En este 2016 desearíamos poder comenzar a salir de ese amplio abanico de alertas que muestran una sociedad enervada, y por ello generando signos de violencia que la muestran como insolidaria a las causas del bienestar, algo que pareciera ser producto del desinterés del hombre por el hombre. Todo un ramillete en un florero de advertencias que, vale la pena puntualizarlo, aparece como una actitud de condena para una sociedad que va despertando lentamente ante el ritmo frenético que le impone el avance de los nuevos tiempos.
    Como es nuestra costumbre nos pusimos a indagar el porqué de la conducta del hombre en estos tiempos y qué modificación podrá coronarse en éxito.
     Imprudentes seríamos en este nuestro afán de descubrir la raíz del problema que enunciamos sin recurrir a los últimos siglos, entendiendo que hay que tomar en cuenta idiosincrasias y comportamientos del pasado.
     Así fue como tuvimos que releer y recordar que todo comenzó en el siglo XIX y principios del XX. Que fue allí cuando el hombre común se sintió artífice de su propio destino y hacedor de capricho o antojo cualquiera.
    De lo recorrido en la lectura, hallamos una muy bien fundada explicación en la “pluma” de José Ortega y Gasset, autor de “La rebelión de las masas”
    “Cualquiera mente perspicaz de 1820, de 1850, de 1880, pudo, por un sencillo razonamiento a priori, prever la gravedad de la situación histórica actual (en referencia al mundo del siglo XX)  y en efecto, nada nuevo acontece que no haya sido previsto cien años hace. “¡Las masas avanzan!”, decía apocalíptico, Hegel. “Sin un nuevo poder espiritual, nuestra época, que es una época revolucionaria, producirá una catástrofe”, anunciaba Augusto Comte. “¡Veo subir la pleamar del nihilismo!, gritaba desde un risco de la Engadina el mostachudo Nietzsche…”
   Todo comenzó en el Siglo XIX que logró para la historia nada menos que poner la organización al servicio del hombre medio,  “seguridad y Estado son un portento de organización” el que encontró allí tanta facilidad material mientras veía menguar las grandes fortunas y observaba la dura vida del obrero industrial, para él si era posible agregar un nuevo lujo a su standard de vida y vivir una posición más segura y más independiente.
   Lo curioso es que anteriormente a ese tiempo una circunstancia semejante provocaba humilde gratitud hacia el destino, cosa que este hombre medio del XIX no podía comprender ya que consideraba lo que el sistema le permitía recibir como un derecho que no se agradece, y más aún, que se exige…
   Es que la vida de ese hombre de ayer iba sobre cómodos carriles, sin violencias ni peligros, algo que faltó por completo “a los hombres comunes del pasado. Fue, al contrario, para ellos la vida un destino premioso –en lo económico y en lo físico. Sintieron el vivir a nativitate como un cúmulo de impedimentos que era forzoso soportar, sin que cupiera otra solución que adaptarse a ellos…
   En lo civil y moral el hombre medio, desde la segunda mitad del siglo XIX no tiene ante sí barreras sociales ninguna. Nada le obliga a contener su vida. No existen los “estados” ni la “castas”. No hay nadie civilmente privilegiado. El hombre medio aprende que todos los hombres son legalmente iguales.
   Lógico es deducir que se crea de esta manera una cómoda existencia para nuestro hombre, tanto en lo físico como en lo moral, todo ello sustentado en tres principios: la democracia liberal, la experimentación científica y el industrialismo.
    Por ello se habla de que el siglo XIX fue, esencialmente revolucionario y es porque colocó al hombre medio – a la gran masa social- al revés, o en el polo opuesto de lo que había conocido. La revolución no es la sublevación contra el orden preexistente, sino la implantación de un nuevo orden que tergiversa lo tradicional.
   Anteriormente al siglo XIX, para el “vulgo” de todas las épocas, “vida” había significado, ante todo, limitación, obligación, dependencia; en una palabra, opresión. Antes, aún para el rico y poderoso, el mundo era un ámbito de pobreza, dificultad y peligro.
    No deja Ortega y Gasset de reconocer que todo esto corresponde al hombre del siglo XIX y comienzos del XX y de que “todavía hoy, a pesar de unos signos que inician una pequeña brecha en esa fe rotunda…”
   En síntesis para aquel hombre medio, toda esta bonanza es producto de la Naturaleza y no piensa ni quiere hacerlo en que todo eso ha sido posible debido a esfuerzos geniales de individuos excelentes y, menos aún, quisiera pensar en que todas la facilidades siguen apoyándose en ciertas difíciles virtudes de los hombres, el menor fallo de los cuales volatilizaría rápidamente la magnífica construcción.
    Y aquí Ortega y Gasset apunta en dos direcciones: La libre expansión de sus deseos vitales, por lo tanto, de su persona, y la radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia… A fuerza de evitarle toda presión en derredor, todo choque con otros seres, llega a creer efectivamente que solo él existe, y se acostumbra a no contar con los demás, sobre todo a no contar con nadie como superior a él…
    Al hombre medio de otras épocas le enseñaba cotidianamente su mundo esta elemental sabiduría, porque era un mundo tan toscamente organizado… Pero las nuevas masas se encuentran con un paisaje lleno de posibilidades y además seguro y todo ello puesto a su disposición, sin depender de su previo esfuerzo… Estas masas mimadas son lo bastante poco inteligentes…. No les preocupa más que su bienestar y al mismo tiempo son insolidarias de las causas de ese bienestar.
    Como no ven en las ventajas de la civilización un invento y construcción prodigiosos, que solo con grandes esfuerzos y cautelas se pueden sostener, creen que su papel se reduce a exigirlas perentoriamente, cual si fuesen derechos nativos…”
   Hemos empleado la palabra explicación, creemos que, aunque el entorno que se describe ya no existe hoy, queda claramente especificado el estado mental y moral del hombre de ese entonces al que el mismo Ortega Y Gasset, ve ya en su tiempo de autor “todavía hoy, a pesar de algunos signos que inician una pequeña brecha en esa fe rotunda…” que comienzan en la vida del hombre medio a surgir mellas en su fe. El siglo XX con sus dos guerras mundiales que provocaron la posibilidad de volver a nutrir las grandes fortunas y acrecentar pobreza y miseria en el mundo y devolver la violencia y la inseguridad, constantes pre siglo XIX; hacer que surjan las minorías subyugadas y las mayorías dominantes; lograr profundizar las diferencias raciales; dilapidar los recursos naturales, que ponen en situación crítica la supervivencia humana; en muchos países –desgraciadamente también en el nuestro- el surgimiento de gobiernos militares, fuera de la Constitución, y que cobraron miles de vidas de sus opositores ideológicos.
    Tendríamos que aceptar aunque no nos guste, que se cumple lo anunciado por el filósofo “estas masas mimadas son lo bastante poco inteligentes para creer que esa organización material y social, puesta a su disposición como el aire, es de su mismo origen, ya que tampoco falla, al parecer, y es casi tan perfecta como lo natural, sólo con grandes esfuerzos y cautela se pueden sostener…
    ¿Cómo pretender que el hombre medio que, a partir del siglo XIX –según Ortega y Gasset Uno y otro rasgo componen la psicología del niño mimado. Y, en efecto, no erraría quien utilice ésta como una cuadrícula para mirar a su través el alma de las masas actuales .Heredero de un pasado larguísimo y genial – genial de inspiraciones y de esfuerzos-, el nuevo vulgo ha sido mimado por el mundo en torno. Mimar es no limitar los deseos, dar la impresión a un ser de que todo le está permitido y a nada está obligado,  vuelva a afrontar la vida dura de antes de aquel siglo, que vuelve a aparecer como necesidad de subsistencia, y todo ello en medio de situaciones en nada parecidas a las anteriores y donde la evolución ha transitado a pasos gigantescos?
   Sin embargo –pudiendo o no coincidir con Ortega y Gasset- estamos esperanzados en que nuestro hombre seguirá intentando volver a la organización social y moral, una organización adecuada a los tiempos.
   ¿Estamos pisando los umbrales de un tiempo nuevo?
   Dependerá de que el otrora mimado hombre común se sirva adecuar sus conductas a contribuir y no esperar sentado, que las cosas se vayan resolviendo y así frenar los males que nos permitan vivir una vida que valga la pena ser vivida.
   Valorar el esfuerzo de la construcción organizada y aceptar que sus derechos a una vida mejor, están concatenados con los deberes que, como ciudadano, debe cumplir.
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Categorías: Columnas de Opinión
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