¿La escuela ha muerto?
Mientras las noticias nos empujan a seguir minuto a minuto el conteo de los humanos que se ven afectados por el virus, la cantidad de vidas que se lleva el COVID-19, cómo impacta en cada país el avance de la pandemia; mientras con asombro descubrimos cuántas camas dispone cada municipio para atender las urgencias, la cantidad de respiradores con que contamos en cada uno de nuestros pueblos; mientras nos volvemos obligados expertos en lectura e interpretación de cifras y datos estadísticos, y casi desesperadamente cruzamos variables para intentar llegar a una conclusión alentadora que nos permita salir de la pandemia; mientras todo eso sucede, la escuela sigue en pie, seguimos educando. Y de diversas maneras, en diferentes idiomas, con opiniones a favor y en contra la pregunta flota en el aire: la escuela ¿es otra víctima del COVID-19? Ha ingresado a terapia intensiva ¿sobrevivirá? Todos planteamos que de esta pandemia saldremos transformados, muchos esperanzados en un mundo mejor. ¿Cómo saldrá la escuela hacia ese nuevo mundo post pandemia?
En este artículo pondré el foco en la paradoja educativa, escuelas cerradas – aulas abiertas. Y el trasfondo de esta paradoja al revisar el contrato entre la sociedad y escuela, cuáles son las cláusulas de ese contrato que se construyeron en la modernidad, cuáles de esas cláusulas entraron en crisis, y cómo se reconfiguraría un nuevo contrato social, una nueva manera de vincularse la sociedad con la escuela y viceversa.
La escuela de la modernidad fue el resultado de una solución tecnológica inteligente, pero hoy está en crisis
¿Cuándo surgió la escuela tal como la conocemos hoy? ¿Cómo era ese mundo que le dio cabida? Todos los investigadores educativos insisten en hacernos recordar que no siempre a lo largo de la historia de la humanidad existió la escuela tal como la conocemos hoy. Gordillo y González Galbarte (2002) al analizar las dimensiones socio-culturales de la tecnología, plantean a la educación escolar como una tecnología, como una forma de gestión y organización social que cumple determinadas funciones, y cuya eficiencia (o ausencia de ella) es semejante a la de las tecnologías materiales. ¿A qué modelo social respondía la escuela tal como la conocemos hasta la actualidad?
La ampliación del mundo conocido a través de los viajes de descubrimiento desde fines de 1400 e inicios de 1500, la exploración y conquista de territorios extra europeos hasta abarcar el planeta entero, la formación de un mercado mundial y el incremento de la producción, la innovación incesante de los medios de comunicación y transporte, la aparición de las nuevas ciencias de la naturaleza, el llamado «giro copernicano» del saber, la formación de los primeros estados nacionales europeos, la proliferación de formas capitalistas de producción que se consolidarán con el surgimiento de la revolución industrial en Inglaterra, y el triunfo del capitalismo como modo de producción dominante junto al reemplazo del absolutismo por repúblicas liberales o monarquías constitucionales, son hechos que fueron configurando el mundo moderno en el que la escuela fue un engranaje fundamental.
Pues ante el mundo del siglo XXI esta escuela, pensada para otra sociedad, entra en crisis. ¿Cuáles son algunos síntomas que forman parte de este diagnóstico crítico? Sin pretender ser exhaustiva, pero a modo de simple enumeración podemos señalar:
Por todo ello estamos participando de una crisis por la pérdida de significación social de los procesos que suceden al interior de la escuela. Un desfasaje entre la cultura escolar y la cultura imperante en el conjunto de la sociedad, y las dificultades de la escuela para proporcionar una formación acorde con las nuevas exigencias. Hay un hiato entre la escuela y la nueva condición de globalizado que tiene el orden mundial.
Pero no se trata de poner en el banquillo de los acusados solamente a la escuela, sino más bien de entender que la situación crítica del sistema educativo o, si se quiere, de la institución escolar, es compartida por una red de instituciones que conformaron el entramado propio de la modernidad, con los dispositivos de regulación y control social que requería su dinámica. La era de la globalización erosiona este entramado societal, modificando sus relaciones, sus funciones y sus posiciones relativas, cambiando el contexto en el que se desenvuelven y el conjunto de demandas a las que se ven sometidas. En definitiva, la globalización rompe el entramado de experiencias que conformaron lo que llamamos la vida moderna, y pareciera que el conjunto de instituciones y personas que conformaban esta red son liberadas o expulsadas de las seguridades que otorgaba este modo de vida.
¿El COVID-19 lleva a terapia intensiva a la escuela de la modernidad?
Probablemente sí. Aunque pareciera que no solamente la escuela está en terapia intensiva, sino fundamentalmente el orden mundial.
Desde lo político, así como el sentido del poder en la modernidad pasó de tener una direccionalidad descendente a una ascendente, del poder concentrado en el monarca a un poder otorgado por el pueblo; y en el que las democracias modernas construyeron un sentido ascendente para el poder político cuando depositaron la soberanía en el ciudadano, hoy vivimos un momento de fuerte sacudón. El mundo entero mira a los gobernantes, especialmente los que pertenecen a las grandes potencias económicas, y reclaman de ellos una mirada hacia el impacto de las decisiones macro que toman en cada uno de sus estados-nación.
Desde el punto de vista económico, así como en la modernidad se dio el paso de la economía y producción tradicional al capitalismo de la mano de la industrialización, actualmente estamos viviendo un momento en el que se hacen evidentes las fracturas del modelo económico; y proliferan los reclamos ante la injusta distribución de las riquezas, la concentración del capital económico en manos de un puñado de personas, al mismo tiempo que la marginación que afecta a sectores cada vez más numerosos de la población mundial y la pobreza extrema se gana cada vez más adeptos, especialmente niños y ancianos.
Desde el punto de vista de los valores, así como la modernidad reivindicó un conjunto de valores sobre la base de los cuales justificó y sostuvo su propuesta política y económica, la modernidad en general eligió a la escuela como el instrumento para incorporar en la población este conjunto de valores civilizatorios. La idea del progreso a la cual estuvo asociada el valor del ahorro, del esfuerzo personal, del sacrificio presente en favor de un logro futuro, la valoración del conocimiento científico como la llave para dominar la naturaleza, impregnaron la propuesta pedagógica de la modernidad. La igualdad fue también un valor instalado por la modernidad. Según la propuesta moderna, el hiato entre la desigualdad real y la igualdad simbólica podía ser saldado a partir de la escuela, pues la escuela era la encargada de ofrecer una misma educación al conjunto de la población y con ello dar una igual oportunidad de educarse a ricos y pobres. Hoy la escuela moderna estuvo y está montada en esta tensión entre la reproducción de la desigualdad existente y la generación de oportunidades que permitan la emancipación de la condición de origen.
Ante esto, surge un nuevo mandato social, que en realidad viene tomando forma desde hace varias décadas, como está aconteciendo en lo económico, socia, en la salud, también en el sistema educativo se precipitan las cosas ante la pandemia. Tenemos que rediseñar y poner rápidamente en marcha la escuela del ahora. Pareciera que hay acuerdo más o menos generalizado en que las sociedades del Siglo XXI necesitamos volver a sellar un nuevo contrato sociedad-escuela ¿Cómo serán las nuevas cláusulas en caso de ser necesario un nuevo contrato social entre escuela y sociedad de siglo XXI?
Aunque la mona se vista de seda…
Vemos cómo en tiempos de cuarentena, los debates respecto de la educación en el Siglo XXI emergen, algunos dirán que continúan, pero, ¿dejaremos morir realmente a la escuela de la modernidad? Por lo visto los anticuerpos son muy potentes, y están resistiendo los embates que traen vientos de transformación.
El pasaje de la presencialidad a la virtualidad no implica una transformación de la escuela. Es una variable que por sí sola no garantiza una transformación de fondo. Reconocemos algunos cambios, pues si hay algo que se destaca de esta época de educación mediada por TIC, es que los docentes hemos hecho más porosas las paredes de nuestras aulas. Nuestra tarea está expuesta, y todos hacen juicios de valor de ellas. La sociedad se asombra de la rápida reacción que el colectivo docente tuvo y tiene para acomodarse a las circunstancias; de la gran cantidad de actividades que en simultáneo somos capaces de desarrollar. Se asombran también de la capacidad para coordinar estas tareas sin tener la posibilidad de encontrarnos con nuestros grupos de estudiantes ni siquiera un día de la semana de manera presencial. En este sentido, hay que rescatar algo positivo entre tanto escenario de dolor y angustia, y es que se está poniendo en valor la profesionalidad del profesor, al menos de los maestros y profesores que se formaron y continúan formándose para esta tarea.
Pero también esta transparencia del aula denota muchas veces la persistencia de esquemas vetustos, anquilosados, de prácticas de enseñanza carentes de sentido (al menos en el nuevo contexto), que llenan horas diarias de rutinas que poco ayudan a generar conocimiento socialmente significativo. A este grupo de colegas suelen estar dedicados los ingeniosos memes que a través del humor desnudan la evidencia de concepciones de educación “bancarias” según Paulo Freire.
Los maestros y profesores pudimos, o más bien nos vimos obligados, a transparentar nuestras clases ante las familias de nuestros alumnos. En muchos casos hemos tomado esto como una irrupción de los actores sociales que no nos cayó muy en gracia. Porque nos encontramos casi desnudos y sin saber a qué argumentos aferrarnos como tabla de salvación, especialmente cuando los cuestionamientos por la lógica con la que enseñamos hacía agua. Especialmente cuando esos cuestionamientos ponían en evidencia lo más duro de la realidad: no todos acceden en igualdad de condiciones. ¿Por qué dejarlos afuera de los procesos a los que más necesitan de la educación para vivir? ¿No es mucho pensar que lo que modifica y transforma cada maestro, cada profesor en la microfísica de su circunstancia puede alentar o no estas transformaciones? ¡Es mucho! Pero vale la pena pensarlo, como educadores tenemos esa obligación ética, y al menos preguntarnos siempre qué estamos haciendo por ese alumno más necesitado, ese que vive en la chacra, que quiere seguir aprendiendo pero no tiene acceso a internet, o cuyo celular no es precisamente el último modelo disponible en el mercado, pero que quiere firmar el nuevo contrato social.
La mirada tecnológica para resolver con herramientas diversas la comunicación docente-alumno, está teniendo una interesante expansión, no solamente a través de los recursos que los estados provinciales, nacionales, las organizaciones internacionales, e incluso empresas privadas habilitan, sino a través de la rápida adecuación de las instituciones educativas, en algunos casos muy embrionaria, en otros un poco más sofisticadas para un uso inteligente de ellas. Sólo cabe advertir aquí la mirada sobre los intereses que mueven a cada grupo, pues no somos tan ingenuos y sabemos leer entre líneas las motivaciones reales que nos funcionan como motores para la acción.
¿Habrá llegado la hora de olvidarse de los casilleros de las asignaturas? ¿O seguiremos pensando que las suma de consignas de matemática más la suma de consignas de Lengua, más la suma de consignas de algo que refiere a las Ciencias Sociales, más la suma de …. dará como mágico resultado el desarrollo del pensamiento complejo en cada uno de nuestros estudiantes y sus familias? Aún son incipientes las propuestas potentes de desarrollos didácticos institucionales que hayan superado la mirada moderna del conocimiento y de la trasposición didáctica de éste. Lo bueno es que están asomando tímidamente nuevas alternativas! Será momento de desarrollar propuestas para promover verdaderos procesos de construcción colectiva y significativa de conocimientos, especialmente que sean superadoras del diagnóstico que hicimos al principio.
Ante la crisis más que nunca habrá que focalizar en las reales alternativas para la escuela que necesitamos. Por eso, y sin pretender caer en un pesimismo que bloquee la posibilidad de resignificar lo que estamos haciendo, vale recordar el refrán popular… Aunque la mona se vista de seda, mona queda. Por lo que seguimos esperanzados en que el colectivo docente aprovechemos esta oportunidad que nos da esta crisis para un replanteo de fondo. Creo que tenemos en nuestras manos la clave del éxito ara reinventar la escuela. Sólo es cuestión de no dejarla pasar.
El pacto docente-alumno sigue en pie, tal como el contrato social sociedad-escuela
Hoy nos tocó a todos, uno de esos momentos importantes de nuestra historia. Hace ya varios días las escuelas están cerradas, no podemos ir, nuestros alumnos no pueden asistir a nuestras clases en nuestras aulas, jugar en los recreos. Pero docentes, directivos, alumnos y familias nos propusimos seguir andando, para desterrar y reinventar una lógica escolar presencial con más de 200 años de experiencia. Y empezamos otra vez de cero. Profesores, maestros, educadores de todo tipo, en algunos casos con nula experiencia en enseñanza digital llevamos nuestras clases a la nube, rediseñamos nuestras propuestas, y hoy hasta organizamos sesiones de teleconferencias para dar clases a nuestros estudiantes.
Los docentes estamos explorando nuevos y desafiantes recursos para comunicarnos, generando aprendizajes junto a nuestros estudiantes. Hoy más que nunca cobran vida las palabras de Paulo Freire en su primera carta del libro “Cartas a quien pretende enseñar”. (…) “el enseñar y el aprender se van dando de manera tal que por un lado, quien enseña aprende porque reconoce un conocimiento antes aprendido y, por el otro, porque observando la manera como la curiosidad del alumno aprendiz trabaja para aprehender lo que se le está enseñando, sin lo cual no aprende, el educador se ayuda a descubrir dudas, aciertos y errores”.
Y todo esto está sucediendo, atravesando la espesa niebla de la inexperiencia. Pero estamos logrando transmitir algo de tranquilidad y tender una mano. Muchos dicen las escuelas están cerradas, y yo agrego, ¡pero las aulas por fin se abrieron!
Y se mantiene más firme que nunca el contrato social educativo, ese pacto sellado a fuego que jura que la relación entre un maestro y su estudiante nunca puede quedar en suspenso. Aquí veo la clave del nuevo contrato social, volver a mirar a ellos, a muertos aliados, a nuestros estudiantes. Esta negociación es con ellos sentados a la mesa de diálogo, y como principales protagonistas. Los docentes, de diversas maneras, por whatsapp, facebook, instagram y cuanta red social se les ocurra les hacemos un pedido a nuestros estudiantes: que en esta circunstancia que nos toca sean nuestros socios y protagonistas en la tarea de mantener las escuelas abiertas, no los edificios, sino las escuelas, la idea de la escuela, el proyecto social de la escuela, el sueño de la escuela.
Confesamos que no estábamos preparados como hubiéramos querido para una situación como ésta, por lo que muchas de las cosas que proponemos quizá no salgan tan bien, o tengan errores humanos, técnicos, logísticos, de todo tipo. Estamos dando lo mejor que tenemos, pero estamos seguros que no podemos hacerlo solos. Necesitamos de nuestros principales aliados, nuestros alumnos, los estudiantes, a lo largo y ancho del mundo sabemos que vamos a contar con ellos.
Esto que nos toca nos puede privar de muchas cosas, pero la escuela no se negocia.
Entonces…
Cuando nos pregunten en unos años qué hacíamos mientras sucedía la pandemia del COVID-19 con todo el orgullo podremos decir que fuimos profesores, estudiantes y familias que ayudamos a mantener las aulas abiertas, aunque los edificios escolares estuvieran cerrados. Cada estudiante podrá decir “yo fui estudiante y ayudé a mantener la escuela abierta”.
¿Cómo será ir a la escuela después de la pandemia? Los edificios reabrirán sus puertas, docentes y estudiantes volverán a las aulas, pero nada será igual. Más allá de los aprendizajes de orden técnico, de los logros en el manejo de nuevas estrategias didácticas que nos permitan enseñar (y ojalá aprender) en la virtualidad, importará reconocer si todo el esfuerzo estuvo al servicio de algo superador. ¿Superador de qué? Superador de las desigualdades de este mundo globalizado, hiperconetado, pero terriblemente inequitativo, donde el costo se cuenta con vidas perdidas.
Durante la pandemia del COVID-19 las escuelas estuvieron cerradas, pero las aulas estuvieron más abiertas que nunca. Y esta apertura permitió a padres, docentes y estudiantes ir tejiendo la trama de un nuevo contrato entre la sociedad y la educación. Nuevas cláusulas, nuevo desafíos…
Saludos a los protagonistas de la educación!!
Ivonne Aquino
Abril de 2020