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La mujer y la escuela pública

Hacia fines del siglo XIX, Argentina atravesaba por un proceso de modernización económica, de consolidación de la estructura política, así como de diversificación del mapa social. En este contexto, se hicieron sentir los efectos no deseados del crecimiento económico, entre los cuales el aumento demográfico y el inusitado crecimiento urbano, se señalaban como elementos centrales entre las consecuencias de la inmigración masiva que arribaba en aquellos años al país
    Era imperioso para el Estado dar respuesta frente a esta situación y contener el desborde social. En este marco, la escuela pública y las instituciones caritativas adquirieron relevancia en tanto fueron un medio de dar una respuesta de fuerte contenido político.
   Así, la educación adquirió una importancia central para la elite gobernante, que encontraba en la institución escolar la llave para incluir en la civilidad a la masa de habitantes de una nación en ciernes y donde la labilidad institucional y la estabilidad política eran preocupaciones cotidianas.
   Sin embargo, la educación en uno de los tantos resultados no previstos contribuyó a que muchas mujeres que pasaron por las aulas de la escuela, como alumnas y maestras, hicieran su provocante aparición en la esfera pública, cumpliendo con un papel no reñido con el ideal femenino que los discursos de la época pregonaban, en tanto formadoras de ciudadanos. Desde ese lugar puede considerarse que la educación fue sin lugar a dudas un factor decisivo para promover el ingreso de las mujeres al ejercicio activo de la ciudadanía y adquirió relevancia la participación en la estructura de instituciones de la sociedad civil en pos del ejercicio de la beneficencia y en cuya organización las mujeres tuvieron un rol protagónico. De modo que si bien el derecho a expresarse políticamente en las urnas lo obtendrían tardíamente en el siglo XX, de la mano de la modernización finisecular, las mujeres supieron encontrar desde su no ciudadanía política canales de participación alternativos que les permitieron aparecer en la plaza pública y ejercer la ciudadanía entendida de forma más amplia que el acto electoral, tal como la pertenencia a una comunidad política y el involucrarse en sus problemas.
   El Estado tenía firmes propósitos liberales y de laicización y debía aún consolidar su estructura política. Si bien la beneficencia era sumamente importante dada la preocupación que en el período adquirieron la mendicidad, la vagancia, etc., fueron los particulares y la Iglesia quienes en estas cuestiones siguieron tomando decisiones al menos en lo práctico y lo cotidiano, con fondos propios y municipales.
   Todo lo dicho, nos lleva a reflexionar sobre la importancia que la participación de las mujeres tuvo en estas instituciones privadas (y muchas de ellas católicas), para ese Estado que se instaló en tanto colaborador económico con su obra.
   A partir de estas cuestiones generales, en el marco de una sociedad de frontera signada por un proceso de construcción de la estatalidad en el que la incertidumbre social e institucional adquiere una relevancia particular. Los pueblos surgieron (en el transcurso del siglo XIX), junto a una línea de fortines que habían sido establecidos por los gobiernos de turno con la intención de instalarse campo adentro en territorios hasta entonces sólo liderados por las distintas parcialidades indígenas. A la saga de este avance que en principio respondió a un interés militar, le siguieron más tarde los primeros pobladores.
   Los fortines de la frontera fueron testigos de la formación de incipientes poblados, que con el tiempo y la afluencia de inmigrantes (que se intensificó en las décadas del ’70 y ’80 del siglo XIX), dieron lugar a la aparición de pueblos que hacia fines del siglo se transformaron en ciudades, como fue el caso (entre otros) de Tandil y Azul (provincia de Buenos. Aires). En estos espacios de frontera, encontramos que ciertas mujeres (principalmente maestras y familiares de los notables y autoridades del pueblo), cumplieron un rol protagónico en la atención de las necesidades de los sectores más pobres de la sociedad local, de conseguir vestido y medicina para niños y mujeres solas, así como de la salud y de la educación.
   Su condición social (esposas, hijas, hermanas de los notables locales), y su carácter de educadoras les otorgaba un prestigio doble que les permitió traspasar las fronteras de su hogar e instalarse en el espacio público formando parte de una extensa red asociativa en el marco de la sociedad civil. Fueron la educación y la beneficencia sin dudas las dos actividades que mas las congregaron fuera del hogar y en pos de lo cual pusieron en práctica una serie de aparatos organizativos.
   La educación era una preocupación propia del período, y fue motivo para que las damas se organizaran. La obra civilizadora de la escuela pública, devino en una cuestión de Estado, una vez que se concretó la unidad nacional.
   La intención de la elite gobernante era clara: educar como medio para civilizar y para alcanzar el tan ansiado orden político y la estabilidad social, necesarios en pos de la construcción de la Argentina moderna que se proponía la generación del ’80. En tal sentido, y tal como lo había anticipado Sarmiento, la modernización en la Argentina de fines de siglo fue entendida como el triunfo de la civilización
  “La educación del soberano remediaba los males y precisaba las fronteras de inclusión en la civilidad” lo que este modelo perseguía era integrar al ciudadano, civilizándolo por medio de la escuela pública, al nuevo orden en formación. Ahora bien, debemos tener en cuenta que desde las intenciones de estos discursos plasmados en la letra de la Ley de Educación 1420 a la realidad de la concurrencia escolar, existió una distancia que llevó en múltiples oportunidades a pensar en reformas del sistema de educación e incluso a hablar del fracaso del modelo. La cantidad de niños que quedaron fuera de la escuela pública señalado como el binomio “niño/alumno”,  fueron estigmatizados dentro de la amplia categoría de menor, fue el centro de las preocupaciones de múltiples sectores de la sociedad, entre ellos las maestras y las instituciones de beneficencia que nos ocupan en esta oportunidad. De tal preocupación da cuenta la formación de sociedades como La Protectora de Niños Pobres en Azul o la Sociedad Belgrano Amigos de la Educación en Tandil, que resultaron de la congregación de hombres y mujeres en torno al fomento de este cometido. Cabe antes señalar que la prensa local transmitía la preocupación que al respecto manifestaba la sociedad y las autoridades locales. En tal sentido, decía que bastaba una recorrida por las calles del pueblo para dar  cuenta de esta “estadística” a la que antes hacía referencia y habla de la existencia de un número de 150 a 200 niños que no asistían a ninguna escuela y que al indagar a las madres acerca del motivo de esta situación, hacían referencia a su indigencia. Esta sería la causa por la cual no podían calzar ni vestir a sus hijos adecuadamente para que asistieran a la escuela, así como manifestaban que éstos debían ocuparse en alguna “changa” para aportar económicamente al sostenimiento del hogar.
    Era por esta razón que el periódico se preguntaba “(…) No podrían las señoras del Tandil organizar una asociación de damas para allegar y crear recursos que salvaran esta diferencia? (…) ¿Podía haber nada mas grato ante Dios y la religión cristiana que el sacar a esos niños de la abyecta indigencia a que los condena esa ignorancia para elevarlos a la condición moral de ser útiles a sí mismos, a la sociedad y a la patria?”. Seguía así planteando la necesidad de la educación en pos de la formación de buenos ciudadanos para el futuro de la patria y convocando a las damas del pueblo a cumplir con esta misión. Finalmente, una vez formada esta comisión podría pedir ayuda a la Municipalidad y al Consejo Escolar. Habría de pasar un tiempo hasta la conformación de una institución de este tipo en Tandil.
   Es evidente que la Ley de enseñanza obligatoria no podía ser factible en la parte que con los niños realmente pobres se relaciona: ¿Quién los viste? ¿Quién los calza? ¿Cómo esos niños pueden presentarse en la escuela, cubiertos de harapos? Aunque la ley exija la educación obligatoria existe distancia entre un Estado que pretendía avanzar con intenciones civilizadoras y unas comunidades atadas a los problemas que éste no podía aun resolver por sí mismo.
   Las mismas mujeres que antes de la sanción de la Ley 1420 se encargaron de promover la educación en la ciudad y en la campaña (a través de las instituciones de beneficencia), no dejaron de asistir a la educación desde otro lugar, tras la vigencia de la ley que nos habla de una mayor presencia del Estado. El mismo Estado las convocó y apeló a esas redes institucionales tradicionales para fijar nuevas relaciones y colaboraciones en la imposición del orden social y político que se pretendía instalar.
   (Fuente: Las mujeres en el espacio público a fines del siglo XIX y principios del XX: un camino alternativo para garantizar el orden. Yolanda de Paz Trueba IEHS (UNICEN)- CONICET)
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