La constancia de su mamá desde los primeros días de vida se reflejan en los logros de esta niña que pasó por el Instituto Carlos Linneo de Oberá, donde dejó su huella y un legajo colmado de notas excelentes. En pocos meses la esperan en el secundario.
El fin de un ciclo en la vida de un hijo se celebra con la emoción a flor de piel, con recuerdos que se abarrotan uno tras otro, reviviendo pequeños grandes momentos que llevan, incluso, a aquel día en que se lo tuvo en brazos por primera vez o, por qué no, aún antes.
Seguramente muchas de estas imágenes fueron las que pasaron por la memoria de Mirian López cuando hace pocos días su niña, María Fernanda, recibía de manos de la directora del Instituto Privado Carlos Linneo, Silvia Molinaro, su diploma de séptimo grado y un boletín cargado de “10”, fiel reflejo de que el Síndrome de Down no es una barrera.
“Si hacés algo, pasa algo, si no hacés nada, no pasa nada, quiero que la gente entienda que un hijo con capacidades diferentes no es pobrecito, tampoco los padres son pobrecitos, porque si nosotros los sacamos adelante superan a mucha gente. No son malas personas, no tienen malos pensamientos, te hacen lo más feliz porque no tienen maldad. Se puede sacar adelante a un chico, no sé si decir con capacidades diferentes o un chico con un cromosoma de más, no sé, sí sé que se puede y con ellos se pueden obtener los mismos logros”, dijo Mirian.
Y añadió que “logramos una meta muy grande, que es de ella más que nada y el equipo (psicopedagoga, psicóloga, foniatra) que la acompaña. Para mí fue tocar un poquito el cielo, es una meta más, como cuando terminó el jardín, después de sortear un montón de temas, como el uso de pañales, que Fer dejó con sólo un añito. Para entrar a primer grado tuvo que hacer una prueba para evaluar qué materias debía hacer o no con más o menos apoyo y por suerte todo eso se superó y no tuvo que hacer ninguna en ningún otro lado, es alumna exclusiva del Linneo”.
Orgullosa, esta mamá comentó que “a los 41 años quedé embarazada, no había podido tener hijos, cuando me enteré me puse muy feliz, supuestamente el papá también, no sé si con cada ecografía alguien sabía cosas que yo no, realmente no sé, me atendía en una clínica en San Vicente y la señora del dueño, hoy madrina de Fernanda, cuando estaba de cinco meses me dijo que había un estudio que me podía hacer para ver si el bebé tenía algún problema, pero fui terminante y le dije: ’Mirá, si nace sin cabeza, sin brazo, sin pierna, va a ser mi hijo o mi hija y lo voy a cuidar como lo tengo que cuidar’. Dios me dio la posibilidad de tener un hijo de la persona que quiero, que sigo queriendo, aunque no esté con nosotras, aunque no haya criado a su hija, pero es fruto del amor, porque no es lo mismo tener por casualidad que con amor, por eso me siento súper satisfecha y agradezco la hija que tengo”.
Los días pasaron y cuando faltaba una semana para cumplir los ocho meses de gestación, por algunos inconvenientes relacionados a la edad, “me hicieron cesárea, la conocí por la ropita cuando la llevan a la incubadora, no pregunté si estaba bien, si tenía todos los dedos, nada, estaba feliz, contenida, me llevaron a la pieza y ese día no me dijeron nada, sólo que estaba bien, al otro día el director de la clínica me explicó que la nena tenía un problemita, que era Síndrome de Down. No lo asimilé la situación, después mi ginecólogo me habló y entonces me enojé, pero no por tener una hija con Síndrome de Down, me enojé porque no me lo dijeron desde un principio, porque mi hija no estaba conmigo, son chicos que necesitan mucho amor, ella necesitaba mi calor y la llevaron. Así fue que le dije ’doctor, yo tengo otra mentalidad, mi hija va a ser mi hija como sea’. Y al otro día nos dieron el alta, Fernanda nació un miércoles y el viernes nos fuimos a casa, en San Vicente”.
“A los diez o quince días empecé a hacerle masajes con aceites esenciales, al año dejó los pañales y desde entonces, hasta los dos años, viajaba una vez por semana a Oberá para hacerle estimulación temprana, allí comencé a notar que necesitaba otras cosas, que tenían que ser más días. Veía que otros chicos con Síndrome de Down que no tenían todo lo que tenían que tener, que un chico difícilmente llegaría a un tercer grado, conozco un caso que tuvieron a un nene tres, cuatro, cinco años, ya estaba por jubilarse, en tercer grado porque las maestras no quieren hacerse cargo, soy docente, y entiendo que no estamos preparados para eso, mi hija me hizo cambiar mi visión, aunque nunca me pasó tener un chico así como alumno, pero uno se humaniza más si tiene un hijo, un sobrino, un pariente”, aseguró la mamá de Fernanda.
Mirian fue docente durante veinte años en San Vicente, continuar como entendía que debía ser con la estimulación temprana requería que viaje dos veces por semana a Oberá, un gasto al que no podía hacer frente, estaba sola, porque el “papá cuando supo del ‘problemita’ se fue”, y le sugirieron que pida el traslado. “Hablé con Miguel Molina, que estaba en el Consejo de Educación y él me ayudó. Extraño, pero veo a mi hija realizada y es lo que más importa”, comentó.
“Hace seis años que mi mamá vive conmigo, porque yo tengo que trabajar, ahora estoy haciendo los trámites para jubilarme, porque el año que viene Fer empieza el secundario, allí entra a las 5.40 y sale a las 12.45”, y si Dios quiere y continúa avanzando como hasta ahora va a seguir alguna carrera también en el Instituto Linneo, porque ya la conocen, saben manejarla”, manifestó Mirian.
Y aclaró que este es un logro de muchos, porque Fernanda cuenta con un importante equipo que trabaja a su lado, con una maestra acompañante, que hasta ahora entraba con ella al colegio a las 6.50 y salía a las 11.45. La labor de esta docente es sumamente importante y Mirian logró mejorar, con apoyo en contraturno, gracias a un recurso de amparo que presentó al IPS, a través del cual le reintegran el dinero que destina al pago de la auxiliar.
Primera Edición