Entendemos que el pilar que sostiene a la democracia está construido con necesarias y saludables rotaciones y ello tiene que ser así porque, con ejecutivos fuertes, como son los que van creciendo en el presidencialismo, el sistema republicano puede sentirse apabullado, limitando democracia.
Los momentos de paroxismo político que ya hemos conocido tienen como consecuencia deformaciones cívicas y éticas que se deben a esa elevación de la autoestima de los gobernantes, que puede llegar a hacerlos pensar tal como el rey francés, Luis XV, que “tras de nos, el diluvio”.
Cuando algo así sucede las actitudes populares tienen su explicación por estar sustentadas en tantos y tantos altibajos políticos vividos por el pueblo, ese mismo pueblo, erigido constitucionalmente en soberano –la “soberanía del pueblo”, algo que sí debiera ser, en ocasiones demasiadas- aparece como el convidado de piedra al que se acude, o bien cuando hay que imponer, o bien cuando hay que redimir imagen.
Ciertamente que no estamos descubriendo la pólvora, el tema viene de lejos, valga un párrafo ilustrativo que extraemos de las “Opiniones” que provocó el libro “El Príncipe” de Nicolás Maquiavello en el siglo XX:
“Ya veis que la soberanía cedida cortésmente al pueblo, se le retira en el momento en que pudiera necesitarla. Se le deja sólo cuando es inocua o cuando como tal se la considera, es decir en momentos de administración corriente… El referéndum popular queda muy bien cuando se trata de elegir el lugar adecuado para colocar la fuente de la aldea; pero cuando los intereses supremos de un pueblo están en juego, hasta los gobiernos ultra democráticos se guardan bien de someterlos al juicio del pueblo mismo”.
Palabras un poco ácidas y, como para endulzarla, recordamos que en el caso de nuestro país a partir de 1983 todos los actos eleccionarios en busca del gobierno presidencial fueron correctos lo que muestra el deseo de todo un pueblo de vivir en democracia, creemos que para lograr ese deseo en plenitud una de las decisiones que deberían tomarse sería no tentarse con las mieles del poder y realizar consultas populares cuando estén en juego trascendentes asuntos y en especial tomas de decisión que puedan atentar contra la unión y bienestar del pueblo.
Entendemos que la política, tal como la estamos consumiendo, está dejando de ser la doctrina de una ideología para transformarse en una pasión ideológica que, como tal, se enanca por sobre pueblo e instituciones y resultado de ello, aquella pasión, que, como toda pasión, puede enceguecer, puede obnubilar mentes que dejan de analizar, sopesar, razonar, para estar absolutamente de acuerdo o absolutamente en contra, encrespando olas que pueden llegar a producir un tsunami socio político en detrimento de un crecimiento razonado y razonable.
No es ético que a los líderes políticos los veamos permeables a la tentación, proclives a cambiar de rumbo sin remordimiento alguno y por ello, más presurosos por vivir un cambio consecuencia de la fuerte incidencia mediática que, por urgencias del rating tiene que explotar a ultranza lo que más impacta a la gente y la explosión electrónica que a través de sus redes sociales abre la compuerta masiva que permite polemizar sin que los “oráculos” del siglo pasado –pongamos un Neustad o un Grondona- creíbles para los que vivimos entonces, – se estuviese a favor o en contra de sus planteamientos- encarnados en la figura de sus pupilos de hoy, logren tener la fuerza de convicción como para ser atendidos como tales, proponiendo senderos que nos permitan analizar rumbos determinados en función país, dejando al desnudo su impotencia por confrontación de deshacer entuertos con los que ha venido envasado el nuevo siglo.
Lo que apuntamos y que son puntos (importantes) a favor del buen gobierno debiera ser complementado con la restitución de la seguridad de la gente, desechando la violencia como método para hacer triunfar las ideas, erradicando la corrupción, con ejemplos de humildad y honestidad en todos los ámbitos públicos, con el destierro de la soberbia, con el respeto a la Constitución y las leyes, con el respeto a las Instituciones, con una ejemplar propensión a la convivencia, sin discriminaciones, sin menoscabo de dignidad y menos aún “aprietes” y, por sobre todo con una decisiva lucha sin cuartel para erradicar la miseria, apuntalar la clase media e incorporar a la pobreza al circuito productivo rentable.
¿Es que mucho pedir?, pero todos los que vivimos la última y cruenta dictadura pudimos valorar lo que significa la palabra libertad y la falta de vida democrática para poder gozarla, pero más que eso, pudimos asistir a la desintegración de una sociedad que, como la argentina, se había destacado hasta entonces por ser una sociedad pacífica y trabajadora, sociedad a la que se unieron en su momento más de seis millones de inmigrantes.
1816 -Tucumán- 1932
Como un aporte a la próxima celebración del bicentenario de la declaración de la Independencia Nacional y, necesitados como estamos de ejemplos de civilidad patriótica, compartamos unos párrafos de la nota titulada “1816-Tucumán- 1932”, joyita de nuestros archivos- que se publicara el 9 de Julio de 1932 en el diario “La Nación” cuyo autor , fue el reconocido historiador Julio Carrizo en así escribía:
“Alguien pensará que vamos a evocar una proeza arcangélica, o bien algo parecido a esas leyendas marianas que Berceo puso en “román paladino”.
¿Acaso un suceso de caballería andante ocurrido en lueñes tierras y en zonas hiperbóreas? Se pensará quizás en un episodio de las antiguas Gestas en que las lanzas y las barbas bellicadas –amparadas por la suprema gracia- desbaratan al adversario cuando no a los propios avatares de Satanás…
Y no hay nada de eso. Sin embargo, la jura de la independencia el 9 de Julio de 1816, siendo un hecho de res histórica, tan lógico y terrenal, tiene, empero, la unción y el prestigio de un milagro.
Acompañemos al lector en esta romería hacia el pasado, y verá como el acontecimiento, obedeciendo a una lógica escueta, y a voces imperativas que se elevaban del alma de los “Pueblos”, con mayúscula y en plural, tal como se lee en el Preámbulo y como hablaban y rezongaban los caudillos. ¿Y qué significa este nominativo? Por antonomasia equivale a Provincias Unidas por vínculos de raza, por el común dolor del alumbramiento, por el mismo camino fragoso que tuvieron que andar. Y como para que esta armonía que viene de las raíces de América y se proyecta el futuro, asuma toda su grandeza y belleza, ella se mantuvo a pesar de los fueros privativos de cada una. Fueros que nadie tocó, porque ahí estuvieron guardándolos el ímpetu y la fuerza magnética de los caudillos hasta que llegaron los estadistas. Hay que repetirlo: Pueblos equivale a Provincias Unidas, a pesar de la sonrisa piadosa de algún historiador…
Y aquí, como prueba fehaciente, oportuno es transcribir las palabras del Preámbulo, que suenan a cantó epinicio, a tablas de la Ley, y también a religioso ofrecimiento. Uno parece escuchar la voz de poetas y profetas de la Biblia; acaso la voz de Moisés en el desierto hablando con Dios: “Nos los Representantes de las Provincias Unidas de Sud América, reunidas en Congreso General, evocando al Eterno que preside el Universo, en nombre y por la autoridad de los Pueblos que representamos, protestando al Cielo y a las naciones y hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos: declaramos solemnemente a la faz de la tierra que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de las que fueron despojadas e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli y de cualquier otra dominación extranjera.
“Quedan, en consecuencia, de hecho y de derecho, con amplio poder para darse las formas que exija la justicia e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias. Todas y cada una de ellas así lo publican, declaran y ratifican comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de esta voluntad, bajo el augurio y garantía de sus vidas, haberes y famas…
Cuando sabemos que estas palabras fueron pronunciadas en un rancho humilde, la casa de doña Francisca Bazán de Laguna; y cuando sabemos que el suceso ocurrió en las circunstancias difíciles por que atravesaba el país y en el trance dramático a que había llegado el Movimiento de Mayo, la jura de la Independencia acentúa aún más sus perfiles de epopeya civil y de dulce milagro.
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