantes, sino que en él se publicaban reportajes realizados por intelectuales. Al poco tiempo se une con «La causa del pueblo» dirigido por Sartre.
Este decenio era una ebullición continua de acciones, de revueltas, de luchas políticas, de reuniones, de diálogos, Figuras como la de Mao, adquieren notoriedad mundial. Sartre, como otros escritores de la época, pone su pluma al servicio de los nuevos movimientos. Simone anota todos los detalles, aún los más insignificantes, de forma que en el diario, que estamos analizando, encontramos narrados hechos importantísimos a nivel nacional o internacional, al lado de un dolor de muela o de un malestar físico sin importancia, de modo que nos es posible conocer la vida de Jean Paul en los mínimos detalles. En 1980, el último año de su vida, se preocupaba mucho por su salud y había dejado de fumar, pero a escondidas seguía tomando, tanto que una noche se cayó sobre la alfombra del dormitorio, completamente borracho. Tal vez lo hacía por desesperación: él que siempre había vivido hacia el futuro, al verse «reducido al presente se consideraba muerto. Viejo, su cuerpo en peligro, casi ciego, el porvenir inaccesible. Recurrió a un sucedáneo, militante, filósofo Víctor, que encarnaría al nuevo intelectual con el que Sartre soñaba y que había contribuido a crear». Por eso se rehuía a creer que Víctor lo traicionaría tergiversando sus palabras y sus pensamientos en una importante entrevista a publicarse en el «Nuevo observador», porque «dudar de él era renunciar a esta prolongación viviente de sí mismo, más importante para él que los sufragios de la posteridad». «El 13 de abril -escribe Simóne de Beauvoir- fui al hospital. Dormía: visiblemente estaba en coma desde la noche anterior. Durante unas horas me quedé mirándolo. Hacia las 6 dejé el lugar a Arlette diciéndole que me llamara si ocurría cualquier cosa. A las 9 sonó el teléfono. Me dijo «se terminó». Fui con Silvia. Se parecía a sí mismo, pero ya no respiraba. Me acosté sobre la sábana a su lado y dormí un poco. A las cinco entraron unos enfermeros y se lo llevaron».
Las cenizas de Sartre fueron trasladadas al Cementerio de Montparnasse. Todos los días manos desconocidas depositan sobre su tumba un ramillete de flores recién cortadas.

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Categorías: Columnas de Opinión
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