Por su aspecto deteriorado aparenta más años. Una catarata le impide ver de un ojo y tiene dificultades para caminar, puesto que tiempo atrás pisó un clavo, la herida se infectó y tardó en curar.
Actualmente, su único ingreso se reduce a 350 pesos de una pensión graciable, un monto más simbólico que efectivo.
En consecuencia, el anciano sobrevive gracias a la caridad de algunos vecinos y una sobrina que le alcanza un plato de comida.
Reside en una precaria vivienda en el barrio Caballeriza, donde las necesidades saltan a la vista y conmueven al visitante. La casita tiene piso de tierra y hendijas en las paredes. La tos crónica que arrastra el abuelo es producto del frío y la humedad.
En un brasero en el piso calienta el agua para el mate y prepara alguna comida, con la única compañía de su perrito Tomy. Nunca se casó ni tuvo hijos, aseguró.
“Mi papá tomaba mucho y nos maltrataba. Muchas noches nos escondíamos en el monte. Ni nos anotó, por eso no tengo documento. Ya de grande quise hacer, pero no entiendo mucho y siempre falta un papel. Gracias a un doctor, una vez me hicieron la pensión esa de 350 pesos, pero da para poco y nada”, comentó.
Aseguró que su único vicio es el cigarrillo, lo que fue corroborado por vecinos que se contactaron con este medio para dar a conocer la pésima situación en que se halla don Olsson.
Consultado al respecto, aseguró que dejó de asistir al comedor comunitario porque “algunas gurisadas me molestaban mucho”, al tiempo que subrayó que le gustaría tener su DNI para poder gestionar la jubilación.
“Toda mi vida trabajé en macheteo, carpida y en la tarefa. Nunca tuve un trabajo muy bueno porque no tengo documento ni sé leer ni escribir, pero ni así toqué cosa ajena”, remarcó orgulloso.