Los sicarios son hombres de fe, pero de una fe cruel, sin rostro. Una fe de almas livianas que flotan sin el peso de la conciencia y la empatía. Una fe dueña de una verdad total y absoluta: todos tenemos que irnos. Ellos entienden, mejor que muchos, la naturaleza efímera de nuestra existencia, como quienes actuamos comprendemos lo efímero de nuestro acto.