Un gajo de ese rico refranero criollo que también engrosa la tradición y que nos obliga antes de entrar de lleno al tema que hoy nos ocupa a señalar que el refrán se tornó tal cuando fue pasando de boca en boca,  y que, al fin de cuentas no es sino las experiencias resumidas en pocas palabras. Cierto que es bueno advertir que el refranero criollo nace de la fusión del antiguo refranero español con el aporte americano, e hilando más fino diríamos que esa sentencia, juicio, advertencia o deducción, floreció en la pampa de la mano del gaucho, ese prototipo criollo que cobró notoriedad merced a los buenos oficios de poetas y escritores encuadrados en la llamada literatura gauchesca, pero que exalta a un máximo su figura hasta colocarlo como una raíz nacional, cuando aparece la obra de Ricardo Güiraldes, su novela más conocida, “Don Segundo Sombra” en el año 1926.
Usamos la palabra gaucho para referirnos al hombre montado de las pampas, pero como nace es un problema al que no se le ha encontrado solución. Entre las hipótesis más difundidas deben mencionarse las siguientes; del quechua, guacho, animal que ha perdido su madre; del araucano gachu, proviene de huaso o guaso, como en Chile, gente del campo; del portugués garrucho, muy extendido en Río Grande del Sur, zona de las primitivas vaquerías y del contacto con los desgarreteadores (cortar el garrón a los vacunos para cuerearlos). Además la historia del nombre llama a puntualizar otras denominaciones como  vagabundo o vagamundo (1642), changador (1734), gauderio (1746); gaucho que aparece hasta las últimas investigaciones en el año 1771, sobre la Banda Oriental; guasos (1789); camilucho (1798). De todas maneras, gaucho ya ha logrado ser su denominación histórica.
¿Qué cómo nació el “gaucho”? Una pléyade de desheredados que habitaban la pampa en la segunda mitad del siglo XIX, acorralados por un progreso ciudadano que no los contenía, a pesar de haber sido protagonistas en las luchas por la independencia, a pesar de haber hecho su aporte en función de patria.
Presentado por Leopoldo Lugones en “La guerra gaucha”, su imagen aparece circunscripta a las guerrillas contra los españoles bajo el mando de Martín Miguel de Güemes; pero en realidad el gaucho ha vinculado su nombre con muchos episodios bélicos de nuestra independencia, y estuvo presente en la campaña de los caudillos montoneros, (¿porque montoneros?: por haber ideado la “montonera”  a la que se prendía “la tropa” atraída por el “imán” del caudillo y su propuesta de patria y amparada por el sustento que significaba el ganado en pie y  otros insumos que la conformaban en aquellos difíciles tiempos de lucha para enhebrar  límites del nuevo país que se avizoraba), también junto a Juan Manuel de Rosas, integrando sus “Colorados del Monte” hasta Caseros, momento en el que la campaña se empieza a poblar de extranjeros, de gringos, como los llamaba el gaucho y a los que ve como intrusos que se proponen desplazarlo.
Su presencia en las pampas tuvo que ver con su alejamiento de las estancias para participar en las “vaquerías” que eran expediciones en que se arriaban los animales chúcaros que pastaban sueltos en la llanura para aprovecharse de su carne en matanzas reglamentadas por el cabildo de Buenos Aires, pero además realizaban tareas rurales y por sobre todo conformaban, junto con su caballo, un núcleo indivisible e insustituible para su defensa personal, siendo como fueron los más diestros jinetes.
Junto a este gaucho, apareció otro, el vaqueador clandestino, quien, por tener cuentas con la justicia se aislaba del mundo ciudadano. A    ellos quizás se deba que al gaucho se lo juzgara como matrero y asesino, provocando la estrofa de José Hernández el autor de Martín Fierro “Y sepan cuantos escuchan/ De mis penas el relato/ que nunca peleo ni mato/ Sino por necesida, / Y que a tanta alversidá/ Solo me arroja el mal trato//
“La costumbre constituye la guía fundamental de la vida humana” dice el filósofo escocés David Hume. Es que a través de las costumbres se aprende a comprender el alma de un país y de sus gentes.
La costumbre se genera en el seno de las familias: nacimientos, matrimonios, defunciones, fiestas, comidas, relaciones, diversiones, etc. y desde allí se multiplica brindándose a la sociedad, esa suma de costumbres es el principal soporte de la tradición.  La palabra tradición deriva del latín: traditio-önis  (donación o legado).
La tradición es un conjunto de costumbres, ritos y usanzas que se transmiten de padres a hijos, a lo que podríamos agregar que es una transmisión de noticias, composiciones literarias (en prosa o en verso, de un suceso transmitido por tradición oral), doctrinas, que van de generación en generación; como también lo es la noticia de un hecho antiguo transmitido de este modo.
Con lo que se colige que la poesía gauchesca a que nos referíamos hoy, aparece como un estilo poético asociado a la cultura del área rioplatense y a las formas de vida del gaucho pampeano. Abundando diríamos que es una variante popular agregada a la vertiente culta.
La literatura gauchesca nace en el Río de la Plata hacia fines del siglo XVIII exaltando las costumbres de los hombres de campo, es evidentemente de carácter popular, en un comienzo anónima. La difusión de la poesía gauchesca alcanza hasta el último tercio del siglo XIX. Está íntimamente relacionada con actitudes de la educación española: el culto por las armas, la habilidad del jinete, y el sentimiento implícito de la libertad, lo que no es sino señalar el tipo de vida que ha elegido el gaucho, jinete solitario de las llanuras desiertas que debió aprender a manejarse con la independencia propia de un estilo de vida errabundo, en un ámbito que, como el de la pampa, parecía ofrecerse ante él como un horizonte sin límites ni ataduras.
Indudablemente que nuestra literatura al incorporar ese lenguaje rústico del hombre de campo de aquel entonces, no hace sino comenzar a emanciparse de la tradición peninsular, es sin duda un primer grito de libertad literaria en el que los poetas gauchescos se enancaron del paisaje rural, de las costumbres bien distintas de su habitantes, tendiendo al olvido de lo ciudadano, tratando de captar lo popular a veces con la colaboración de la música.
Otro aspecto que debe resaltarse es que la poesía gauchesca trataba de conmover a un auditorio en su mayoría analfabeto que se extasiaba con las noticias y sucesos relatados por los poemas. Y mientras en los núcleos ciudadanos este lenguaje chocaba contra las formas cultas, en el ambiente rural lograba una penetración creciente. El poema gauchesco llegaba al pueblo todo a través de los cielitos, a través de las payadas (eran noticiosas, proféticas, moralizadoras, idealizadoras y didácticas, en un medio social sin escritura, sin escuela, sin presión social, el payador era el letrado, el maestro, el periodista, el consejero  y el predicador. Era ineludible cuando se enfrentaban dos cantores, payar de contrapunto).
Habiéndonos detenido suficientemente en la poesía gauchesca y sus implicancias, y aún cuando sea ésta, junto al gaucho, el fuerte de la tradición nacional, volvamos a hablar de ella diciendo como broche a tanta disquisición que la tradición de un pueblo es aquello que lo identifica y diferencia de los demás, algo propio y profundo, por lo tanto cada comunidad tiene sus propias tradiciones, las que se manifiestan en el modo de vivir, en el arte y se conservan a través del tiempo.
Y  ya que nos referimos a la tradición, que es en definitiva para los argentinos sentimiento profundo, palabra que está íntimamente relacionada con nuestro acervo cultural en lo espiritual como un faro guardián de una idiosincrasia propia que ofrece luces y sombras pero que es nuestra y eso vale, queremos recordar hoy, al foco de divulgación de lo argentino que es el Centro Cultural Argentino Oberá, y recordar en esta nota a sus directivos históricos, Elsa Margarita Roa, y Alberto Ricardo Alonso,  pilares de siempre en su pretensión de divulgar lo nacional, fin por el cual fuera creado en 1996,  secundados por un conjunto de maestros que conformaron un grupo de baile tradicional argentino que marcó presencia en la región, así como jóvenes que, sucesivamente y a través de años se han dedicado a representarla y a mostrar tradición, ese pañal de patria.

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