Lo que escribíamos el 4 de septiembre de 2004, hace casi diecinueve años atrás, cobra nuevamente vigencia ante la asunción del nuevo gobierno de Alberto y Cristina Fernández que aparece como decidido a encarar con fuerza y coraje un tema social tan sensible.
Hilvanando ideas propias y ajenas, anudando conceptos en un tema que quita horas de sueño, como puede serlo todo tema cuyo intento de solución, desde los albores de la historia documentada, abrió páginas de la historia, páginas que prontamente fueron cerradas, utilizando para hacerlo hasta violencia y sangre.
Que las luchas sociales debido a la no distribución equitativa de la riqueza, no ha hallado solución en nuestro país, es acuciantes y que esa solución, o al menos una gran parte del problema, está sumergido en una telaraña de intereses y posiciones negativas que vienen dándose desde décadas, amancebadas por toda suerte de limosnas electoralistas que, lejos de abrir caminos, los cierran y que, por ir haciéndose costumbre, van calando hondo en la actitud del comportamiento político que, en muchos casos acalla conciencias y, más todavía, inclina pareceres, mostrando una cara de aparente sinceridad, que subestima el problema y hasta lo llega a considerar como un mal irremediable del que más vale no ocuparse y que -aquí hasta se nos ponen los pelos de punta- dada las fricciones que genera, debe desaparecer utilizando el método que fuere y así, muerto el perro, se acabó la rabia.
No es nuestra costumbre volcarnos al facilismo que, aunque parezca contradictorio, colabora con los renuentes a encontrar soluciones al problema, un problema que integra la canasta de los derechos humanos, ya que, por otra parte creemos que quienes se encargan de ir horadando la piedra comunitaria, que son quienes sacan rédito de carencias, lo vienen haciendo de tiempo mediante un goteo ideológico contando con el deslumbramiento popular – enfermedad que hace estragos por sobre todo en la clase media- proclive a prenderse del anzuelo que ofrece expectativas de progreso, basadas en cánones y privilegios montados en el olvido de uno de los problemas, el de la pobreza, que desde que el mundo es mundo, más dolores de cabeza ha dado a los pueblos cuyos dirigentes de turno la subestimaron o ignoraron.
La historia nos muestra la longevidad del problema, rememorando ejemplos que pueden ilustrar en tema tan ingrato, Solón, ese poeta sensible, hijo de nobles, estimado por su sabiduría y moderación (-592) “… decreta la anulación de todas las deudas, y en lo sucesivo no se solicitarán préstamos dando como fianza la propia persona. …Se crea un tribunal popular, el de los Heliastas… Solón ha libertado a los campesinos pobres, ha empezado a restaurar la pequeña propiedad, y sin habérselo propuesto coloca de este modo los cimientos de la nueva democracia. Su obra señalada en la historia de Atenas como un cambio decisivo, pero en aquel momento no satisfizo a ninguno: las reformas eran consideradas excesivas por los grandes agricultores de las llanuras e insuficientes por los pequeños campesinos y los pastores de la montaña, que formaban el partido popular. Las luchas sociales comenzaron de nuevo”.
Los hermanos Cayo y Tiberio Graco, reformadores romanos, de padre plebeyo que había alcanzado la magistratura, su madre, Cornelia, hija de Escipión el Africano “…Tiberio como tribuno de la plebe (-133) propuso una ley agraria para reorganizar la clase de los pequeños propietarios territoriales (ningún noble podrá tener más de 125 ha. del “ager públicus” y el resto será distribuido por lotes de 8 ha. a los ciudadanos pobres de Roma)… Un día en que Tiberio hacía un sacrificio en el Capitolio, fue golpeado con bastones y piedras, junto con 400 de sus partidarios y arrojaron su cadáver al río Tiber”
“…Cayo optó por hacerse más amigo de la plebe, defendió la reforma agraria de Tiberio e hizo dictar la ley fundamentaria (distribución de trigo a bajo precio en Roma). Fundó nuevas colonias y construyó rutas para facilitar la llegada del trigo. El Senado, celoso de perder sus privilegios aprovecha que Cayo viaja y funda una colonia en África, para que otro tribuno ofrezca trigo gratuito a los romanos. Cuando Cayo regresa promete acordar el derecho de ciudadanos a los italianos, incorporados a los beneficios de la ley agraria y de hacer de toda Italia un país de pequeños propietarios. El Senado promueve una revuelta en contra de los partidarios de Cayo y éste, finalmente derrotado, se hizo matar por un esclavo en el monte Aventino”
Juan Manuel de Rosas, poderoso hacendado bonaerense, así hablaba al representante de la Banda Oriental, Santiago Vázquez, el día de su ascensión al poder el 8 de diciembre de 1829 (José Pablo Feinmann “La sangre derramada”) “…que los errores de quienes lo han precedido en la conducción del país han radicado, grandemente, en ignorar a los hombres pobres, a los hombres de las clases bajas, a los hombres de la campaña, que son la gente de acción. Le advierte a Vázquez sobre la natural hostilidad que existe siempre en los pobres contra los ”ricos y superiores”… es muy importante- dice- conseguir una gran influencia sobre esa clase para contenerla o para dirigirla”.
Héctor J. Cámpora, tan ligado al pensamiento de Juan Domingo Perón, así habla ante la Asamblea Legislativa el 25 de Mayo de 1973, cuando asume la presidencia de la Nación: “…Entiéndase bien. De nada serviría un Estado económicamente libre y poderoso si no redistribuye equitativamente entre los hombres y las mujeres de su pueblo los bienes de la libertad y de su potencialidad. Sería un Estado inmensamente rico en un pueblo inmensamente pobre que acabaría por reaccionar como suelen reaccionar los pueblos, destruyendo hasta los fundamentos mismos del estado, provocando su ruina y decadencia. La riqueza es un bien individual que debe cumplir necesariamente una función social.
Cristo –el mayor de los ejemplos- aparece como un defensor de los humildes, como un justiciero que anatematiza con palabra vigorosa a los opresores y pervertidos, llamándolos a cumplir con sus responsabilidades ante Dios y ante los hombres” “…Más liviano trabajo es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de los cielos”
Sin embargo a Cristo lo asalta el pensamiento doloroso que mañana los pobres redimidos puedan ser iguales que los ricos “Pues yo os digo que si nuestra justicia no fuera mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”.
En su presidencia, Eduardo Duhalde, encargado de “fabricar” urgentes medidas de emergencia social, intentando frenar el 20 de diciembre de 2001, desparramó planes sociales, como el destinado a carenciados jefes de hogar. No se podía exigir más, teniendo en cuenta la situación de abismo que habíamos tocado entonces. No faltaron quienes pusieron el grito en el cielo pregonando el peligro que significa subsidiar en lugar de dar trabajo. No les faltaba razón, pero se vivían momentos de excepción en los cuales era imprescindible sacar del pozo a mucha gente.
Interesante sería que esos planes pudieran ser reemplazados por trabajo, pero ya han sentado sus reales ¡y cómo! Quien recibe este plan lo prefiere hoy en día a cualquier otra ocupación rentada aún superior en dinero – claro está dentro de esos niveles-, no porque no quiera ingresar al mundo del trabajo, pero la realidad es que con el plan se le abren otras cuantas posibilidades de atención hacia su núcleo familiar las que puede perder renunciando al plan e ingresando al campo laboral “legalizado”.
¿Es el de la equitativa distribución de la riqueza un problema sin solución?
Nos atrevemos a decir que no, basándonos en que otros países el problema de la pobreza ha sido solucionado en buena parte. Lo que sucede, y que no hay que olvidar, es que para combatir la pobreza hay que recrear entre otras cosas la cultura del trabajo y hay que erradicar limosnas, pero para hacerlo se debe luchar sin preconceptos contra intereses creados y privilegios que concentran riqueza.
Hay que diferenciar riqueza producto del trabajo, que riqueza mal habida, por lo que diríamos finalmente que el camino hacia una disminución del desempleo y por lo tanto una disminución de la pobreza, estaría codeándose con la complementación del trabajo y el capital que lo crea, pero por sobre todo queremos advertir que ese capital debe estar al servicio de la producción y no servirse de ella, así como el trabajo debe contar con capacitación, estabilidad y salarios dignos, algo que solamente puede lograrse con una vigorosa reactivación económica que lo permita.