Más allá del incidente puntual que tensara la cuerda que dio origen a esta histórica declaración, bien vale apuntar que con ella la ciudad de Oberá, ciudad joven en términos históricos, jerarquiza y consolida el esmerado transitar cultural de los obereños expresado en distintas formas y oportunidades con la declaración dictada por el Concejo Deliberante que nomina al Parque de las Naciones como patrimonio histórico cultural de Oberá, primer hito que bien puede incluirse en el pergamino donde se asientan los mayores logros comunitarios en su afán de preservar el acervo histórico obereño. La alegría de la gente de la Federación de Colectividades que se extendió a la ciudad toda habla a las claras de la respuesta generosa del pueblo cuando se lo escucha y se valora sus pedidos como ha sucedido en este caso.
   Cierto todo el desarrollo de este expediente estuvo marcado por un aire fresco como suele suceder cuando se procede democráticamente como lo ha hecho el gobierno municipal a pedido de la Federación de Colectividades.
Cartilla ético-patriótica
    Viviendo como estamos el mes de mayo y pocos días más celebrando el Mayo del 25, quisimos encender la antorcha de libertad e independencia que si bien se completó el 9 de Julio de 1816 – pronto celebraremos el  bicentenario de aquel 9 de Julio de 1816- culminó en el Congreso de Tucumán que contra viento y  marea declaró la independencia, y, para hacerlo se nos ocurrió ingresar a nuestro archivo a la búsqueda de algún documento en el que se estrene en función país el concepto de democracia a través de la palabra de un dirigente de primera línea de aquellos tiempos históricos y tras descartar algunos, anclamos en la cartilla ética patriótica que dictó Mariano Moreno opinando en el famoso y polémico  decreto sobre la supresión de honores, aclarando que esto ha sido posible lograrlo en el artículo escrito para el diario La Razón el 27 de diciembre de 1925 por Isaac R. Pearson, quince años después de haberse celebrado el centenario de la Revolución de Mayo, dato valioso para conocer el pensar de los hombres más cercanos al nacimiento de la patria y acceder a fuente más próxima a los hechos que se relatarán.
   “En el corriente mes de diciembre la ciudad de Buenos Aires conoció un acto de nuestro primer gobierno patrio, el de la Primera Junta que suscitó vivísimo comentario y originó consecuencias de trascendencia. Nos referimos al decreto de supresión de honores al presidente de dicha Junta, que en sus términos exactos solamente se hizo público con la aparición del respectivo número de “La Gaceta”; más en su sentido fundamental fue propalado desde que se firmó entre la gente calificada e influyente y desde ese mismo momento produjo las apreciaciones contradictorias que repercutirían luego en el gobierno alejando de él para siempre a Mariano Moreno.”
   El decreto de supresión  de honores  surgió de la rivalidad entre el presidente y el secretario del primer gobierno de la Revolución, Cornelio Saavedra y Mariano Moreno, respectivamente.
   “Pero ocurrió un  suceso que agravó la situación inesperadamente. Saavedra había estado al frente del Regimiento de Patricios y dos batallones de este Regimiento habían tomado parte de la batalla de Suipacha, primera victoria militar de la revolución. Los oficiales patricios que residían en Buenos Aires quisieron celebrar el éxito de sus compañeros de armas con una fiesta. En algunas versiones de este hecho se afirma que medió discusión entre los organizadores del acto a propósito de si se invitaría a Moreno o no, consultado Saavedra sobre el particular, pareció acceder a la invitación. Moreno fue rechazado de la puerta. Lo que no se sabe es si sucedió esto por torpeza de los oficiales que guardaban la entrada o por obra deliberada de la oficialidad patricia que no contemplaba con buenos ojos al secretario de la Junta. Moreno se retiró a su casa con la contrariedad que se puede imaginar y allí lo encontraron,  reservado y cabizbajo, algunos amigos que fueron a visitarle después de la celebración de los patricios quienes le contaron de un detalle de la fiesta que fue muy comentado. Saavedra y su señora ocupaban la cabecera de la mesa que se había preparado para el convite, teniendo de atrás un dosel de damasco cuyas junturas superiores unían dos coronas de flores. Un oficial que había bebido mucho y pertenecía al número de los adictos incondicionalmente al presidente de la Junta, tomó la palabra en el momento de los brindis y, haciéndose  alcanzar las dos coronas, ofrecióselas a Saavedra y su esposa con palabras en las que dijo que América esperaba ansiosa que el presidente de la Junta se ciñese el cetro de los virreyes. No podía esto ser tomado a lo serio, tan a la vista estaba lo anormal del estado del orador el cual tenía el nombre de Atanasio Duarte. Pero Saavedra, había sonreído ante el homenaje. Esto contáronle a Moreno, sonrisa complaciente, agregarónle que podía tener importancia con su apego conocido por las formas ostentosas y solemnes del gobierno… Moreno daría o no trascendencia al episodio, considerado como revelación de aspiraciones. Lo probable es que no se la diese, comprendiendo que un obsequiado, en el caso de Saavedra, no podía haber obrado como obró él, que no pueden los hombres públicos andar a la greña ante cada desentono que se cometa en su presencia, pero las  ideas  que flotaban en el ambiente auspiciando una especie de perpetuación  del señor Saavedra en el gobierno tenían  que despertar el temperamento batallador del secretario de la Junta. Por otra parte Moreno estaba herido en su amor propio y no siempre tienen los hombres el necesario dominio sobre el genio y los nervios. Súbitamente Moreno se sentó delante de su  escritorio y redactó un  documento que es el más famoso de los salidos de su pluma y había de costarle el puesto que tenía en la Junta y, a poco andar, la existencia.”
   Damos paso al escrito original: “En vano publicaría esta Junta principios liberales que hagan apreciar a los pueblos el inestimable don de su libertad, si permitiera la continuación de aquellos prestigios, que por desgracia para la humanidad inventaron los tiranos, para sofocar los sentimientos de la naturaleza. Privada la multitud de sus luces necesarias para dar su verdadero valor a todas las cosas; reducida por la condición de sus tareas a no extender sus meditaciones más allá de sus primeras necesidades; acostumbrados a ver a sus magistrados y jefes envueltos en un brillo que deslumbra a los demás y los separa de su inmediación, confunde los inciensos y homenaje con la autoridad de los que los disfrutan y jamás se detiene en buscar al jefe por los títulos que lo constituyen, sino por el boato y condecoraciones con que siempre lo han visto distinguido. De aquí es que el usurpador, el déspota, el asesino de su patria arrastra por una calle pública la veneración y el respeto de un gentío inmenso, al paso que carga la execración  de los filósofos y las maldiciones de los buenos ciudadanos; y de aquí es que, a vista de ese aparato exterior, precursor seguro de castigos y de todo género de violencias, tiemblan los hombres oprimidos y se asustan  de sí mismos, si alguna vez el exceso de opresión los había hecho pensar en secreto algún  remedio.
   ¡Infelices pueblos los que viven reducidos a una condición tan humillante!
Si el abatimiento de sus espíritus no sofocase todos los pensamientos nobles y generosos; si el sufrimiento continuado de tantos males no hubiese extinguido hasta del deseo de libertarse de ellos, correrían a aquellos países felices en que una constitución, justa y liberal da únicamente a las virtudes el respeto que los tiranos exigen para los trapos y galones; abandonarían sus hogares, huirían de sus domicilios y dejando anegados a los déspotas en el fiero placer de haber asolado a las provincias con sus opresiones, vivirían bajo el dulce dogma de la igualdad, que raras veces posee la tierra, porque raras veces lo merecen sus habitantes. ¿Qué comparación  tiene una gran pueblo de esclavos que con  su sangre compra victorias que aumenten el lujo, las carrozas, las escoltas de los que lo domina, con una ciudad de hombres libres en el que el magistrado no se distingue de los demás, sino porque hace observar las leyes y termina las diferencias de sus conciudadanos. Todas las clases del Estado se acercarán con confianza a los depositarios de la autoridad, porque en los actos sociales han alternado francamente con todos ellos; el pobre explica sus acciones sin timidez, porque ha conversado muchas veces familiarmente con el juez que lo escucha; el magistrado no muestra ceño en el tribunal, a hombres que después podrían despreciarlo en la tertulia; y sin embargo no mengua el respeto de la magistratura, porque sus decisiones son dictadas por la ley, sostenidas por la Constitución y ejecutadas por la firmeza de hombres justos e incorruptibles.”
  Hay más -es una pena que se nos termine la página- como decía Pearson “La orden del día y decreto del 6 de diciembre, que por muchos de sus postulados y determinaciones es una verdadera página de honor para la democracia argentina, mas lo que tiene de alto en sus conceptos generales, no causa proporción con su causa generatriz que es minúscula. Todo un oro los enunciados que contienen admirable verdad, fuerza y belleza.
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Categorías: Columnas de Opinión
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