Como todos los años esta fecha me lleva a uno de los hechos inolvidables de mi infancia: la primera participación en las fiestas colombianas del año 1929, cuando hacía una semana que había entrado a primer grado de la escuela Elemental.
La maestra, Sor Amelia, nos dijo que aquel día un navegante, hacía muchos años atrás, había navegado por un mar desconocido hacia tierra desconocida y que, este gran navegante se llamaba Cristóforo Colombo, era genovés nacido en Génova (Italia) en 1451 y que murió en Valladolid (España) en 1506. Nos mostró en un mapa, que ocupaba el centro de la pared izquierda del aula, donde se encuentran todos estos lugares. Este discurso era para preparar la visita escolar al monumento del navegante, que se encuentra en los jardines públicos a la orilla del mar, que estaban separados de los «nuestros», dominados por el monumento a Víctor Emanuel II (primer rey de Italia), por una calle empedrada, la que nos era prohibido cruzar cuando jugábamos «en los jardines del rey».
«Ahora -continuó la maestra- saldremos del colegio en orden, de a dos, e iremos a saludar al gran genovés». Y así lo hicimos. Para nosotros era una fiesta, porque el colegio se encontraba bastante lejos del mar. Yo daba la mano a Marisa que, habiendo cursado el preescolar, cosa que yo me había negado hacer, se daba aire de «antigua del lugar».
La fila era bastante larga (éramos cuarenta niñas), la abría Sor Amelia que tenía por la mano a las dos primeras y la cerraba Sor Cándida, que habiendo nacido en Génova, se sentía como lejana pariente del navegante. Caminamos por el centro, entramos un momento en la Catedral para saludar a la Madonna de la Rosa, y salimos al mar. Allí, rodeado de canteros de flores y palmeras enanas, apareció el monumento de mármol blanco, cara al mar y con un brazo tendido hacia la derecha; la maestra nos explicó que indicaba a América, después explicó con palabras simples las hazañas del gran genovés.
Transcribo aquí las palabras del historiador sanmargheritense Atilio Regolo Scarsella, en el primer volumen de los Anales de Santa Margarita a página 63: «El 12 de octubre, fecha que todos conocen, a los sanmargheritenses les recuerda en cada momento la hermosa estatua, obra del Tabucchi, que se eleva en su plaza a la orilla del mar y que indica con el brazo tendido, los caminos abiertos a la operosidad de los ligures. El recuerdo de aquel día no es sólo de admiración por haber abierto una nueva era en la historia sino también de agradecimiento por haber echado la primera semilla de su pequeña patria; y de orgullo porque recuerda el nombre de aquel conciudadano, Quaquero, que parece haber sido compañero del sumo genovés». Por supuesto que nada de esto nos dijo la maestra, sino que nos explicó con palabras simples lo que significaban las vestimentas del navegante genovés, el agua que caía como cascadas de la gran fuente, que rodea el pedestal, las proas de los barcos que lo adornan y las flores que forman un jardín multicolor en la base del monumento.
Recuerdo bien que el retorno a la escuela nos puso de mal humor, porque queríamos quedar a jugar allí en la orilla del mar. Para hacernos más corto el camino la maestra nos hizo volver por calles secundarias de forma que llegamos pronto a la escuela. Habían pasado dos horas, fuimos por turnos a lavarnos las manos y ya en el aula empezó un juego de preguntas y respuestas sobre lo que habíamos visto.
Para mí fue un día inolvidable, y creo que allí decidí ser buena alumna.
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