En la colonia todo queda lejos: el almacén, la tienda, el médico, al menos para la percepción de los habitantes de la ciudad, acostumbrados a tantas posibilidades a la vuelta de la esquina.
La televisión por cable y el Wifi no existen, y hay que hacer malabares para conseguir buena señal de celular. Por eso, mandar un mensaje de texto suele ser una tarea más que complicada. Pero una cosa es segura: el que quiere estudiar, estudia; o por lo menos tiene grandes chances de hacerlo.
Hasta hace una década, un alto porcentaje de los jóvenes de las chacras de la zona Centro terminaba la escuela primaria y no podía seguir la secundaria porque los colegios estaban enclavados exclusivamente en los pueblos y quedaban lejos.
En ese marco, la educación media era un privilegio para pocos, casi siempre hijos de productores de un nivel económico importante que les permitía solventar el pasaje diario o el alquiler de alguna pieza en la ciudad.
Pero el paradigma fue cambiando y hoy en casi todos los parajes y colonias existe un bachillerato o institución secundaria que contiene a los adolescentes del lugar.
El municipio de Campo Ramón es una clara síntesis del modelo inclusivo que se instauró en 2006, con varios colegios ubicados en alejadas colonias como la Sección Cuarta, Novena y Décima; Colonia Paraíso y Villa Unión.
Alicia Luján Zado (19) asiste a tercer año del Bachillerato con Orientación Polivalente (BOP) 41 de Villa Unión; contó orgullosa que nunca se llevó una materia y que sueña con ser docente. Y eso que demoró cuatro años en comenzar la secundaria, ya que reside en Paraje El Doradito, Campo Ramón, distante a seis kilómetros del bachillerato.
“Por suerte está el colegio en Villa Unión, si no hubiera sido todavía más difícil que puede seguir estudiando”, reconoció la joven.
Para poner en contexto, antes de la creación del BOP 41 los jóvenes de la zona debían hacer entre 15 y 20 kilómetros -sólo de ida- para poder estudiar en el colegio más cercano, en Villa Bonita.
La mejor alumna
Alicia vive en la chacra con sus padres y tres hermanos, uno de los cuales asiste a primer año y todas las mañanas viaja con ella en moto hasta el colegio. La joven parece más madura que el promedio de los alumnos de la secundaria, se la nota segura y aplomada, lo que se justifica con su edad y su historia personal de esfuerzo.
“Cuando terminé la primaria quería seguir estudiando, pero mis padres no tenían medios para traerme todos los días al colegio, que me queda a seis kilómetros de mi casa y tenía que venir a pie. En realidad, probé una semana y era muy cansador -doce kilómetros entre ida y vuelta-, y además mis padres tenían miedo de que me pase algo por el camino. Entonces dejé el colegio por cuatro años”, precisó.
En ese lapso sin asistir a clases colaboraba con su mamá en la tareas de la casa y con su papá en la labores de la chacra, pero siempre la desvelaba la idea de volver a las aulas.
“En 2014 ya era un poco más grande y el director les terminó de convencer a mis padres. Así fue que empecé primer año y no dejé más. Los primeros tiempos caminaba un kilómetro hasta la casa de un vecino que trabaja en Campo Ramón y me acercaba hasta el colegio, pero a la vuelta sí volvía a pie”, detalló con orgullo.
Ya con 18 años, sus padres le compraron una moto que hoy le sirve para viajar con su hermano.
Sobre su reinserción a las aulas, aseguró que “pensaba que me iba a costar más y eso me daba un poco de miedo volver. Pero me gusta estudiar, nunca me llevé una materia y tengo uno de los mejores promedios”.
En realidad, por lo que confirmaron los profesores, es la mejor alumna de su curso y candidata a ser abanderada, si mantiene las notas.
“Mis padres siempre me apoyaron, por ahí la situación económica no ayudaba, pero siempre quisieron que vuelva a estudiar. En la chacra no hay muchas oportunidades, por eso el futuro está en el estudio y me gustaría ser maestra, que valga la pena el esfuerzo que hago ahora”, remarcó convencida.
Nuevo colegio en marcha
Si bien el Bop 41 funciona desde 2009, primero lo hizo como aula satélite y recién en 2013 adquirió el rango de colegio. Actualmente, cuenta con una matrícula de un centenar de alumnos de primero a quinto año.
La institución funciona en lo que hace más de medio siglo se construyó como un galpón de baile para la comunidad de la colonia, una estructura colapsada ante las necesidades actuales.
En consecuencia, hace más de tres años la dirección inició una serie de reclamos formales a través de notas a las autoridades de la cartera educativa, funcionarios provinciales y nacionales, como también por intermedio del gremio docente.
Finalmente, las gestiones rindieron buenos frutos y la semana pasada comenzó el movimiento de suelo para la construcción del nuevo edificio, según confirmó el director Martín Zado.
En diálogo con El Territorio, precisó que el plazo de obra asciende a 420 días, lapso en el que las clases se trasladarán a la capilla San Lucas, que cedió su espacio.
“Si todo marcha bien, para mediados del 2018 tendremos el nuevo colegio, un anhelo de toda la comunidad de Villa Unión. Nuestra institución permite que muchos chicos sigan estudiando, porque de lo contario deberían trasladarse muchos kilómetros y la mayoría no cuenta con los recursos para hacerlo”, mencionó.
Por Daniel Villamea
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