El sol del mediodía cae a plomo sobre el humilde caserío de la villa. El infaltable tereré de agua pasa de mano en mano y los chicos se divierten en el arroyito que cruza el bajo, única alternativa para mitigar el caluroso verano. 
Del otro lado de la calle, al final de un trillo, se escucha el crujido de ramas secas y enseguida aparecen dos siluetas pequeñas. Son Araceli, de 7 años, e Isaías, de 10, que marchan con sus brazos cargados de leña.
Viven cerca y, como tantos otros pequeños de Villa Ruff, colaboran con las tareas domésticas que les encomiendan sus padres, como buscar agua de la vertiente o retazos de madera para cocinar, actividades tan antiguas como arraigadas en el interior.
Y aunque son chiquitos, ya conocen no sólo las carencias, sino también la solidaridad y el compromiso con sus vecinos, ya que colaboran con el merendero del barrio acercando algo de leña cada vez que hace falta para hornear el pan o los bollos que comparten.

Siempre dispuestos
Ambos asisten a la Escuela 788 y aseguraron que son buenos alumnos. La niña pasó a tercer grado y el varón a quinto, contaron camino al merendero para dejar la leña.
“Yo siempre le ayudo a mi mamá cuando me pide, me gusta y no me cuesta tanto. Después tengo mucho tiempo para jugar, que me gusta más”, agregó Araceli entre risas.
A su lado, un poco más tímido, Isaías indicó que “hay muchas ramas y no cuesta buscar. Vivo casi enfrente y cuando mi papá me pide, le ayudo”.
La misma imagen se replica en otros barrios y colonias de Oberá y de otras localidades, donde los recursos económicos escasean, pero afortunadamente abunda la leña.
Ramón Barboza, presidente de la comisión vecinal de Villa Ruff e impulsor del merendero, comentó que “por suerte todavía tenemos la posibilidad de conseguir madera y eso abarata los costos. Aparte, hay mucha gente que no tiene cocina a gas y toda la vida se arregló con leña”.
Sobre la colaboración de los pequeños, se mostró orgulloso de que su hijo Isaías quiera ayudar, al igual que otros amiguitos del barrio.
“Es lindo enseñarles a los chicos a colaborar y hacer las cosas. Y de paso que juntan un poco de leña para el horno de pan, también juegan y hacen sus travesuras”, reconoció sonriente.
Sobre el merendero, explicó que funciona tres veces por semana y se sustenta con recursos que envían desde Desarrollo Social de la Provincia, organismo que también le cedió importantes elementos para iniciar el emprendimiento.
“Hoy atendemos a unos 20 chicos de las familias más humildes del barrio y estamos muy contentos. Le damos leche y pan con dulce o bollos que preparan las colaboradoras, y los chicos comen y pueden repetir”, destacó orgulloso.

 

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