Siguiendo el camino de mis antologías, el libro que publiqué hace algunos años. Una recopilación de algunas de mis publicaciones, en la que trajimos a la memoria, mía en primer lugar, y la de los lectores algunas historias «de mis recuerdos». Nos aventuraremos en esta nueva sección, en la que les presentaré artículos que ya compartimos. Porque al igual que pasa con los recuerdos, si no los pensamos, corremos el riesgo de perderlos. Les propongo un desafío, mis queridos lectores, que me acompañen; y junto al equipo de personas que hoy en día me ayudan, continuemos reflexionando a través de este espacio.
En mi caso, y seguramente en el de muchos de ustedes, las fechas son, fueron y serán importantes. Y ahora que pienso, ese fue el mejor camino que podríamos haber tomado. Recordar juntos las anécdotas, historias y fechas que resultan a mi memoria imprescriptible… no se diluyen y no debieran hacerlo…
A pocos días del 2 de abril, no puedo más que recordar una historia, un recuerdo de vida; que no me pertenece, pero que lo hice mío.
De los sueños de un Teniente… de Malvinas
Hace un tiempo atrás, hojeando un diario, la fotografía de alguien conocido que mostraba un cuadro como un soldado en uniforme. Empecé a leer el artículo y enseguida recordé, así como hoy todavía recuerdo, a quien se parecía este señor: a Julio Estévez, un médico que había formado parte, junto a su esposa, el grupo de teatro «El Piolín» hasta que, como médico, fue trasladado a Posadas. Desde entonces entró a formar parte de mi mundo de los recuerdos.
Mirándolo bien realmente no sé si trata de Julio o de sus ocho hermanos de los cuales, Roberto el caído en Malvinas era el más joven.
María Julia, una de las hermanas, afirma que el hecho real de su vida es, como se lee en el libro «Estévez, vida de un cruzado» de Federico Addisi: Desde muy chico se portó como un ser muy especial; aprendió a leer y a escribir a los cuatro años y siempre fue muy compinche de sus hermanos mayores, especialmente mío.
Pero para comprenderlo y admirarlo hay que leer la carta antes de partir voluntario por Malvinas de donde nunca volvió:
«Querido papá: cuando recibas esta carta yo, ya estaré rindiendo mis acciones a Dios nuestro señor. Él, que sabe lo que hace, así lo ha dispuesto que muera en cumplimiento de la misión. Pero fíjate vos ¡Qué Misión!
Te acordás cuando era chico y hacía planes, diseñaba vehículos y armas, todo destinado a recuperar las Islas Malvinas y restaurar en éstas nuestra soberanía? Dios, que es un padre generoso, ha querido que éste, tu hijo, totalmente carente de méritos, viva esta experiencia única y deje su vida en ofrenda a nuestra Patria. Lo único que a todos quiero pedirles:
1°. Que restauren una sincera unidad en la familia bajo la Cruz de Cristo; 2°. Que recuerden con alegría y no que mi equivocación sea la apertura a la tristeza, y muy importante, 3°. Que recen por mi.
Papá, hay cosas que, en un día cualquiera no se dicen entre hombres pero que hoy debo decírtelas: gracias por tenerte como modelo de bien nacido, gracias por creer en el honor, gracias por tener tu apellido, gracias por ser católico, argentino e hijo de sangre española, gracias por ser soldado, gracias a Dios por ser como soy y que es el fruto de ese hogar donde vos sos el pilar. Hasta el reencuentro, si Dios lo permite. Un fuerte abrazo. Dios y Patria o muerte. Roberto».
Según el hermano, las autoridades militares preguntaron si querían traer los restos de Roberto y ellos contestaron que no, «porque si traemos todos los cuerpos los ingleses van a creer que perdimos el interés. En cambio así, siempre vamos a tener motivos para querer volver hasta que nos entreguen nuestras Malvinas».