Entre los tantos desafíos que arroja este 2016, el mayor de ellos el cambio de la posta gubernamental en Nación, Provincias e intendencias, hay uno, la celebración del bicentenario de la declaración de la Independencia que se cumple el 9 de Julio próximo.
   Hemos creído oportuno dar un pantallazo de cómo vivía Buenos Aires ese año 1816 de la declaración de la independencia, aclarando que Buenos Aires era la cabeza, nervio y motor del que fuera el Virreinato del Río de la Plata y que el interior comenzaba entonces de dejar de ser un convidado de piedra con la aparición de una figura señera de la historia, José Gervasio Artigas, el ideólogo y fundador de la Liga de los Pueblos Libres, ideología que prendió fuertemente en el litoral argentino pretendiendo con  justicia, pero sin éxito, participar en el Congreso que declaró la independencia, el que, por otra parte era amenazado por las tropas de José Rondeau y presionado por el contexto de su declaración.
   Utilizamos párrafos y documentos insertos en nuestro trabajo en elaboración, iniciado en 1995: «Presidencias y comportamientos en el Siglo XX».
   Decimos en el prólogo: «El haber seleccionado el acto eleccionario de la jornada cívica del 14 de mayo de 1995, tiene que ver con la decisión de presentar esa fecha como un punto referencial ideal para una introspección del comportamiento político del hombre argentino, el que, a través de su historia contemporánea generó la más retorcida urdimbre institucional, tal vez como consecuencia de su temprano enraizamiento con hombres de lejanas tierras a los que puso primero como modelo y luego invitó a su suelo, suelo que por tal decisión debió, a partir de entonces, marchar de atrás tratando de reivindicar comportamientos que no provocó, entablándose una sorda lucha, amenguada hoy, pero aún vigente, que constituye un caldo de cultivo para que nuestras generaciones de argentinos se hayan conformado con ser meros espectadores aún ante las más  insólitas situaciones, producto de una herencia cuyo patrimonio así  fue forjado.
   Hallar el porqué de esa indefensión que le adjudicamos a los argentinos electores en aquella emergencia nos obliga  a incursionar en una suerte de túnel de los tiempos… «Ingresemos en él: 1816. COMIDA, OCIO, INDEPENDENCIA E HISTORIA:
   Un mundo impreciso. La última gran noticia había sido  el regreso de Napoleón de la Isla de Elba y su reino de 100 días ocurrido en Waterloo. La crisis del sistema republicano se extendía por el Viejo Mundo y era notorio que volvían a florecer las monarquías, luego del Congreso de Viena en el que se produjo un nuevo ordenamiento europeo y de las colonias. En tanto se busca la unión, un inglés inventa la maquinita de la fragmentación: el calidoscopio. Buenos Aires está lejos de Europa pero intima con ella todos los días a través del comercio y la política. Si bien se sabe aquí que Benjamín  Constant acaba de escribir «Adolfo» y que Rossini asombró con su estreno de «El Barbero de Sevilla», otras preocupaciones  mueven a los 471.000 habitantes del país. Los ensayos vienen fracasando desde 1810 y se hace necesario «dar la cara» al exterior En enero Brown anda por el Perú hostigando a cañonazos la fortaleza del Callao. En marzo el país teje la urdimbre de una nueva vida y declara abierto el Congreso de Tucumán, pero no todos comprenden el paso que hay que dar. El diputado mendocino Godoy Cruz le escribe al coronel San Martín: «La
   Independencia no es soplar y hacer botellas».  Recibe algo más que una respuesta: «Mil veces más fácil hacer la independencia que un solo americano haga una sola  botella». En  medio de la anarquía el caudillo Artigas se  enseñorea en Entre Ríos y se envía a Díaz Vélez con una división para que frene al oriental. Cae el directorio de Álvarez Thomas y tras semanas de trabajo el Congreso de Tucumán declara la Independencia, adopta la bandera creada por Belgrano, elige por unanimidad «como único himno nacional» al creado por López y Planes en 1813. También designa  a Pueyrredón como nuevo Director Supremo y eleva al coronel San Martín al grado de capitán general poniéndolo a la cabeza del Ejército de los Andes al par que eleva la asignación del ejército de 5.000 a 8.000 pesos mensuales. Se sabe además de donde saldrá el dinero: los comerciantes españoles -como contribución  de guerra- deberán costear «por lo menos un soldado, cada uno». Por el Redactor del Congreso- recién aparecido- «la nueva» llega a Buenos Aires. La ciudad deja su vida propia y se prepara para un destino mayor… se come bien – hay una faena diaria de 300 vacunos- pero faltan legumbres, leche, carne, galleta y mate, hacen la dieta lógica del porteño. Por su parte la Aduana, responde ampliamente por otras necesidades. Se piensa en el futuro y Rivadavia gestiona ante Pueyrredón la venida al país del sabio francés Aimé Bonpland. En  tanto Belgrano ve colmado su sueño de una Academia de Matemáticas, en el que lo acompaña Felipe Senillosa. A todo esto se descubre que mediante el arsénico los cueros duran indefinidamente «y ya no se tiran más» aumentan su valor y la región se enriquece  repentinamente. Los negros sonríen más ya que se declara «acto de piratería» su trata y la constitución los reconoce como seres libres. Las quejas del vecindario apuntan  sobre la cárcel, vecina del Cabildo.  Nadie gusta del espectáculo denigrante de los presos que salen diariamente de ella, engrillados, en busca de agua, o de insultos que profieren desde las ventanas a los peatones. Mucho menos cuando salen al alba o al anochecer, en los meses de verano, a matar perros vagabundos a garrotazos. Pero resulta que hay ya médicos inquietos -O´Gorman, Fabre  y Martín  de Montúfar- que desde el Protomedicato de Buenos Aires ponen el grito en el cielo. Se los escucha y entra en vigencia «el reglamento preservativo del mal de la rabia que ellos mismos redactan y que recomienda abstenerse de comer comidas picantes y «bebidas espirituales» de ser mordidos, mientras  que instan al exterminio de perros «sin bozal o collar». El esparcimiento público tiene su centro en el Retiro y en el ruedo que allí se levanta. En  Buenos Aires un  joven  militar  que acaba de ser padre en Mendoza de una niña  a quien le pone el nombre de Merceditas. San Martín es asiduo- «entusiasta del toreo», dicen las crónicas- y en sus momentos libres asiste al espectáculo. En uno de ellos aplaude a rabiar el trabajo de un  picador autóctono: el teniente de granaderos, Juan Lavalle. En Buenos Aires el furor lo hace la Lotería. Se juega los martes frente al Cabildo y con numeroso público. Los números, «cédulas»- se venden durante la semana en las esquinas. Un suceso pintoresco es comidilla porteña, se escapa un mono perteneciente a la familia Morel -que vive frente al Cabildo- y al invadir el mercado y campamentos de negras que venden patas de vaca cocidas, chicha, tortas, y huevos, origina un desorden descomunal, hiriendo a varias de ellas y ahuyentándolas del lugar. Se prosigue con  las obras de la Catedral y se colocan torres nuevas al templo de San Francisco, al que se considera el primero que tuvo Buenos Aires cuando se lo llamaba  «el Templo de las Once Mil Vírgenes de  Buenos Aires» Para que los argentinos comiencen a conocer su pasado, el deán Gregorio Funes decide publicar la primera Historia Argentina de que haya conocimiento hasta esos días.»
Visited 7 times, 1 visit(s) today


Back To Top
Copy link