hermanitosLos pequeños se amontonan junto a la olla que descansa en el piso de tierra y se prestan la cuchara para tomar un caldo aguachento. Sobre una mesa, a la intemperie, hay una palangana con reviro que preparó temprano uno de los chicos.
Los siete hermanos -en escalera de 17 a 1 año-, sobreviven en una piecita de machimbre de tres por tres, parchada con plástico negro y un techo improvisado con pedazos de cartón, plástico y madera.
Contaron que viven con su mamá, pero que ella siempre sale y no saben a qué hora puede volver.
El 11 de junio pasado, una docente de la Escuela 288 de esta localidad radicó una denuncia por abandono contra la progenitora de los menores, aunque la situación persiste y los siete hermanitos se encuentran en la desprotección más absoluta. La causa se tramita en el Juzgado de Familia, mediante el Expediente 72822/16.
Residen en un espacio verde ubicado sobre calle Lago Gutiérrez, en Villa Cristen. No cuentan con electricidad ni agua potable, al punto que los chicos comentaron que se bañan en un arroyo y hacen sus necesidades en el monte.
“Es desesperante ver el estado de los chicos. Están muy delgados, van sucios y con sueño a la escuela. Ya se hizo la denuncia policial, intervino la Línea 137 y el expediente está en el Juzgado de Familia, pero los chicos están cada vez peor”, mencionaron desde la institución escolar.
La madre de los menores fue identificada como Rosa Morel (40). Para completar el drama, su concubino está preso.

Miseria extrema
Ante el cuadro de abandono de los menores, el año pasado la mujer fue citada por las autoridades escolares, aunque nada hizo cambiar la situación. Al contrario, en octubre se mudaron a Campo Viera y abandonaron la escuela, para retomar recién en junio último, cuando regresaron a Oberá.
Ayer, El Territorio visitó el lugar donde residen y corroboró la miseria extrema en que residen los varones de 17, 14, 11, 10 y 9 años, más dos nenas de 5 y 1.
A media mañana, el mayor aseguró que su mamá fue al banco y regresaría al mediodía, pero pasadas las 12, la mujer no había regresado y el chico reconoció que “capaz venga de nochecita, porque ella sale y no se sabe a qué hora vuelve”.
La vivienda, por así decirlo, no tiene un solo mueble y su interior se reduce a varios colchones amontonados, dos pilas de ropa y un par de frazadas. Los días de lluvia ni siquiera hacen fuego, ya que no hay espacio.
Cocinan y comen a la intemperie. Algunos vecinos les acercan comida, cuando pueden, ya que en la zona residen todas familias muy humildes, pero solidarias.
“Da mucha pena ver cómo viven, sobre todo por los nenes más chicos y las nenitas. Las autoridades están sabiendo el caso, pero los tiempos de la Justicia son muy lentos. Mientras tanto esas criaturas están sufriendo”, comentó una docente con evidente angustia.
Lucas (10) y Julián (9) asisten a segundo grado de la Escuela 288, con la particularidad de que el mayor nunca expresó una sola palabra en el aula, tal vez como escudo por tanto sufrimiento acumulado.

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