La Iglesia nos invita a orar continuamente por nuestros seres queridos afectados por el mal. La oración por los enfermos nunca debe faltar. Mejor dicho debemos orar más, tanto a nivel personal y en comunidad. Pensemos al episodio evangélico de la mujer cananea. Es una mujer pagana, no era del pueblo de Israel, era una pagana, que suplica a Jesús que sane a su hija. Jesús, para probar su fe, en primer lugar responde con dureza: «No puedo, debo pensar antes a las ovejas de Israel». La mujer no retrocede –una madre, cuando pide ayuda para su criatura, ¡nunca se rinde! Todos lo sabemos esto, ¿eh? Las madres luchan por los hijos, ¿eh?– y Jesús responde a esta mujer: «También a los perritos, cuando los dueños se han alimentado, se les da algo». Como diciendo: ‘pero por lo menos mírame como una perrita’. Y Jesús le dice: «Mujer, ¡grande es tu fe! Que se haga como deseas».
Frente a la enfermedad, también surgen dificultades en la familia, a causa de la debilidad humana. Pero, en general, el tiempo de la enfermedad refuerza los lazos familiares. Y pienso en lo importante que es educar a los hijos desde pequeños en la solidaridad en el tiempo de la enfermedad. Una educación que deja de lado la sensibilidad por la enfermedad humana, endurece el corazón. Y hace que los chicos estén «anestesiados» ante el sufrimiento de los demás, incapaces de confrontarse con el sufrimiento y de vivir la experiencia del límite.
Pero cuántas veces vemos llegar al trabajo, y todos lo hemos visto, un hombre, una mujer, con la cara cansada, con la actitud cansada. ‘Pero, ¿qué pasa?’ ‘He dormido solo dos horas, porque en casa nos turnamos’, para estar cerca del niño, la niña, enfermo, del abuelo, de la abuela. Y la jornada continúa con el trabajo. Pero estas cosas son heroicas. ¡Son las heroicidades de las familias! Esas heroicidades escondidas, que se hacen cuando uno está enfermo, cuando el padre, la madre, el hijo, la hija están enfermos. Y se hacen con ternura y valentía.
La debilidad y el sufrimiento de nuestros afectos más queridos y más sagrados, pueden ser, para nuestros hijos y nuestros nietos, una escuela de vida, -educar a los hijos y los nietos a entender esta cercanía en la enfermedad en la familia- y se convierten cuando los momentos de enfermedad están acompañados por la oración y la cercanía afectuosa y atenta de los familiares. La comunidad cristiana sabe bien que la familia, en la prueba de la enfermedad, no debe ser dejada sola. Y debemos agradecer al Señor por las hermosas experiencias de fraternidad eclesial que ayudan a las familias a atravesar el difícil momento del dolor y sufrimiento. Esta proximidad cristiana, de familia a familia, es un verdadero tesoro para la parroquia; un tesoro de sabiduría, que ayuda a las familias en los momentos difíciles y hace entender el Reino de Dios mejor que muchos discursos. Son caricias de Dios. ¡Gracias! (Papa Francisco, Audiencia General, Ciudad del Vaticano, 10 de junio de 2015).