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Recuerdos de 2.052 días en prisión por una acusación sin sustento

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“En los peores momentos, cuando me sentía triste por la injusticia que me hacían, cerraba los ojos, respiraba profundo y me imaginaba que estaba caminando por el teal, que pasaba entre los pinos y bajaba hasta el arroyo. En esos momentos tenía mucha paz y me sentía libre”, reflexionó Federico Krohn (49), quien estuvo preso cinco años y ocho meses por una acusación sin sustento, tal como finalmente resolvió la Justicia.
El agricultor permaneció tras las rejas 2.052 días, acusado de ser el autor intelectual del homicidio del albañil José Francisco Cabrera (53), quien el 23 de noviembre del 2008 fue asesinado a tiros por Ricardo Fabián Juonassors, luego condenado.
Si bien desde un primer momento el homicida reconoció su culpabilidad y nunca mencionó que lo hayan instigado a cometer el hecho, la viuda de Cabrera, Lidia Stelter, dijo que Krohn había discutido con el albañil y que lo vio en la escena del crimen.
Ya en el juicio, que se realizó en julio del 2014, la mujer cayó en contradicciones y señaló que no estaba segura de lo que había declarado en la instrucción que derivó en la detención del productor.
Por ello, luego Stelter fue condenada a un año de prisión en suspenso por el delito de “falso testimonio”. Reconoció que mintió y acordó su pena en un juicio abreviado, pero no pasó un solo día presa. Cuestiones de la Justicia.
“Yo discutí con Cabrera por cuestiones de trabajo, pero no lo maté. Incluso, cuando me enteré de que era sospechoso me presenté en la Policía y quedé detenido. Si era culpable me hubiera escapado. No hay palabras para explicar el momento en que me metieron en la celda. Mi vida cambió para siempre. Pensá que a las dos semanas me pasaba una mano por la cabeza y me salía un puñado de pelos”, graficó.
El jueves 10 de julio de 2014, Krohn fue absuelto por el Tribunal Penal Uno de Oberá y recuperó la libertad. “Los primeros tiempos me costaba caminar solo, como que sentía los pasos de los guardias al costado”, recordó.

Los caranchos
La charla con El Territorio transcurrió en la chacra que su familia posee en Campo Ramón, mientras una cuadrilla de empleados limpiaba el teal para la primera cosecha, dentro de dos semanas.
“Una vez un guardia del penal me dijo que tenía que aprender a hacer artesanías, así pasaba el tiempo y cuando salía tenía un oficio. Yo me reí nomás. Él no sabía que yo trabajé toda mi vida en la chacra y llegamos a cosechar un millón y medio de kilos de té por año”, precisó con una mueca de resignación.
Aseguró que la cárcel no le sirvió para nada, aunque hizo un par de amigos. En lo que duró su encierro tuvo varios abogados, algunos verdaderos “caranchos” que quisieron sacarle sus chacras, se separó de su esposa, pasó por dos extensas huelgas de hambre y contó con el incondicional apoyo de su familia y amigos.
Antes de pasar a la Unidad Penal II, estuvo ocho meses detenido en la Seccional Primera, donde presenció la fuga de Marcelo Leal, quien meses antes había protagonizado un robo, toma de rehenes y posterior fuga.
“Yo estaba en la misma celda cuando rompió el candado con un palo. También me podía haber ido, pero no lo hice porque era inocente”, subrayó. Contó que en esa puqueña celda, todas las tardecitas hacía dos horas de gimnasia.
Ya en la cárcel de Oberá, comenzó el peregrinar de abogados que iban tras los bienes de su familia. Su hermano se contactó con un reconocido letrado de Posadas, quien le pidió un millón de kilos de té por año, durante cinco años, para hacerse cargo de su defensa. “Pero ese ni siquiera me vino a ver una sola vez”, comentó.
Un domingo apareció otra persona que no conocía, emisario de otro estudio jurídico de Posadas. El sujeto apareció con carne para el asado y empezó el ablande: le dijo que sabían que tenía plata, camionetas y chacras, y que pretendían 1 millón de pesos para tomar la defensa, una cifra imposible para la familia Krohn.

Resistencia del hambre
Ante la falta de novedades en la causa y dilación en la fecha del juicio, la desesperación le fue ganando y decidió iniciar una huelga de hambre, con el riesgo que ello implica.
La primera se extendió por 80 días y adelgazó 20 kilos, pero tampoco sirvió para que el expediente avance. Su segunda huelga de hambre duró siete meses y perdió 25 kilos.
“Ya no bajaba más porque estaba piel y huesos”, rememoró. Y contó un detalle que estremece: “Uno necesita tres o cuatro días para dominar el hambre, después el estómago se achica y es más sencillo. Yo me mantenía con medio litro de Ades por día, nada más”.
“El problema es cuando te ponen suero, porque te reactiva y te da apetito de nuevo. Por eso, cuando me llevaron al hospital me negué a que me coloquen suero. Yo les decía que no estaba enfermo, que hacía huelga de hambre porque quería mi libertad. Se enojaban conmigo porque ocupaba una cama que podía usar un enfermo y tenían razón, pero yo estaba ahí por decisión del jefe de la cárcel, que no quería me muera allá”, explicó.
Durante la charla, algunas imágenes lo asaltaron y se notó en sus gestos. Los guardias lo esposaban bien corto a la cama del hospital y tenía todo el día una luz encendida contra su cara. Ya tenía la espalda con llagas porque no se podía mover. “Entonces mandé una carta al Tribunal Penal diciendo que iba hacer pública la situación de tortura en la que estaba y ahí mejoraron las condiciones. Al menos me pusieron una cadera más larga para que me pueda mover un poco”, recordó.
Más allá de las secuelas físicas, mencionó que, transcurridas varias semanas sin comer, se encontró en un “estado difícil de explicar, pero de mucha tranquilidad y paz. Por momentos como que levitaba”.
“Un día vino un médico y me dijo que mi intestino ya no hacía ruido, que eso es grave y que no entendía cómo seguía vivo. Ahí mi hijo me pidió que deje la huelga, que no quería que me muera. Él me convenció”, señaló.

Drogas y otras yerbas
Entre las pocas satisfacciones de los años de encierro, destacó el apoyo de su familia y amigos, al punto que un domingo lo visitaron 82 personas.
“La vida en la cárcel es como cuando se ata un perro. Primero el animal estira y estira, tratando de soltarse; pero después de un tiempo se queda quieto, como que se resigna. Con la cárcel pasa lo mismo”, graficó sin sutilezas.
Durante una de sus huelgas de hambre, en el colmo de la violencia institucional, el director del penal ordenó que lo encierren en “la pelada”, como se denomina a la celda de castigo que aún persiste en el sistema penal provincial y contradice todas las normas y derechos humanos.
“Me tuvieron dos meses y medio en la pelada, y no salí mal de la cabeza porque me lo propuse. Hasta me quisieron hacer firmar un papel pidiendo mi traslado a la cárcel de Eldorado”, denunció.
Sobre las jerarquías dentro del penal, clasificó que primero están los asesinos, después los pibes chorros y por último los violadores, muchos de los cuales sirven de “buchones” de los guardias.
“En la cárcel volvés al reloj, a la radio y a la lectura. Un diario viejo es un tesoro”, aseguró. También contó que le ofrecieron drogas, pero nunca le interesó ese tipo de evasión.
“Me quisieron dar porros y pastillas. Un día salimos al patio para jugar al fútbol y me invitaron un tereré. Noté que estaba muy dulce y les dije que eso no se podía tomar. El muchacho me miró y se río. Me dijo: ‘Che loco, no te querés empastillar. Mirá que esto tiene todo el cóctel, toda la movida’, y así jugaron”, contó.
Y algo aprendió de derecho, como que un procesado no puede estar detenido más de tres años sin condena, en teoría, claro.
“Yo estuve preso sin condena casi el doble. Quería ir a juicio porque sabía que ahí se iba a demostrar que era inocente, pero nunca imaginé que tardaría tanto -lamentó-. Por eso pienso que la Justicia tiene que ser más rápida, más eficiente. No sé por qué tardan tanto tiempo en resolver. A mí nadie me va a devolver el tiempo perdido”.

Por Daniel Villamea
fojacero@elterritorio.com.ar

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