Celebramos el próximo domingo 20 de noviembre a Cristo Rey. «La solemnidad de Cristo Rey del Universo, coronación del año litúrgico, nos ofrece una visión muy profunda de la centralidad de Jesús. Nos lo presenta como el Primogénito de toda la creación: en él, por medio de él y en vista de él fueron creadas todas las cosas. Él es el centro de todo, es el principio: Jesucristo, el Señor. Dios le ha dado la plenitud, la totalidad, para que en él todas las cosas sean reconciliadas (cf. 1,12-20). Señor de la creación, Señor de la reconciliación».
   Toda la Iglesia, celestial y terrenal, se postra en acto de profunda adoración a Jesucristo Rey del universo. Jesucristo es Rey, porque es el Verbo eterno, el Hijo Unigénito del Padre, Esplendor de su gloria.  «Esta imagen, nos recordaba el Papa Francisco, nos ayuda a entender que Jesús es el centro de la creación; y así la actitud que se pide al creyente, que quiere ser tal, es la de reconocer y acoger en la vida esta centralidad de Jesucristo, en los pensamientos, las palabras y las obras. Y así nuestros pensamientos serán pensamientos cristianos, pensamientos de Cristo. Nuestras obras serán obras cristianas, obras de Cristo, nuestras palabras serán palabras cristianas, palabras de Cristo. En cambio, La pérdida de este centro, al sustituirlo por otra cosa cualquiera, solo provoca daños, tanto para el ambiente que nos rodea como para el hombre mismo».
   Además de ser centro de la creación y centro de la reconciliación, Cristo es centro del pueblo de Dios;  vivo, presente, en medio de nosotros, su pueblo. Un Dios  cercano, que acepta acompañar al hombre en su camino, que se hace hermano suyo. Cristo, descendiente del rey David, es precisamente el «hermano» alrededor del cual se constituye el pueblo, que cuida de su pueblo, de todos nosotros, a precio de su vida. En él somos uno; un único pueblo unido a él, compartimos un solo camino, un solo destino. Sólo en él, en él como centro, encontramos la identidad como pueblo.  Y, por último, Cristo es el centro de la historia de la humanidad, y también el centro de la historia de todo hombre. A él podemos referir las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias que entretejen nuestra vida. Cuando Jesús es el centro, incluso los momentos más oscuros de nuestra existencia se iluminan, y nos da esperanza.» Jesucristo es Rey, porque pertenece a su divina misión retornar el universo creado a la perfecta glorificación del Padre, purificándolo con el fuego abrasador del Espíritu Santo, de modo que quede completamente liberado de todo espíritu del mal, de toda sombra de pecado y pueda de este modo abrirse al encanto del nuevo Paraíso terrestre. Entonces el Padre será glorificado y su Nombre será santificado por todo lo creado. Pidamos al Espíritu Santo que abra los corazones y las mentes, de modo que todos podamos cumplir la Voluntad del Padre y del  Hijo, de modo que, así en el cielo como en la tierra sea perfectamente cumplida la divina Voluntad, aunque, para llegar a estos cielos nuevos y a esta tierra nueva, tengamos que pasar, necesariamente, a través de la dolorosa purificación de nuestras vidas, pero con la certeza de ofrecerle una fe heroica, una esperanza segura y una ardiente caridad, en espera de su retorno glorioso, que nos conducirá a la liberación. Porque, como atestigua la Divina Escritura: «Jesucristo es el testimonio fiel, el primer resucitado de entre los muertos, el rey de los reyes de la tierra. Jesucristo nos ama y nos ha liberado de nuestros pecados, con el sacrificio de su vida. Él nos ha hecho reinar Consigo, como Sacerdote al servicio de Dios su Padre. A Él sea la gloria y el poder para siempre. Amén.
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Categorías: Columnas de Opinión
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