La naturaleza dio cuernos al ganado/ y cascos a los caballos,/Y veloces miembros a los conejos;/A los leones poderosas garras,/ Y aletas a los peces,/A las aves, sus alas para volar,/ A los hombres, el juicio certero./ ¿Es que se olvidó de las mujeres?/ ¡Ah, no!, a ellas les dio la belleza,/ En lugar del yelmo y el escudo,/ A cambio de la pica y de la lanza,/ Sí, el fuego y la espada son más débiles/ que una mujer bonita. (Dionisio, el Sofista. Siglo II a.C)
Nos es grato comenzar esta nota con la poesía de Dionisio, no por lo que pueda ser su valor literario, que sí lo tiene y mucho, sino porque en ella queda demostrada la sutileza con que el sentimiento del mundo antiguo expresaba a las mujeres.
La Historia de la mujer en la antigüedad ofrece ribetes apasionantes en cuanto al comportamiento de sus protagonistas y los roles que debió asumir.
Los estudiosos en la materia ubican a la mujer en la antigüedad entre la edad paleolítica (avanzada) y el Concilio de Nicea en épocas del emperador Constantino.
Por nuestra parte nos gustaría señalar las peripecias en la historia de la mujer a partir de Adán y Eva, es que a partir de allí y de la manzana bíblica, en términos primarios, se vuelve a hacer borrón y cuenta nueva, pero algo hay inevitable, el material humano es el mismo, por lo tanto los afanes y desvelos, las luchas y los sufrimientos también los son y en esto recordamos al viejo maestro que solía decir “si quieres vivir feliz no analices”, pero sí, lo haremos dentro del esquema reducido del que podemos disponer para un tema que, como el de la mujer es, lo repetimos, material de interés en grado sumo. “Siempre estamos con ellas y ellas con nosotros. Afortunadamente” (Charles Seltman)
La mujer en la prehistoria: “La vida de las mujeres en tales sociedades de cazadores debe de haber sido muy diferente de la del hombre. Seguramente pasaban su tiempo en la caverna o sus proximidades, donde acaso cultivaran una parcela de hierbas comestibles u verduras, y fueran en busca de nueces, raíces y frutos. Si tratamos de imaginar una familia de este tipo, se nos ocurrirán dos estructuras posibles, en primer lugar el de más edad entre los representantes del sexo masculino, propietario de la cueva, quizá tuviera una serie de esposas. Inevitablemente se suscitarán celos entre ellas, lo mismo que en un harén; esto daría origen a grandes disgustos. En segundo lugar el grupo familiar de la caverna es posible que haya vivido en eso que los zoólogos denomina un “clon” en los cuales las mujeres eran compartidas por igual entre los hombres. Para nuestra estructura actual nos cuesta admitir tal estado de cosas, sin embargo mucho más adelante y ya en el tiempo histórico, en el siglo 55 a. C, a esa práctica se la consideró correcta “Van con el cabello largo y se afeitan todo el cuerpo excepto la cabeza y el bigote. Comparten las esposas, pero los vástagos de esa unión se consideran hijos del hombre con quien la mujer haya cohabitado primero. (Julio César- Libro V, capítulo XIV- Guerra de las Galias).
Y ¿qué hay de la puntualidad de la mujer, ese rasgo de desapego horario que las caracteriza en general y que hace sufrir al hombre?
“La mujer de las cavernas, por imperio de las circunstancias no tenía urgencia de considerar el tiempo con la precisión exigida al hombre, y, en consecuencia éste nunca sabía cuál sería la próxima tarea que ella iba a realizar. En verdad, la mujer ha podido mantener su derecho a la inestabilidad. Y esto, que realmente constituye parte de su encanto, le ha otorgado una perpetua ventaja estratégica sobre los predecibles actos y pensamientos del hombre”.
Junto a los grandes ríos de la Mesopotamia asiática y Egipto se ubicaron luego los hombres de las primeras civilizaciones urbanas. Allí la exaltación de la mujer estuvo inevitablemente unida a la actitud religiosa hacia la diosa del amor y las de la maternidad. En este marco religioso no es de extrañar que la mujer haya gozado de una posición relativamente privilegiada, comparada con la que ocupaba a menudo, tanto en las sociedades más simples como en las más desarrolladas y esto se confirma en el Código de Hamurabí que rigió a Babilonia alrededor de 1700 a.C. Ningún código posterior, ni en el mundo antiguo ni en el medieval fue tan considerado con la mujer, ni estipula medidas a su favor tan justamente.
Señalamos de entre las disposiciones “…el matrimonio era el resultado de un arreglo previo; el novio, ceremoniosamente, entregaba el precio estipulado al padre de la muchacha, y éste a su vez, lo entregaba a la novia, de manera que el dinero volvía junto a ella como dote del esposo. Esa dote que podía incluir tierras y propiedades, continuaba siendo posesión de la esposa y pasaba de ella a sus hijos… las mujeres podían ser jueces, dignatarias, testigos documentales y secretarias. Por otra parte había un grupo especial de mujeres relacionadas con la religión.
Y ya nos vamos a Esparta en Grecia “La costumbre –según Plutarco- establecía que las muchachas ejercitaran sus cuerpos en carreras, luchas, lanzamientos del disco y de la jabalina, a fin de que los vástagos pudieran tener raíces fuertes en cuerpos igualmente fuertes, y que ellas pudieran ser asimismo trabajadoras y madres vigorosas. Libres de blanduras, mimos y amaneramientos, las muchachas, no menos que los muchachos, acostumbraban a aparecer desnudas en las procesiones y danzas corales. (Plutarco insiste en que esta desnudez no era lasciva, puesto que era tan solo parte de su esforzado deseo de conservar la salud y la belleza del cuerpo que tanto habían aprendido a valorar) Los escultores espartanos las tomaron como modelo para tallar pequeñas figuras vaciadas en bronce.
“…Esparta gozó de más felicidad que todos los diversos y complejos grupos sociales femeninos que conocemos. Carecía de dos elementos estimados por las mujeres de hoy: el voto y el guardarropa. Esto último era así por que el peplo era una sola pieza y se usaba a toda hora. Sin embargo jamás sintieron nostalgias por las vanidades que nunca se ejercitaron y una muchacha espartana posiblemente obtenía una sensación superior de bienestar por su piel tostada y su cuerpo saludable, que una muchacha jonia por sus sedas de Coa y sus telas egipcias. Queda por demostrar todavía que haya habido en la historia, mujeres con una vida mejor constituida que la de las mujeres de Esparta.
¿Qué imagen ofrece la historia de la mujer de Atenas?
Cuando se comienza a observar las escenas pintadas sobre vasijas atenienses de los siglos VI, V y IV a. C, se advierte la constante preocupación de los griegos por lo femenino. Podemos ver cientos de pinturas de mujeres felices, esposas y madres en actitud de despedir a sus hombres que marchan a la guerra, de mujeres transidas de dolor – una ante la tumba del amante, otra ante el sepulcro del esposo- . Hay coquetas desposadas que se contemplan ante un espejo; esplendorosas y parlanchinas doncellas del cortejo; alegres criaturas que se bañan, se lavan los cabellos, acomodan sus cuartos, jóvenes madres que juegan con sus niños… Evidentemente la vieja idea de que los atenienses eran carceleros y que menospreciaban a las mujeres de su tierra debe ser abandonada…
Debemos pasar ligeramente por Roma, donde hallamos las solemnes y virtuosas matronas romanas como Cornelia, madre de los Gracos a la cabeza y todas ellas a su manera, se diría que anuncian la más maravillosa de todas las mujeres de la Antigüedad, la última Faraón de Egipto. Cleopatra VII, permítasenos por las razones apuntadas anteriormente que citemos solamente la historia de su fin tal como lo refiere el más grande sus admiradores, Sir William Tarn: Acerca de la forma en que se dio muerte ya no puede caber duda alguna, pues sabemos que utilizó una aspid, porque esta criatura deificada era una sierva del dios Sol, que erguía su cabeza sobre la corona de Egipto para guardar de todo daño la línea de Re. Cuando Cleopatra estuvo sola, se engalanó con sus vestiduras reales y colocó el aspid sobre su pecho; el dios Sol había salvado a su hija del ultraje de sus enemigos y la había llevado hasta él. Con ella murieron dos mujeres… Así las encontraron los hombres de Octavio cuando irrumpieron en el recinto; Cleopatra, muerta sobre su jergón de oro; Iras, muerta a sus pies, y Carmión, agonizante y temblorosa, trataba aún de ajustar la diadema sobre la cabeza de sus soberana… Admitamos que Cleopatra cometió todos los crímenes y faltas que se le atribuyen, admitamos que algunas veces libró su batalla con armas distintas a las que utilizaban los hombres; sin embargo, fueron sus vencedores mismos quienes, contra su deseo, levantaron el monumento que todavía atestigua su grandeza. Pues Roma, que nunca condescendió a temer a nación o pueblo alguno, en su momento temió a dos seres humanos: uno fue Aníbal y el otro, a esa mujer.
Por lo narrado se puede advertir que en cada tiempo la mujer tuvo su tiempo y si es verdad que existieron épocas negras en la historia de la mujer, muchas más parecen ser las épocas de feliz bonanza en que vivieron las mujeres en distintas etapas de la historia. (Este estudio que se ha basado en la obra de Charles Seltman).