Operaba en el barrio Cien Hectáreas, frente al club Ex Alumnos 185. La investigación derivó en la detención de cuatro integrantes de una misma familia, pero sólo Gustavo Candia fue procesado con prisión preventiva.
Por años la banda de Candia comercializó drogas en el barrio Cien Hectáreas. Todos lo sabían e, incluso, muchos lo denunciaron, pero nunca nadie se ocupó del tema en profundidad hasta que una investigación de largos meses, finalmente, la desbarato por completo.
El sindicado como uno de los cabecillas, Darío Dos Santos (alias Chino); el presunto abastecedor de marihuana llamado Gustavo Candia (Gordo) y un supuesto dealer, Alberto Antúnez, que hacia sus negocios en otro barrio obereño, están detenidos cumpliendo prisión preventiva, pero detrás quedó al descubierto una compleja red de jóvenes soldados que hacían funcionar la estructura, cuyas bases estaban situadas a metros de dos instituciones educativas -primaria y secundaria- y frente al club Ex Alumnos 185.
También quedó al desnudo una llamativa modalidad, que en su momento llamó poderosamente la atención de los investigadores policiales, quienes durante alrededor de seis meses siguieron los pasos y escucharon a los acusados en pleno transporte y venta de estupefacientes.
El clan de Cien Hectáreas
Los Candia en Cien Hectáreas vendrían a ser como el clan Mareco en Oasis, pero a mucha menor escala. La investigación derivó no sólo en la detención del Gordo, sino de su padre Teodoro Candia (empleado municipal), su madre Norma Alicia Silva y un hermano, Reno Candia, quienes luego fueron excarcelados y se les dictó la falta de mérito, pese a que el fiscal de la causa sostiene que existen elementos suficientes para probar de forma concreta la participación de cada uno en la organización.
Lo cierto es que, aunque los cabecillas estén detenidos, los vecinos hasta ahora les tienen miedo porque durante muchos años la impunidad era su aliada y se manejaban como dueños de voluntades y decisiones.
Sus motos con escapes libres estallaban a cualquier hora y las cumbias sonaban sin parar durante todo el día y a todo volumen, sin que alguien siquiera se animara a sugerirle que la bajaran.
De esa manera, fueron ganando cierto prestigio en el mundillo del delito, que a su vez era traducido en beneficios para quienes se animaban a integrar la banda. Fue así como la precaria vivienda -ubicada sobre la avenida Yerbal Viejo entre Casco Romano y Picada Argentina- se convirtió en una especie de búnker y era visitada por chicos (la mayoría estudiantes) de todas las edades que, para los investigadores, llegaban dispuestos a repartir y consumir.
El negocio de la venta de marihuana iba viento en popa pero tanto movimiento en la casa les obligó a crear una estrategia para pasar desapercibidos, entonces le dieron vida a una supuesta gomería que sirvió para esconder el verdadero negocio.
Claro, los llamados dealers iban en moto para supuestamente parchar un neumático pero en realidad lo que hacían era llevar pequeños envoltorios con la droga, tal como figura en el expediente de la causa que lleva adelante la Justicia Federal de Oberá.
La fe en el Gauchito
Pero eso no fue todo, ya que el secreto mejor guardado de la familia quedó al descubierto. Tiene que ver con una ermita del Gaucho Gil que los Candia construyeron en la vereda de su casa y al poco tiempo estuvo cubierta de banderas y velas rojas. Se descubrió que no tenia nada que ver con la fe sino con una modalidad de aviso a los distribuidores y compradores.
Los detectives descifraron que cuando una luz de color roja instalada en el interior de ese santuario estaba encendida, había buena marihuana u otra sustancia para vender en la vivienda y podían pasar a comprarla, pero cuando estaba apagada, era porque algo no estaba bien y el negocio estaba parado. Simple.
En relación a eso, en el expediente se describe claramente que “mil pesos es la suma mínima para la compra de marihuana (…) en una vivienda de propiedad de un señor de apellido Candia, ubicada en la parte del frente del club Ex alumnos 185, donde hay un pequeño santuario con una luz color roja la cual si está encendida, es porque el propietario posee marihuana u otra sustancia para vender”.
Nexos internos
Según los datos obtenidos en la investigación, el Gordo no actuaba solo, ya que a tres cuadras de su casa estaba asentado el Chino en una pieza que construyó en el patio de la casa de su madre apenas regresó de Buenos Aires. En esa construcción, la Policía incautó marihuana, once tizas de xilocaína (utilizada para estirar la cocaína) teléfonos celulares, una balanza de precisión y otros elementos que lo ligan directamente a la banda.
Lo mismo pasó en el domicilio de Antúnez, a escasos metros del Bachillerato 44 del barrio 80 viviendas, donde había casi un kilo de marihuana dispuesta para vender y el negocio se hacía bajo la fachada de un kiosco, propiedad del padre de éste.
En los tres domicilios los pasamanos se hacían a toda hora y, de acuerdo a la pesquisa, los cigarrillos de marihuana costaban entre 10 y 15 pesos. “Se pudo observar a personas que arribaban caminando, aguardaban en un sector próximo para que uno de ellos se apersonara a la vivienda de Candia, donde se entrevistaban con Reno o Gustavo haciendo efectivo estos últimos el ingreso a la morada y posteriormente, al egresar, hacían entre ellos una especie de pasamanos e inmediatamente después, se retiraban”
La investigación sindicó en la banda a una docena de chicos del barrio que se encargarían de la distribución tipo delivery de las sustancias prohibidas. Sus nombres aparecen en el expediente, aunque muchos con apodos como Pacú o Toti y están siendo investigados por la Justicia.
Más allá de eso, contaban con una compleja red de informantes que alertaba sobre los controles y operativos policiales. Eso quedó al descubierto en el peritaje a los teléfonos celulares, en los cuales aparecieron mensajes como: “Buen día Gustavo, anoche cayó una camioneta en Guaraní con verde, hasta las 3 estuvieron, ahora me voy a Alem, mi auto está allá, después te aviso” o “cuidado cerca de Alberdi yendo a Oberá hay un patrullero de la Policía que está escondido en una de las entradas».
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