Ante un nuevo aniversario –el 166- del fallecimiento del general San Martín, hemos hurgado a través de la letra de su biógrafo, José María Salaverría, en su libro ”Bolívar El libertador” la página de historia que ofrecemos donde se muestra el dolor, el sacrificio y los altibajos, así como las improvisadas tácticas con disimiles resultados donde priva un encendido espíritu dictatorial que calzando cómo horma del zapato libertador bolivariano entusiasmado en generar la Gran Colombia tras la entrevista de Guayaquil, aparece como logrado al sojuzgar el Perú pero la herencia dejada por nuestro Libertador, San Martín y su accionar republicano , así como el vulnerable carácter de los hombres prontamente entra a jugar fuerte y provoca que aquellas pretendidas repúblicas que endiosaron a su libertador hasta renieguen de él y lo crucifiquen políticamente provocando su desgraciada muerte. Asimismo se puede apreciar la vehemencia ilusoria del general Bolívar y la reflexión serena y sensata de un San Martín que pudo darse el lujo de cumplir su sueño de libertar Chile y Perú para proteger de la incursión española a nuestra tierra meridional y tras Guayaquil, retirarse de la gloria y el poder advirtiendo que sus recursos de todo orden no serían suficientes como para continuar su misión libertadora de consolidación republicana.
Hay un territorio sobre la costa del Pacífico, cuya posición ambigua es inquietante. La ciudad de Guayaquil, con su comarca, se había declarado independiente del poder español se encuentra ahora indecisa y en litigio entre el Perú que la reclama como suya; Colombia, que la exige por razones geográficas y políticas, y el partido propiamente local, que intenta crear el pequeño estado autónomo. Bolívar se ha propuesto redondear el plano de la Gran Colombia que está con tanto ahínco trazando. Se presenta pues en Guayaquil. Y nada más que con presentarse la ciudad soberbia y agitada días antes, se ofrece sumisa a sus pies. Y en este crítico momento asoma por la Bahía el barco en que navega el general San Martín, el magnífico protector del Perú rumbo a la histórica entrevista.
En el Perú conservan las armas de España una respetable fuerza todavía, y la venida de San Martín puede explicarse muy bien diciendo que le trae el deseo de concertar la colaboración del ejército colombiano en la guerra contra los españoles. Este es el motivo oficial y público. Pero hay sin duda, otros motivos más fuertes que no se revelan al exterior Desde luego la suerte ha puesto en contacto a dos naciones que estaban muy separadas; ha hecho que se encuentren en el camino dos soldados ambiciosos, dos generales acostumbrados a mandar sin réplica, absolutamente y dos héroes que con igual fuerza conocen el placer supremo de la gloria más clamorosa. Recuerdan a los antiguos conquistadores españoles, cuando dos caudillos tropezaban en el mismo punto viniendo de direcciones opuestas, celándose el uno al otro y encubriendo lo mejor que pueden sus secretas intenciones.
¿Reñirán los dos poderosos generales? ¿Quién se sobrepondrá al otro? Bolívar apenas sabe que San Martín está en la rada, envía sus edecanes a cumplimentarlo, y él mismo en persona pasa a ofrecerle sus saludos a la goleta Macedonia. Dos días nada más permanece en Guayaquil el protector del Perú; dos días que transcurren en medio de honores ostentosos, fiestas públicas, homenajes, banquetes. Y en privadas y largas conversaciones entre los dos grandes generales.
Ambos se sienten grandes. Por lo mismo no caben en el mismo campo de acción. Alguno de los dos tiene que retirarse y cede el campo el más sensato y abnegado ¿o el más débil de armas de los dos?. San Martín tras la entrevista de Guayaquil se vuelve al Perú y de allí por Chile y Mendoza y Buenos Aires, marcha a Europa.
Resuelto el pleito de Guayaquil la ciudad con su territorio queda incorporada a la República de Colombia. Antes de alejarse para siempre del Perú, San Martín dejó constituida una Junta de gobierno, formada por el general José de la Mar, don Felipe Alvarado y el conde de Vista Florida. Esta Junta se considero tan fuerte, o siente por Bolívar tal sospecha o tal resentimiento, que devuelve a Guayaquil los batallones colombianos que Bolívar enviara como ayuda
Marcha pues a Bogotá y se encuentra con que tiene que vérselas con trabajos y hostilidades apremiantes y terribles. En las provincias del sur es tan deplorable como en Venezuela. La insurrección, el separatismo y la francachela administrativa parecen formar un estado normal, y hace ya bastante tiempo que los comisionados de la Municipalidad de Quito declaraban que “casi no hay un ciudadano satisfecho de las leyes de Colombia”; que las rentas nada producen, ni se han pagado en los últimos cinco meses las listas civil y militar”; que la libertad individual es ilusoria; que la industria fabril, único elemento de riqueza en el Ecuador, se encamina a su ruina”
Y como añorando la ausencia del rey y el poder virreinal, como último recurso terminan diciendo que la voluntad de estos pueblos es que S.E. el Libertador Presidente (Bolívar) se perpetúe, en el gobierno supremo, bien como presidente vitalicio, o como sea de su superior agrado confesión de los pueblos que coincide completamente con el pensamiento íntimo del Libertador. Bolívar está más que nadie convencido de que las flamantes naciones recién libertadas son incapaces de hacer un uso prudente de su libertad. Y ahora los acontecimientos van a arrastrarle a actitudes despóticas que se hallarán de acuerdo con ese pesimismo que, como avanzada de su muerte próxima, está invadiendo su alma.
La ciudad de Guayaquil ha declarado que reasume su soberanía y dispone entregar su suerte a Bolívar. Bolívar consigue contener ese movimiento separatista; pero la anarquía retorna tan pronto como el Libertador se aleja del sitio. El ejército colombiano que estaba en el Perú se ha sublevado contra sus generales, y el pueblo de Lima hace lo mismo. No contentos con sublevarse los cinco batallones colombianos salen de Lima y desembarcan en Guayaquil. El pueblo de Guayaquil se amotina y cuesta no poco trabajo y bien sensibles claudicaciones por parte del gobierno de Bogotá el resolver tan penoso y enmarañado conflicto…
Ahora, rápidamente llegará el declive, Ahora empieza a recoger el fruto de su siembra de repúblicas, de constituciones de grandes naciones libres. Toda América española libertada del poder de los virreyes se ha convertido en un volcán, en una merienda de negros. Y la tempestad de la guerra civil, de la insurrección, de las ambiciones personales, de la discordia desencadenada envuelve a Bolívar y lo derriba al suelo, es decir, al fondo de la calumnia vil, la injuria soez, el complot homicida. El hombre que en las batallas nunca supo cubrirse ante las balas enemigas, ahora tendrá que temer el puñal asesino de su propios compatriotas.
Toda su vida de doctrinario, de lector de filósofos dieciochescos, de grandilocuentes evocaciones greco romanas, todo se le desplomará con alucinante rapidez. Eso ha sido antes: un alucinado del heroísmo y de la gloria; ahora el alucinamiento se ennegrecerá con el tinte de la tragedia.
Había tomado entre las manos un continente sujeto a orden y medida, cimentado en una cuestión de categorías y de rangos armónicos. Un continente gigantesco, excesivo, desproporcionado, que la prudencia y el hábito de cerca de tres siglos había conseguido defender y fijar contra la oposición de la misma naturaleza, sosteniéndolo firme mediante un régimen sistemático de castas, de obediencia y respeto, de protección y de patriacarlismo. Bolívar miró todo eso como la representación exacta del despotismo y lo combatió con una furia de la más auténtica estirpe americana; ahora verá aquella sociedad, fuertemente constituida, como se deshace en el desorden y en la anárquica incoherencia. Asistirá horrorizado a la insurrección de los apetitos personales, a la rebelión localista de los pueblos, al desenfreno de los leguleyos, a la tendencia montaraz de los generales hechos demasiado a prisa, mientras la igualdad de castas y razas, hecha también demasiado rápida y prematuramente, produce el efecto de un terremoto social. Si antes existía un tirano, desde ahora todos se sentirán con derecho a serlo “He arado en el agua!” Tal será el amargo grito que la realidad de los acontecimientos desencadenados arrancará al alma desfalleciente de Bolívar.
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