Y bien, tal como nos sugirieron que ingresamos periodísticamente al año electoral que ya está levantando polvareda, sin salirnos de nuestro estilo. Vayan las siguientes columnas abriendo el camino.
Ayer
Historia
   La primera ley electoral argentina fue sancionada en 1821 en la provincia de Buenos Aires durante el gobierno de Martín Rodríguez, bajo el impulso de su ministro de gobierno, Bernardino Rivadavia. Esta ley  establecía  el sufragio universal masculino y voluntario para todos los hombres libres de la provincia y limitaba exclusivamente la posibilidad  de ser electo para cualquier cargo a los propietarios. A pesar de su amplitud esta ley tuvo un alcance limitado porque la mayoría de la población de la campaña ni siquiera se enteraba que se desarrollaban los comicios. Así, en las primeras elecciones efectuadas con esta ley sobre una población de 60.000 personas, solamente trescientas emitieron su voto.
   La Constitución Nacional de 1853 dejó un importante vacío jurídico en lo referente al sistema electoral, que fue parcialmente cubierto por la ley 140 de 1857. El voto era masculino y cantado y el país se dividía en 15 distritos electorales en los cuales cada votante lo hacía por una lista completa, o sea que contenía los candidatos para todos los cargos. Así la lista más votada obtenía todas las bancas o puestos ejecutivos en disputa y la oposición se quedaba prácticamente sin representación política.
  La emisión del voto a viva voz (voto cantado) podría provocarle graves inconvenientes al votante, que iban desde la pérdida de su empleo o la pérdida de la propia vida si su voto no coincidía con el del caudillo que dominaba su circuito electoral.
 Hoy
   2019, año electoral del que ya se han desprendido algunos gajos provinciales que no quisieron florecer junto al gran árbol nacional en la compulsa local algo así como un estilete clavado a ultranza para recordar y darle vigencia a un federalismo declamado que tímidamente asoma en los renglones de la Constitución Nacional y que, tras la convocatoria electoral 2019, si sigue fructificando la tendencia de darle fuerza a los partidos provinciales puede ser un punto de inflexión como para que las provincias dejen de ser meras receptoras del poder central nacional, sobre todo en asuntos en que se juegue fuerte la idiosincrasia de su gente que, ubicada en escenarios tan disímiles en un tan extenso territorio nacional, ofrece las más variada gama de modalidades de vida de tal manera que en conjunción con el profundo sentimiento de sus raíces pueda adquirir protagonismo en acción creando un progreso genuino bajo el amparo de la nación y de este modo se consolidará también el sentimiento y respeto en función país nacional sin que por ello se vulnere, fundado y consolidado en su protagonismo en acción.
   En este sentimiento federalista y misionerista es todo un precursor el gobernador de Misiones Hugo Passalacqua, quien desde el inicio de su gestión se preocupó por impulsar la figura del héroe misionero, Andrés Guacurarí, y reiterar, cuando la oportunidad se ofrece, su fuerte vocación misionerista a través de su accionar de gobierno.
   Este que puede parecer un punto más emocional que práctico, ha contagiado a su gabinete y funcionarios y es muy bien visto por el pueblo de esta provincia, que a pesar de la grave crisis de todo orden que estamos viviendo en función país, hace posible que en Misiones siga la convivencia pacífica. No, no es una lisonja política ni una exageración; es que se ha sabido respetar la idiosincrasia de este pueblo misionero que contribuyó y mucho a la concreción de la patria y de sus ejércitos libertadores, suelo misionero que inspiró al general Manuel Belgrano en la redacción de su Reglamento provisional dictado el 30 de diciembre de 1810.
Pensamiento 
  Pretender defender lo nacional en la figura de la autodeterminación de los pueblos de estas latitudes sudamericanas es materia riesgosa, tal vez porque nuestras naciones fueron –y todavía lo siguen siendo- tierra de promisión y de recursos a flor de piel y de generosa receptividad -interesada en función de progreso- de gente del mundo, aunque ahora algunas latitudes desgastadas por la lujuria, intrusión y  codicia desmedida de propios y extraños en este último rubro, de un norte continental con carencias en el sentido apuntado, desgranado por dos guerras mundiales y un sin fin de conflictos bélicos que obligaron a incursionar fuertemente en el armamentismo del que hicieron su coraza las naciones líderes del primer mundo que rivalizan en producir las más sofisticados armamentos, para, contando con ellos, construir su escudo de supervivencia y autoridad, que les permita no romper esa ingeniería diplomática así respaldada, que puede estirar el cordón sin producir hecatombes, así como el liderazgo en ser rectores unilaterales o colectivos –si así se dan las circunstancias- del enorme espectro económico financiero bursátil monetario de un mundo integrado por países que tienen el liderazgo en la materia, que bailan al son de sus orquestas afiladas por siglos, y así como hacerlo sentir a ese suramericano, bicentenario todavía y rebelde a vivir de las “sugerencias” de un primer mundo que ante la ineficiencia de algún país está pronto para auxiliarlo enviándole salvavidas que lo devuelva a la superficie en detrimento de un futuro negro de devoluciones engrosadas por lo que puede resultar una ayuda de plomo, si no se lo utiliza para con él construir y no para tirar manteca al techo por parte del receptor.
   Si quisiéramos explicarnos el porqué de tal estado de cosas, tendríamos que navegar por el borrascoso mar de esta historia, y comenzar a indagar y profundizar en nuestros orígenes nacionales. Lo hemos hecho y podido comprobar que nuestra juventud en función país, que nos hace bicentenarios, apenas un espacio de tiempo en la historia, está y todavía estará en evolución; y hasta aparecerá errante, por lo que no cabe  sulfurarnos y sí clarificar conceptos y conciencia para no servirnos de la política y si servirla para adelantar imprescindibles etapas positivas.
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