La máxima realización de la existencia cristiana como un vivir trinitario de «hijos en el Hijo» nos es dada en la Virgen María, quién por su fe (Lc 1, 45) y obediencia a la voluntad de Dios (Lc 1, 38), así como por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús (Lc 2, 19. 51), es la discípula más perfecta del Señor. La Virgen de Nazaret tuvo una misión única en la historia de la salvación, concibiendo, educando y acompañando a su hijo hasta su sacrificio definitivo. Desde la cruz, Jesucristo confió a sus discípulos, representados por Juan, el don de la maternidad de María, que brota directamente de la hora pascual de Cristo: «Y desde aquel momento el discípulo la recibió como suya» (Jn 19,29). En María nos encontramos con Cristo, con el Padre y el Espíritu Santo, como asimismo con los hermanos. María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros (D A nº266-269).
María, es la verdadera Madre de Dios, porque Jesús, que nace de Ella y es depositado en el pesebre, es verdadero Hijo de Dios. Si, Jesús es el Verbo eterno, consubstancial al Padre y asume la naturaleza humana en el seno virginal de María. Es el don de amor del Padre: «Dios ha amado tanto al mundo que le ha dado a su Hijo Unigénito». Es la manifestación de su divina misericordia. Jesús nace de María para ser nuestro redentor y liberar a la humanidad de la esclavitud de Satanás y reconducirla a una plena comunión de vida y de amor con Dios.
Próximos a celebrar el «día de la Madre», queremos honrar en María, la Madre de Jesús, a todas las mamás, sabiendo que toda mujer tienen corazón de `madre´. Y dentro del contexto de año Jubilar de la Misericordia, la presencia y figura de María, es muy importante, pues Ella, es Madre de la Misericordia. Su misión materna ha sido la de darnos a Jesús, que es la revelación del amor misericordioso del Padre. Así la divina misericordia, para llegar a nosotros, ha pasado a través de la vía de su divina e inmaculada maternidad. Pero María, también es nuestra Madre. Bajo la Cruz, por voluntad de su hijo Jesús, ha llegado a ser verdadera Madre de toda la humanidad redimida y salvada por Él. Así la divina misericordia de Jesús, para llegar a nosotros, debe pasar a través de la vía materna de su Corazón Inmaculado. María, es la Madre de la Misericordia. A Ella le ha sido confiada la misión de preparar a la humanidad a recibir el celeste rocío de la divina misericordia. Ella, como Madre, nos conduce en estos años, importantes y difíciles, dolorosos y sangrientos, por el camino de la conversión y del retorno al Señor. Quiere alcanzarnos del Corazón de su Hijo, la gracia del cambio nuestro corazón y de la vida, ayudándonos a liberarnos de pecado, a combatir las pasiones, a vencer el mal y conducirnos a la plena reconciliación con el Señor y con nuestros hermanos. Ella, la Virgen Madre, nos lleva a una fuerte experiencia de oración recogiéndonos en su Inmaculado Corazón, para obtener por obra del Espíritu de Amor que derramará desde el cielo su fuego abrasador para renovar la faz de la tierra. A Ella, le confiamos a todas las mamás, para que revistiéndose de las virtudes de amor y con entrañas de misericordia, velen por la vida la defiendan desde su concepción hasta su término natural, para experimentar en plenitud el don de la Maternidad. (Cfr. Movimiento Sacerdotal Mariano, P. Stefano Gobbi19ª Ed. Española, 1997).
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