Gracias a la gentileza y generosidad de un distinguido escritor venezolano radicado en París desde hace largos años, el señor Pardo de Leygonnier, logré obtener un ejemplar de una biografía de San Martín escrita por Pitre-Chevalier y publicada en París, en octubre de 1850, en una revista titulada «Musée des Familles» (pp. 31 y 32). El artículo está ilustrado con un retrato de San Martín facilitado por la hija del Libertador de Perú y Chile.
Veamos el tenor del artículo en cuestión:
«Hace algunas semanas, vosotros habríais leído en los diarios esta noticia contenida en dos líneas: «El general don José de San Martín acaba de fallecer en Francia, en Boulogne sur-Mer, a lo setenta y dos años.
«¡Y bien!. La muerte de semejante hombre habría debido producir un efecto similar en los dos Mundos, a la que Washington produjo antes. Pero, escuchad, más bien. Esto es historia, tal como no se la hace más.
«En el mes de mayor de 1808, la ciudad de Cádiz se sublevaba con toda España contra la dominación napoleónica. Se degollaba a los franceses en las calles, al toque de arrebato de las nuevas Vísperas Sicilianas. En el palacio de gobierno, dos hombres de edad muy diversa, pero de un parecido asombros de carácter y físico, esperaban con sangre fría la aproximación de la tempestad. Uno era el marqués de Solano, capitán general de Andalucía; el otro, su Edecán, don José de San Martín, nacido en América del Sud, en Yapeyú, en 1778, hijo del coronel Juan de San Martín y de doña Francisca de Matorras; intrépido y hermoso oficial, de talla elevada, cabeza marcial, bigote negro y brillante uniforme.
«Bien pronto una muchedumbre de obreros, marineros y manolas desmelenadas, vociferó en la plaza, la antorcha y el puñal en la mano, aullando: ¡Muerte a los franceses y a sus defensores!.
«Solano quería combatir a los Franceses, pero no asesinarlos. Lo había declarado al pueblo, y estoicamente había regresado acompañado por su edecán.
«Sentado junto a su mesa, su espada al alcance de su mano, leyó a dos José una comunicación que le anunciaba el degüello de Filangieri den Villa France y el de Aquila en Sevilla, por haber querido resistir a las venganzas populares.
«Será, puede ser, nuestro turno mañana, agregó al acostarse: la vida del soldado es un campo de batalla.
«Y se durmió.
«San Martín veló su sueño hasta la aurora; recién entonces salió para recorrer la ciudad. La encontró llena de bandas furiosas y de horribles vociferaciones…
Cuando volvió al palacio, le fue prohibida la entrada por la muchedumbre, y vio un cadáver destrozado, arrastrado en la calle por los mendigos de Cádiz. Reconoció a Solano, su general.
«Los jefes de la asonada habían venido para pedirle al Marqués la orden para ejecutar la matanza. Entonces les había repetido: «Combatiré a los Franceses, pero no los degollaré». Y con su vida había pagado estas animosas palabras.
«Hemos dicho ya que Solano y San Martín se parecían singularmente. Al verlo a San Martín, los amotinado creyeron ver al General y se precipitaron con mil puñales cobre el Edecán.
«Perseguido de calle en calle, deteniendo a veces a los asaltantes con una mirada o un sablazo, donde José a su turno, iba a perecer, cuando un monge sale de la iglesia de los Capuchinos, reconoce al oficial que se tambaleaba a los pies de una Virgen incrustada en el muro, levanta su crucifijo entre los asesinos y su víctima, muestra las huellas que la sangre del general solano había dejado en la calle y gritó con voz firme, imponiéndose a la muchedumbre: «Este hombre es don José de San Martín, y esta madona es la Virgen del Perdón!. No pegueís a los vivos por los muertos, y sabed deteneros en el crimen».
«Los más furiosos retrocedieron, y el oficial al separarse del monje le dijo: «No me olvidaré».
«No le faltaron ocasiones para mantener su palabra.
«Nueve años más tarde, San Martín llamado a su colonia natal por el grito de Independencia se había elevado, a paso de gigante, de victoria en victoria y había liberado toda la América española del sud, al mismo tiempo que Bolívar liberaba la América del Norte. La Confederación Argentina, chile y Perú deben su liberación a su coraje y su organización a su genio.
«En medio de esta guerra prodigiosa, en la cual hizo recordar las hazañas de Aníbal y César, el héroe vio, un día, a un monje castellano rodar a sus pies bajo los golpes de sus soldados vencedores. Lo cubrió con su cuerpo y con su espada, le dio una escolta que lo puso a salvo, y pagó así la deuda sagrada de Cádiz.
«Cubierto de la gloria de Washington, San Martín lo sobrepasó por su destinterés. Rechazó el gobierno de los vastos Estados que había liberado y vino a Europa a amortajarse con el célebre estandarte de Pizarro, una recompensa que él guardó después de tantos servicios prestados».
«Tal es el hombre que moría sin fasto, últimamente, en Boulogne sur-Mer y por el cual, la mitad del Nuevo Mundo llevará duelo. Su ataúd conservado en la Iglesia de Norte Dame partirá dentro de poco para Buenos Aires que le había reservado el título de Brigadier General, y que cada año ante el Congreso reunido recordaba su gloria. Será saludado por el Perú que había cedido a su Libertador el estandarte de Pizarro, y por chile que mantenía el nombre de San Martín a la cabeza del escalafón de su ejército».
Tal es el contenido del artículo que, sumado a otros, refleja -pese a algún dato novelesco- la simpatía, el respeto y la admiración que el ilustre guerrero había sabido conquistar en Francia, la tierra que abrió su seno para cobijarlo el día de su tránsito para la inmortalidad.