Y mientras observamos en nuestro quincho que atraídas por la luz eléctrica las chicharras –a veces de a una, a veces de a dos- abandonan su árbol y su lira, y, asistimos al habitual rito que protagoniza nuestro gato saltando para capturarlas y en minutos deglutirlas (¡vaya naturaleza que una y otra vez nos avala aquello de que el pez grande se come al chico!).
Nos pusimos a pensar en que esta escena se repite todos los veranos y como un pensamiento enhebra con otro, recordamos que en sus primeros tiempos desde que pisaron la Tierra (sí, así con mayúscula a ver si por irreverentes nos quitan la gravedad y comenzamos a flotar en el espacio) los hombres para determinar su tiempo se basaban en hechos naturales tales como el viaje de algunas aves en ciertas épocas del año, la caída de las hojas, las nevadas, el deshielo, las lluvias… ¿por qué no, el canto de nuestras chicharras?.
No, porque advertimos que ya no necesitamos encontrar hechos naturales para saber en qué hora, día, mes y año vivimos, (hombre = a esclavo de su reloj) ya que desde que nacimos, nos encontramos con el almanaque que primorosamente colgamos de algún ganchito en nuestra casa.
Es que después de basarse en fenómenos naturales para medir su tiempo, el hombre tuvo dos conspicuos referentes, la luna y el sol, primeramente fue la luna la que con sus cuatro fases que se repiten regularmente hace que, de una luna llena a otra pasen veintinueve días y medio.
Fue cuando dividieron el tiempo en unidades de veintinueve días: los meses lunares y todo en paz, hasta que, considerando jerarquías y en la seguridad en ese entonces de que era el sol quien se movía alrededor de la luna, se contabilizó ese movimiento aparente en que el astro recorre una franja del espacio y pasa por distintas constelaciones de astros o zonas, que son doce en total y constituyen el zodiaco y el tiempo que tarda en recorrer todo el zodiaco es un año solar y el que tarda en atravesar cada zona del zodiaco es un mes solar.
A nuestros pretéritos abuelos, con esta nueva determinación temporal se les complicó la vida ya que el año lunar y el año solar no coincidían.
El solar apuntaba trescientos sesenta y cinco días y el lunar, once días menos, doscientos cincuenta y cuatro ¿cómo hacer?
Había que hallarle solución a la cuestión y fue cuando intercalaron de tanto en tanto días auxiliares o bien meses auxiliares.
Los griegos, que se basaban en el año lunar de doce meses de veintinueve y treinta días alternativamente, se veían obligados a intercalar tres meses auxiliares cada ocho años para no diferir demasiado con el año solar.
El calendario romano era en un principio lunar. La luna llena caía entre los días trece y quince de cada mes y a esas fechas se las denominaba “idus”. El primer día del mes se llamaba calendas.
El año romano tenía también doce meses: cuatro tenían treinta y un días, febrero tenía veintiocho y los demás veintinueve, lo que les obligaba a intercalar meses cada dos años para no diferir demasiado del año solar.
Los egipcios, en cambio, habían adoptado un calendario solar –el más antiguo, desde el siglo XXVIII a.C.- con 12 meses de 30 días cada uno y agregaban 5 días que no pertenecían a ningún mes.
Como se ve la medición del tiempo era todo un rompecabezas para las sapientes cabezas de entonces.
Fue Julio César (año 45 a.C.) quien reformó el calendario romano, no lo hizo personalmente, no, sino que consultó a Sosígenes, ilustre astrólogo de Alejandría, implantando los doce meses de treinta y treinta y un días y uno, febrero, de sólo veintiocho, cada cuatro años febrero tenía veintinueve días y a ese año se lo llamaba bisiesto.
Ese calendario recibió el nombre de juliano y lo adoptaron casi todos los pueblos europeos.
El calendario gregoriano
En 1582, el papa Gregorio XIII vino a sustituir el calendario juliano. La reforma tuvo lugar por la necesidad de llevar a la práctica uno de los acuerdos del concilio de Trento, el de ajustar el calendario para eliminar el desfase producido desde el concilio anterior, el de Nicea en 325 en el que se había fijado el momento astral en que debía celebrarse la Pascua y, en relación con ésta, las demás fiestas religiosas móviles. En el fondo el problema era adecuar el calendario civil al año trópico.
La reforma gregoriana, consistente en suprimir cada cuatrocientos años tres años bisiestos para que sea perfecto el equilibrio entre el calendario y el año solar, se adoptó prontamente en los países donde la Iglesia Católica tenía influencia, sin embargo en los países que no seguían la doctrina católica, tales como los protestantes, ortodoxos, y otros, no se implantó hasta varios años (o siglos) después.
Se determina en él que el año común consta de 365 días y el año bisiesto de 366 días, el día es la unidad fundamental de tiempo del calendario gregoriano. Un día equivale aproximadamente a 86.400 segundos del Tiempo Atómico Internacional (TAI). La semana es el período de siete días, difiriendo su comienzo que en algunos países es el domingo y en muchos otros es el lunes.
En cuanto al mes los hay de 31, los hay de 30 y un febrero de 28 o 29, es del caso rememorar aquí aquello que nos enseñaron cuando chicos y que aún se repite “treinta días trae noviembre, con abril, julio y septiembre, Veintiocho solo trae uno, los demás treinta y uno”
Fue necesario determinar a partir de qué año comienza el cómputo de años (las eras que estudia la cronología).
Los griegos comenzaron a contarlos a partir de la primer olimpíada, los romanos desde la fundación de Roma.
La era cristiana
A partir del papa Bonifacio IV en 607, comienza a contarse la era cristiana con el nacimiento de Cristo. El matemático Dionisio el Exiguo basándose en la Biblia y otras fuentes históricas estableció el nacimiento de Cristo el día 25 de diciembre del año 754 aC. Dicho año pasó a ser el año 1 aD, anno Domine, año 1 del Señor.
A todo esto es evidente que el año 0 no puede existir. El 31 de este mes a las doce de la noche cerraremos el 2016 y al segundo siguiente comienza a contarse el 2017.
De ahí nace una diferencia entre los años (doce meses) y los cumpleaños, que son puntos en una línea de tiempo sin dimensión.
Pero como para no complicarnos la vida que a veces se complica sola y en lugar de seguir marcando tiempos, celebremos con toda nuestra fuerza la despedida del 2016 y la llegada del 2017, pero no nos apresuremos que cuando esto escribimos nos faltan 29 días para llegar a ese tan esperado fin de año.
Y junto a esa llegada, desearles felicidades y suerte para el nuevo año, bien valga entonces esta cordial oportunidad para cerrar esta nota con alguna reflexión, de esas que salen de lo profundo de nuestros pensamientos ciudadanos.
Habiendo finalizado en estos tiempos la redacción de nuestro tercer libro “Oberá, ciudad” e impresionados por el quehacer de la gente de estos lugares a lo que agregamos las experiencias personales vividas a lo largo de la historia de nuestra ciudad, queremos rescatar la unión que hizo posible el vertiginoso progreso obereño y la necesidad hoy de complementarnos en el quehacer ciudadano como para que no haya fisuras que se transformen en grietas frenando voluntades y acciones positivas.
Que se comprenda que el obereño tiene un patrimonio poblacional rico y que ha tenido y tiene una oportunidad cultural singular derivada de la educación brindada en sus comienzos por una pléyade de destacados maestros; la creación a mediados del siglo XX del Colegio Nacional “Amadeo Bonpland”, la fundación poco después de las Escuelas Normal y de Comercio, todo ello coronado por la creación de las facultades y tras de ellas una pléyade de instituciones de enseñanza.
Por ello apreciamos que las condiciones están dadas para que los habitantes de esta Capital del Monte profundicen su ya destacado perfil provincial y con la humildad que significa grandeza trabajen en unidad, de tal modo que sus esfuerzos vayan dirigidos al común.
Sí, lo aceptamos, no pudimos con nuestro genio. No esperamos los 29 días que faltan para el 31, tómenla como una previa ¿qué si es justificable? ¡Vaya que sí! que estar cerrando con Pregón Misionero cincuenta años de vida periodística no es cosa de todos los días. Y en función de disculpa volveremos el 31 sobre el tema, tratando de mezclar actualidad y futurología para enfrentar el 2017 que aparece como queriendo venirse con todo.